Haru No Yurei - Volumen 2: 27. Si el regalo es gratis
Entrar al edificio donde estaban los departamentos también me sirvió para otra cosa. Al menos esa pequeña acosadora no podría seguirme más de aquí. Eso me hizo calmarme un poco. Admito que una de las grandes razones para hacerle caso a Mizore inmediatamente, fue saber que perdería a Hatami con ello.
No es que la odie, pero estaba en medio de una cita.
Y Kurimo parecía completamente renuente a entender.
Mizore malentendió cuando me vio suspirar luego de cerrar la puerta principal del edificio.
–Tu tampoco querías tener esa cita ¿cierto? –
Preguntó ella, pero estaba sonriendo, era una sonrisa de complicidad sexual. Lo que ella quería decir, es que yo también estaba esperando por terminar y venir aquí. Negué con la cabeza. Eso también podía malinterpretarse así que lo mejor era ser claro.
–Si quería. También quería venir, es cierto. Pero… bueno, es que, creo que me metí en un pequeño problema. Nos estaban observando. –
–Entonces no estoy loca. –
Respondió Mizore, cerrando los puños y encogiendo sus brazos en señal de victoria.
–Te diste cuenta… –
–Si… había una chica… ¿O es un chico? –
–¿Eh? –
Pregunté. Kurimo no se veía para nada como un chico. De ninguna forma.
–Un chico, de cabellos negros, estaba parado cerca del arcade, y nos siguió al piso de los dulces después… –
Explicó Mizore.
–Era una chica… –
Respondí.
–¿Sabes qué? Olvidemos eso… tengo una idea de qué está pasando, pero seguro que no quieres saberlo. –
Respondí. Mizore encogió de hombros, pero negó con la cabeza.
–Pero incluso así, tú no eres del tipo que se mete en problemas, bueno, no que yo sepa. ¿Qué ocurrió? –
–Nada que quieras saber. –
Respondí, tratando de olvidar el tema. Debí haber recordado que Mizore tenía un especial interés en que me enfadara con ella en ese momento. Lo digo porque ella no habría insistido de no ser así.
–Es un problema de faldas ¿No es cierto?–
Preguntó ella, y sonrió maliciosamente, abrió la puerta de los condominios luego, y miró hacia afuera.
–Ah… allí está… si es una chica como decías. –
Yo me llevé la palma a la cabeza.
–Mizore… –
–Me castigas luego por esto. –
Respondió ella con una voz cantarina, luego miró hacia los lados.
–¿Quieres ir a hablarle? –
Preguntó Mizore. Yo me di la vuelta.
–No… déjalo como está. –
Respondí, encogiendo de hombros.
–Si quieres, puedo ir allí y decirle que no quieres verla. –
Ofreció Mizore. Yo voltee a verla, ella tenía esa expresión traviesa en su cara.
–Mientras tanto, puedo pensar en lo bueno que sería si simplemente hoy solo te castigo y me voy. –
Mizore se rio con culpa.
–Tu no harías eso. –
Replicó.
–¿Quieres probar? –
Pregunté, ella dudó por un momento.
Mizore cerró la puerta.
–Perdón… –
–Ahora vamos… –
Respondí, ella sonrió, me dio un beso en la mejilla y entró saltando por el pasillo, subiendo alegremente las escaleras, se aseguró de que subir de modo que pudiera ver sus pantis. Negras, y aun así, se notaba una mancha en ellas.
Un nuevo mensaje en el teléfono.
“Que la disfrutes, espero que la trates mejor que a mí.”
Kurimo envió eso a mi celular. Yo miré a Mizore quien se había detenido y me miraba justo antes de abrir a puerta de su casa.
“No tienes una idea de lo que estás hablando. Vete a casa, está comenzando a oscurecer.”
Respondí, y apagué el teléfono. No debería ser interrumpido ahora.
Cuando entramos a la casa de Mizore, ella parecía contenta. Su padre estaba leyendo el periódico, no había señal de su madre por el momento.
–Otou–san… estoy en casa… –
Saludó Mizore, dejando su bolsa colgada. No parecían estar en malos términos. El hombre sonrió.
