El señor de los anillos - 1. Prólogo - 1 De los Hobbits
Este libro trata principalmente de los Hobbits, y el lector descubrirá en sus páginas mucho del carácter y algo de la historia de este pueblo. Podrá encontrarse más información en los extractos del Libro Rojo de la Frontera del Oeste que ya han sido publicados con el título de El hobbit. El relato tuvo su origen en los primeros capítulos del Libro Rojo, compuesto por Bilbo Bolsón —el primer hobbit que fue famoso en el mundo entero— y que él tituló Historia de una ida y de una vuelta, pues contaba el viaje de Bilbo hacia el este y la vuelta, aventura que más tarde enredaría a todos los hobbits en los importantes acontecimientos que aquí se relatan.
No obstante, muchos querrán saber desde un principio algo más de este pueblo notable y quizás algunos no tengan el libro anterior. Para esos lectores se han reunido aquí algunas notas sobre los puntos más importantes de la tradición hobbit, y se recuerda brevemente la primera aventura.
Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad. Amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden ni entendían ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano, aunque fueron muy hábiles con toda clase de herramientas. En otros tiempos desconfiaban en general de la Gente Grande, como nos llaman y ahora nos eluden con terror y es difícil encontrarlos. Tienen el oído agudo y la mirada penetrante, y aunque engordan fácilmente y nunca se apresuran si no es necesario, se mueven con agilidad y destreza. Dominaron desde un principio el arte de desaparecer rápido y en silencio, cuando la Gente Grande con la que no querían tropezar se les acercaba casualmente, y han desarrollado este arte hasta el punto de que a los Hombres puede parecerles verdadera magia. Pero los Hobbits jamás han estudiado magia de ninguna índole y esas rápidas desapariciones se deben únicamente a una habilidad profesional, que la herencia, la práctica y una íntima amistad con la tierra han desarrollado tanto que es del todo inimitable para las razas más grandes y desmayadas.
Los Hobbits son gente diminuta, más pequeña que los Enanos; menos corpulenta y fornida, pero no mucho más baja. La estatura es variable, entre los dos y los cuatro pies de nuestra medida. Hoy pocas veces alcanzan los tres pies, pero se dice que en otros tiempos eran más altos. De acuerdo con el Libro Rojo, Bandobras Tuk, apodado el Toro Bramador, hijo de Isengrim II, medía cuatro pies y medio y era capaz de montar a caballo. En los archivos de los Hobbits se cuenta que sólo fue superado por dos famosos personajes de la antigüedad, pero de este hecho curioso se habla en el presente libro.
En cuanto a los Hobbits de la Comarca, de quienes tratan estas relaciones, conocieron en un tiempo la paz y la prosperidad y fueron entonces un pueblo feliz. Vestían ropas de brillantes colores, y preferían el amarillo y el verde; muy rara vez usaban zapatos, pues las plantas de los pies eran en ellos duras como el cuero, fuertes y flexibles y los pies mismos estaban recubiertos de un espeso pelo rizado, muy parecido al pelo de las cabezas, de color castaño casi siempre. Por esta razón el único oficio que practicaban poco era el de zapatero, pero tenían dedos largos y habilidosos que les permitían fabricar muchos otros objetos útiles y agradables. En general los rostros eran bonachones más que hermosos, anchos, de ojos vivos, mejillas rojizas y bocas dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida. Reían, comían y bebían a menudo y de buena gana; les gustaban las bromas sencillas en todo momento y comer seis veces al día (cuando podían). Eran hospitalarios, aficionados a las fiestas, hacían regalos espontáneamente y los aceptaban con entusiasmo.