–Qué bueno que volvieron, los estábamos esperando. –
Comentó el señor. Dejando el periódico.
–¿Dónde está Okaa–san? –
Preguntó Mizore. El señor Hanagima sonrió.
–Esperando… –
Respondió él. Luego se volvió hacia mí.
–Toshikane–kun. Hay algo que me gustaría mostrarte ahora. –
Dijo y se dio la vuelta.
Lo seguí a través de las escaleras.
–Supongo que a estas alturas, ya sabes que mi hija se ha portado mal. Quisiera, si no fuera mucha molestia, aprovecharme de tu amabilidad y pedirte que te hagas cargo de ello. Entenderás que solo puedo hacerme cargo de mi esposa en estas circunstancias, así que si pudieras ayudarme… disciplinándola, te lo agradecería. –
Explicó el señor. Yo voltee a ver a Mizore, quien aun con la cabeza agachada, sonreía.
El señor me había dicho ya que Mizore solía espiarlos, supongo que de eso estaba hablando, yo asentí con la cabeza.
–Será un placer serle de ayuda. –
Nos paramos afuera de la recamara del señor. En el piso había una mancha.
–Aparte le hizo eso a la alfombra. –
Señaló la mancha, yo miré a Mizore quien escondió la mirada.
–En fin… también quería mostrarte algo, sé que puede parecer algo repentino, pero he aquí una idea. Hagan silencio. –
Dijo, y abrió la puerta.
Ahí estaba su esposa. Estaba bocarriba en la cama. Vendada de los ojos y atada con cuerdas que pasaban por todos lados en un perfecto set de bondage como se ve en las películas.
Tanto Mizore como yo nos quedamos sorprendidos. Tengo que admitir que se veía muy bien. La señora no llevaba nada puesto y se veían algunas cicatrices pequeñas en su estómago y sus piernas, resultado del castigo reciente, sin duda.
También había varias marcas de castigos pasados.
–Amo… ¿es usted? No me deje así… amo… –
Aun con la venda de los ojos, la señora estaba enrojecida de todo el cuerpo y hablaba con dificultad. Creo que acababan de terminar cuando llegamos. O quizá el señor estaba dándole un descanso.
Un descaso cruel, si cualquiera me lo pregunta, porque la dejó atada y con los ojos vendados y luego se fue a leer el periódico.
No se veían muchos golpes ni muy duros. Parecía que el señor se había limitado a hacerle cosas sucias, marcar su piel un poco, y luego dejarla allí para que sufriera sola. Su entrepierna aún tenía espasmos, la cuerda que pasaba por allí continuaba estimulándola.
–¿Amo? Por favor… diga algo… –
El señor no había pronunciado palabra.
Mizore miraba a su madre con una ilusión que era difícil de creer.
–Tu hija está aquí. ¿Puedes actuar como una persona decente por unos momentos? –
Preguntó el señor finalmente, presionando uno de los pechos de la señora, quien gimoteó.
–Si amo… perdón… perdón… Mizore… que bueno… que volviste… estoy…. Un poco… indispuesta ahora… –
Explicó la señora, moviéndose con dificultad mientras el señor continuaba apretando su pecho. Luego la soltó, ella descansó con la respiración entrecortada. Las cuerdas le impedían cerrar las piernas, sus muslos también estaban rodeados y amarrados a sus pies.
No podía hacer nada en ese momento.
–¿Quieres intentarlo? –
Pregunté. Mizore asintió con la cabeza varias veces, animadamente.
–Puedo mostrarte como se hace. Si quieres puedes atarla aquí… aunque también es probable que ella quiera su propia cama para esto… –
Comentó el señor.
–Su… su cama… está bien… –
La señora no se veía con ganas de compartir su castigo. El señor le dio una nalgada. Ella gritó.
–Cállate… nadie te preguntó. Ahora quédate en silencio o te lo haré aquí para que tu yerno vea la clase de puta que eres. –
Le amenazó el señor.
–No sé si pueda hacerlo tan bien… creo que sería una buena idea si usted me explica cómo. Si quiere que sea aquí o no, no lo sé. –
Expliqué. El señor miró a su esposa.
–Muy bien, iré por una cuerda. Esperen aquí entonces, pueden tocar si quieren. –
Dijo el señor, se encogió de hombros y se dio la vuelta, saliendo del cuarto luego.
Toqué su pie, la señora sintió cosquillas y se movió… y eso movió la cuerda…
–¿Mizore? ¿Esa has sido tú? –
Mizore me miró con mala cara. Yo solo saqué la lengua, sosteniendo la risa.
–No… ese fue Toshikane–kun… –
Respondió Mizore, mirándome acusadoramente.
–¿Eh? ¿Ehh? –
Se quejó la señora.
–Lo siento… se me salió. –
Quería molestarla un poco. Pero Mizore se lo tomó por otro lado. De hecho, parecía enfadada.
–Oye… Te gusta mi mamá ¿verdad? –
–Claro que no. –
Respondí. Ella entrecerró los ojos.
–¿Dices que es fea? –
Volvió a preguntar. Es una pregunta envenenada. La señora se dio cuenta y respondió.
–Mizore. ¿Qué clase de preguntas estás haciendo? Y en esta situación… –
–Es que… siempre está allí… mirándote… –
Se quejó Mizore. Vaya un momento para ponerse celosa.
–Sí pero… mira lo que estás diciendo. Es un jovencito y yo soy una mujer grande. ¿Qué iba a ver en mí? –
Explicó. Yo suspiré.
–Si me gusta un poco. –
–¿Ehh? –
Mizore y su madre preguntaron al mismo tiempo. Yo me expliqué antes de que eso se fuera por el otro lado.
–Es que bueno… se parece mucho a su hija. No puedo evitarlo. –
Respondí, Mizore bajó la cabeza.
–Eres muy amable… –
Respondió la señora. Mizore protestó.
–¿Cómo puedes decir eso tan complacida de ti misma cuando está mirándote en ese estado tan vergonzoso? –
Se quejó, pero ahora estaba halagada, no celosa.
–Eres tonta como de costumbre. Si está mirándome ahora, en esta situación tan desagradable y no le da asco, eso significa que nada de lo que hagas tú le dará asco tampoco… eso es muy bueno, Mizore. –
Explicó su madre. Me sentí un poco fuera de lugar por escuchar eso tan llanamente, pero no es como que toda la situación fuera muy normal en primer lugar.
–Si bien… Otou–san no debe tardar en volver… ¿cierto? –
Preguntó Mizore, mirando la puerta.
–Antes de que vuelva, déjame decirte esto. He buscado formas de decirlo pero no es fácil si no estás metida en este tipo de situación. A los hombres les gusta destruir lo que es puro. Les gusta manchar lo que es blanco. Si quieres que se quede contigo, dale algo que manchar y deja que su instinto haga el resto. –
–Okaa–san, Toshikane–kun todavía está aquí… –
–Lo sé, no es ningún secreto, es solo conocimiento común… de madre a hija… –
Abrieron la puerta.
El padre de Mizore entró trayendo con él una cuerda. Me preguntaba ahora si la había preparado con anterioridad.
–Muy bien, te explicaré como se hace ¿de acuerdo? –
Preguntó el señor. Mizore asintió con la cabeza, aunque me estaban hablando a mí. Su padre solo la miró de reojo.
–De tal palo tal astilla. –
Comenté, sonriendo, y tomando la cuerda.
–Primero, tienes que atar sus manos… –
Explicó el señor, y tomando a su esposa como si fuera un objeto inanimado, la levantó y le dio la vuelta, ahora estaba de espaldas, con el trasero levantado y todas sus partes privadas expuestas, con excepción de la ligera cuerda que pasaba en medio de ambas.
Tragué saliva.
Mizore se subió a la cama, y se paró al lado de su madre, luego colocó las manos atrás obedientemente, pasé la cuerda alrededor de sus muñecas y luego por su cintura.
–Ahora, necesitas desnudarla. De otro modo no habrá forma de quitarle la ropa después. –
Explicó.
Poco a poco, fui haciendo lo que el señor me iba indicando. Fue sorprendentemente fácil. Cuando terminamos, Mizore sonrió. Parecía emocionada.