Es en verdad evidente que a pesar de un alejamiento posterior los Hobbits son parientes nuestros: están más cerca de nosotros que los Elfos y aun que los mismos Enanos. Antiguamente hablaban las lenguas de los Hombres, adaptadas a su propia modalidad, y tenían casi las mismas preferencias y aversiones que los Hombres. Mas ahora es imposible descubrir en qué consiste nuestra relación con ellos. El origen de los Hobbits viene de muy atrás, de los Días Antiguos, ya perdidos y olvidados. Sólo los Elfos conservan algún registro de esa época desaparecida y sus tradiciones se refieren casi únicamente a la historia élfica, historia donde los Hombres aparecen muy de cuando en cuando; a los Hobbits ni siquiera se los menciona. Sin embargo es obvio que los Hobbits vivían en paz en la Tierra Media muchos años antes que cualquier otro pueblo advirtiese siquiera que existían. Y como el mundo se pobló luego de extrañas e incontables criaturas, esta Gente Pequeña pareció insignificante. Pero en los días de Bilbo y de Frodo, heredero de Bilbo, se transformaron de pronto a pesar de ellos mismos en importantes y famosos, y perturbaron los Concilios de los Grandes y de los Sabios.
Aquellos días —la Tercera Edad de la Tierra Media— han quedado muy atrás, y la conformación de las tierras en general ha cambiado mucho; pero las regiones en que vivían entonces los Hobbits eran sin duda las mismas de ahora: el Noroeste del Viejo Mundo, al este del Mar. Los Hobbits del tiempo de Bilbo no sabían de dónde venían. El deseo de conocimiento (fuera de las ciencias genealógicas) no era común entre ellos, pero había aún descendientes de antiguas familias que estudiaban sus propios libros y hasta recogían de los Elfos, los Enanos y los Hombres noticias de épocas pasadas y de tierras distantes. Los recuerdos propios comienzan luego de que se establecieran en la Comarca y las leyendas más antiguas apenas si se remontan poco más allá de los Días del Éxodo.
Está perfectamente claro, no obstante, a través de estas leyendas y lo que puede descubrirse en el lenguaje y las costumbres de los Hobbits, que en un pasado muy lejano ellos también se desplazaron hacia el oeste, como muchos otros pueblos. En las historias primitivas hay referencias oscuras a los tiempos en que moraban en los altos valles del Anduin, entre los lindes del Gran Bosque Verde y las Montañas Nubladas. No se sabe con certeza por qué emprendieron más tarde el arduo y peligroso cruce de las Montañas y entraron en Eriador. Los relatos hobbits hablan de la multiplicación de los Hombres en la tierra y de una sombra que cayó sobre la floresta y la oscureció, por lo que fue llamada desde entonces el Bosque Negro.
Antes de cruzar las Montañas, los Hobbits ya se habían dividido en tres ramas un tanto diferentes —los Pelosos, los Fuertes y los Albos—. Los Pelosos eran de piel más oscura, cuerpo menudo, cara lampiña, y no llevaban botas; de manos y pies bien proporcionados y ágiles preferían las tierras altas y las laderas de las colinas. Los Fuertes eran más anchos, de constitución más sólida; tenían pies y manos más grandes; preferían las llanuras y las orillas de los ríos. Los Albos, de piel y cabellos más claros, eran más altos y delgados que los otros: amaban los árboles y los bosques.
Los Pelosos tuvieron relación con los Enanos en tiempos remotos y vivieron durante mucho tiempo en las estribaciones montañosas. Fueron los primeros en desplazarse hacia el oeste y vagabundearon por Eriador hasta la Cima de los Vientos, mientras los otros permanecían en las Tierras Ásperas. Eran la especie más normal, representativa y numerosa de los Hobbits y también la más sedentaria y la que conservó durante más tiempo el hábito ancestral de vivir en túneles y cuevas.
Los Fuertes vivieron muchos años a orillas del Río Grande, el Anduin y temían menos a los Hombres. Vinieron al oeste después de los Pelosos y siguieron el curso del Sonorona hacia el sur; muchos de ellos vivieron un tiempo entre Tharbad y los límites de las Tierras Brunas antes de volver al norte. Los Albos, los menos numerosos, eran una rama nórdica, más amiga de los Elfos que el resto de los Hobbits y más hábil para el lenguaje y los cantos que para los trabajos manuales. Siempre habían preferido la caza a la agricultura. Cruzaron las montañas al norte de Rivendel y descendieron el Fontegrís. Muy pronto se mezclaron en Eriador con las ramas ya establecidas allí, pero como eran más valientes y más aventureros, se los encontraba a menudo como jefes o caudillos en los clanes de los Pelosos y los Fuertes. Todavía en tiempos de Bilbo, el fuerte carácter albo podía descubrirse aún en las grandes familias, tales como los Tuk y los Señores del País de Los Gamos.
En las tierras occidentales de Eriador, entre las Montañas Nubladas y las Montañas de Lun, los Hobbits encontraron Hombres y Elfos. En efecto, todavía moraba allí un resto de los Dúnedain, los reyes de los Hombres que vinieron por el Mar desde Oesternesse; pero iban desapareciendo rápidamente y la ruina alcanzaba ya a todas las tierras del Reino del Norte. Había pues sitio y en abundancia para los inmigrantes, y en poco tiempo los Hobbits empezaron a establecerse en comunidades ordenadas. De la mayoría de las primitivas colonias no quedaba ya ni siquiera el recuerdo en tiempos de Bilbo, pero una de las más importantes se mantenía aún, aunque reducida de tamaño: estaba en Bree, en medio del bosque de Chet, a unas cuarenta millas al este de la Comarca.
Fue en aquellos tempranos días, sin duda, cuando los Hobbits aprendieron el alfabeto y comenzaron a escribir a la manera de los Dúnedain, quienes a su vez habían aprendido este arte de los Elfos. También en ese tiempo los Hobbits olvidaron todas las lenguas que habían usado antes, y desde entonces hablaron siempre la Lengua Común, que llamaban Oestron y que era corriente en todas las tierras de los reyes, desde Arnor hasta Gondor, y a lo largo de toda la costa del mar, desde Belfalas hasta Lun. Sin embargo, conservaron unos pocos vocablos de su propio idioma, así como las palabras que designaban los meses y los días y un gran caudal de nombres personales del pasado.
Alrededor de esta época la leyenda comenzó a ser historia entre los Hobbits, al iniciarse el cómputo de los años. Pues fue en el año mil seiscientos uno de la Tercera Edad cuando los hermanos albos Marcho y Blanco salieron de Bree y luego de haber obtenido permiso del gran rey de Fornost[1], cruzaron el Baranduin, el río pardo, con un gran séquito de Hobbits. Pasaron por el Puente de los Arbotantes, que había sido construido durante el apogeo del Reino del Norte y tomaron posesión de la tierra que se extendía más allá, donde se establecieron entre el río y las Quebradas Lejanas. Todo lo que se les pidió fue que mantuviesen en buen estado el Puente Grande y los demás puentes y caminos, que ayudaran a los mensajeros y que reconocieran la majestad del rey.
Así comenzó la Cronología de la Comarca, pues el año del cruce del Brandivino —como los Hobbits rebautizaron al Baranduin— se transformó en el Año Uno de la Comarca y todas las fechas posteriores se calcularon a partir de entonces.[2] Los Hobbits occidentales se enamoraron en seguida de la nueva tierra, se quedaron allí y muy pronto desaparecieron de la historia de los Hombres y de los Elfos. Aunque aún había allí un rey del que eran súbditos formales, en realidad estaban gobernados por jefes propios y nunca intervenían en los hechos del mundo exterior. En la última batalla de Fornost con el Señor Mago de Angmar, enviaron algunos arqueros en ayuda del rey, o por lo menos así lo afirmaron, si bien esto no aparece en ningún relato de los Hombres. En esa guerra el Reino del Norte llegó a su fin y entonces los Hobbits se apropiaron de la tierra y eligieron de entre todos los jefes a un Thain, que asumió la autoridad del rey desaparecido. Desde entonces, por unos mil años, vivieron en una paz ininterrumpida. La tierra era rica y generosa y aunque había estado desierta durante mucho tiempo, en otras épocas había sido bien cultivada y allí el rey tuvo granjas, maizales, viñedos y bosques.
Desde las Fronteras del Oeste, al pie de las Colinas de la Torre, hasta el Puente del Brandivino había unas cuarenta leguas y casi cincuenta desde los páramos del norte hasta los pantanos del sur. Los Hobbits denominaron a estas tierras la Comarca. La región estaba bajo la autoridad del Thain y era un distrito de trabajos bien organizados; y allí, en ese placentero rincón del mundo, llevaron una vida ordenada y dieron cada vez menos importancia al mundo exterior, donde se movían unas cosas oscuras, hasta llegar a pensar que la paz y la abundancia eran la norma en la Tierra Media y el derecho de todo pueblo sensato. Olvidaron o ignoraron lo poco que habían sabido de los Guardianes y de los trabajos de quienes hicieron posible la larga paz de la Comarca. De hecho estaban protegidos, pero no lo recordaban.
En ningún momento los Hobbits fueron amantes de la guerra y jamás lucharon entre sí. Si bien en tiempos remotos se vieron obligados a luchar, para subsistir en un mundo difícil, en la época de Bilbo aquello era historia antigua. La última batalla antes del comienzo de este relato y por cierto la única que se libró dentro de los límites de la Comarca, ocurrió en una época inmemorial: fue la batalla de los Campos Verdes, en el año 1147 (CC) en la que Bandobras Tuk desbarató una invasión de Orcos. Hasta el mismo clima se hizo más apacible; y los lobos, que en otros tiempos habían llegado desde el norte devorándolo todo durante los rudos inviernos blancos, eran ahora cuentos de viejas. Aunque había algún pequeño arsenal en la Comarca, las armas se usaban generalmente como trofeos: se las colgaba sobre las chimeneas o en las paredes, o se las coleccionaba en el museo de Cavada Grande, conocido como el Hogar de los Mathoms; los Hobbits llamaban mathom a todo aquello que no tenía uso inmediato y que tampoco se decidían a desechar. En las moradas de los Hobbits había a menudo grandes cantidades de mathoms y muchos de los regalos que pasaban de mano en mano eran de esa índole.
No obstante, el ocio y la paz no habían alterado el raro vigor de esta gente. Llegado el momento, era difícil intimidarlos o matarlos; y esa afición incansable que mostraban por las cosas buenas tenía quizás una razón: podían renunciar del todo a ellas cuando era necesario y lograban sobrevivir así a los rigores de la adversidad, de los enemigos o del clima, asombrando a aquellos que no los conocían y que no veían más allá de aquellas barrigas y aquellas caras regordetas. Aunque se resistían a pelear y no mataban por deporte a ninguna criatura viviente, eran valientes cuando se los acosaba y hasta podían manejar las armas si se presentaba el caso. Tiraban bien con el arco, pues eran de mirada certera y buena puntería, y si un Hobbit recogía una piedra, lo mejor era ponerse a resguardo inmediatamente, como bien lo sabían todas las bestias merodeadoras.
Los Hobbits habían vivido en un principio en cuevas subterráneas, o así lo creían y en esas moradas se sentían a gusto. Más con el transcurso del tiempo se vieron obligados a adoptar otras viviendas. Lo cierto es que en tiempos de Bilbo sólo los Hobbits más ricos y los más pobres mantenían en la Comarca esa vieja costumbre. Los más pobres continuaron viviendo en las madrigueras primitivas, en realidad simples agujeros, con una sola ventana o bien ninguna, mientras que los ricos edificaban versiones más lujosas de las simples excavaciones antiguas. Pero los terrenos adecuados para estos grandes túneles ramificados (smials, como ellos los llamaban) no se encontraban en cualquier parte; y en las llanuras o en los distritos bajos, los Hobbits, a medida que se multiplicaban, comenzaron a edificar sobre el nivel del suelo. En efecto, hasta en las regiones montañosas y en las villas más antiguas, tales como Hobbiton o Alforzada, o en la vecindad principal de la Comarca, Cavada Grande, en Quebradas Blancas, había ahora muchas casas de madera, ladrillo o piedra. Por lo general eran las preferidas por molineros, herreros, cordeleros, carreteros y otros de su clase; porque aun cuando vivieran en cavernas, los Hobbits conservaban la vieja costumbre de construir cobertizos y talleres.
El hábito de edificar casas de campo y graneros dicen que comenzó entre los habitantes de Marjala, a orillas del Brandivino. Los Hobbits de esa región, llamada Cuaderna del Este, eran más bien grandes y de piernas fuertes y usaban botas de enano en los días de barro. Pero no se ignoraba que tenían gran proporción de sangre Fuerte, lo que se notaba en el vello que les crecía en las barbillas. Ni los Pelosos ni los Albos tenían rastro alguno de barba. Los habitantes de Marjala y Los Gamos, al este del río, donde ellos se instalaron más tarde, habían llegado a la Comarca en época reciente, en su mayoría desde el lejano sur. Conservaban todavía nombres peculiares y palabras extrañas que no se encontraban en ningún otro lugar de la Comarca.
Es posible que el arte de la edificación, como otros muchos oficios, proviniera de los
Dúnedain. Pero los Hobbits pudieron haberlo aprendido de los Elfos, los maestros de los Hombres en su juventud. Los Elfos de Alto Linaje aún no habían abandonado la Tierra Media, y moraban entonces en los Puertos Grises del Oeste, y en otros lugares al alcance de la Comarca. Tres torres de los Elfos, de edad inmemorial, podían verse aún más allá de las fronteras occidentales. Brillaban en la lejanía a la luz sobre una colina verde. Los Hobbits de la Cuaderna del Oeste decían que podía verse el mar desde allá arriba, pero no se tiene noticia de que alguno de ellos escalara la torre. En realidad, muy pocos Hobbits habían navegado, o siquiera visto el mar, y menos aún habían regresado para contarlo. La mayoría de los Hobbits miraban con profundo recelo aún los ríos y los pequeños botes, y muy pocos podían nadar. A medida que el tiempo corría, hablaban menos y menos con los Elfos y llegaron a tenerles miedo y a desconfiar de quienes los trataban. El mar se transformó en una palabra pavorosa, y un signo de muerte, y los Hobbits volvieron la espalda a las colinas del oeste.
El arte de la edificación bien pudo provenir de los Elfos o de los Hombres, pero los Hobbits lo practicaban a su manera. No construían torres. Las casas eran generalmente imitaciones de smials, techadas con pasto seco, paja o turba y de paredes algo combadas. Este tipo de construcción venía sin embargo de los primeros días de la Comarca, y cambió y mejoró mucho desde entonces, incorporando procedimientos aprendidos de los Enanos o descubiertos por ellos mismos. La principal peculiaridad que subsistió de la arquitectura hobbit fue la afición a las ventanas redondas, o aun a las puertas redondas.
Las casas y las cavernas de los Hobbits de la Comarca eran a menudo grandes y habitadas por familias numerosas. (Bilbo y Frodo eran solteros y por ello excepcionales, como en muchas otras cosas, entre ellas su amistad con los Elfos.) En ciertas oportunidades —como el caso de los Tuk de los Grandes Smials o de los Brandigamo de Casa Brandi—, muchas generaciones de parientes vivían en paz (relativa) en una mansión ancestral de numerosos túneles. Todos los Hobbits eran, de cualquier modo, gente aficionada a los clanes y llevaban cuidadosa cuenta de sus parientes. Dibujaban grandes y esmerados árboles genealógicos con innumerables ramas. Cuando se trata con los Hobbits es importante recordar quién está emparentado con quién y en qué grado. Sería imposible en este libro establecer un árbol de familia, aunque sólo incluyera a los miembros más importantes de las familias más destacadas en la época a que se refieren estos relatos. La colección de árboles genealógicos que se encuentra al final del Libro Rojo de la Frontera del Oeste es casi un pequeño libro y cualquiera, exceptuando a los Hobbits, la encontraría excesivamente pesada. Los Hobbits se deleitan con esas cosas, si son exactas; les encanta tener libros colmados de cosas que ya saben, expuestas sin contradicciones y honradamente.