–Es verdad… no puedo mover nada… se siente extraño. –
Ahora parecía una copia exacta de lo que habían hecho con su madre. Bueno, le faltaba el sudor y los fluidos corporales escurriendo de sus piernas, pero en un momento quedarían iguales. Todavía no le había vendado los ojos tampoco.
–Muy bien… ya está lista. Puedes llevarla a su cuarto si lo prefieres, o puedes hacerlo aquí. Yo bajaré a ver televisión un rato… –
Dijo.
–Amo… ¿No va a…? –
Y no pudo terminar. Lo siguiente que supo es que el señor estaba tocando su vagina.
–Si, como lo supuse… todavía no está lista… –
–No amo… yo estoy lista… en verdad… se lo juro… –
–No… no está lista… bueno, no importa, puedo esperar todo el día… –
Comentó.
Creo que su plan era que la señora escuchara todo lo que pasaba entre Mizore y yo y eso la pusiera, aún más caliente de lo que ya estaba.
–Lo haré aquí… –
Respondí, encogiendo de hombros. Mizore me miró. No le gustaba mucho la idea, pero qué más da.
–Sabes qué estás exhibiéndote frente al chico ¿No es cierto? No será mi culpa si decide que tu hija no es suficiente. –
Y volviéndose hacia mí, me ofreció:
–Puedes usar a “esta” también, si Mizore no te complace, prueba el plato más grande. No me importa, de todos modos. –
Ofreció. La madre de Mizore se quejó.
–Pero amo… yo le pertenezco… no puedo… –
Le dieron una nalgada. Ella gritó.
–Me perteneces, por eso es que hago contigo lo que yo quiera. No depende de ti, depende de tu hija. –
Dijo el señor, y dándose la vuelta, salió de la habitación.
Creo que toda la intención de eso, era que la señora estuviera preguntándose en todo momento si lo haría. Era fácil ver para mí que había una especie de juego en ello.
El señor quería que su esposa estuviera con la duda.
–Mizore… hazlo muy bien ¿entiendes? –
Preguntó la señora. Mizore se quejó.
–Estoy atada… –
–¿Y eso que quiere decir? Soy… una mujer casada… ¿comprendes?…–
Se quejó la señora. Creo que ella realmente tenía miedo.
–Te parecía tan amable antes… quizá estabas esperando por esto… –
Se quejó Mizore.
Siempre hubo una especie de rivalidad entre ellas, o por mejor decir, Mizore veía a su madre como una especie de rival, aunque no sabía en qué consistía aquello en realidad. Hay que recordar que desde las primeras veces que vine, ella actuó como si yo debiera encontrar a la señora desagradable.
–Ya basta… –
Halé la cuerda que sostenía la espalda de Mizore, y la coloqué en la misma posición que la que estaba su madre.
–Pareces estar olvidando que esto es castigo. –
Agregué.
–No lo olvidaba… –
Respondió Mizore. Yo le vendé los ojos, así como estaba.
–Muy bien ahora, vamos a comenzar. Me gustaría tener la espátula aquí… –
Comenté. El señor había dejado un par de juguetes aquí. Supuse que estaba bien si los usaba. Uno de ellos era un látigo, como de goma. Uff…lo siento por ese trasero. Esto iba a doler.
–Esto servirá. –
Mizore quiso voltear inútilmente, lo digo porque a pesar de su cabeza si podía moverse, bueno, estaba vendada de los ojos.
–¿Qué encontraste? –
Preguntó ella nerviosa.
–Ahora verás… –
Respondí, y di el primer golpe, tenía que ser cuidadoso con esto.
–¡Duele! –
Se quejó Mizore. Su madre alzó la cabeza.
–Eso… es el látigo… –
Preguntó cuándo escuchó el sonido.
–¿Látigo? –
Preguntó Mizore. Le di uno más.
–No… espera… no estoy lista para… –
Otro más.
–Espera… no… –
Nuevamente. Iban cuatro, se marcaron inmediatamente en su piel, dos en cada una de sus nalgas.
–No necesitas estar lista, en realidad es castigo. Quiero que te duela. –
–Te lo mereces. –
Comentó la madre de Mizore.
La ignoré en ese momento.
–Muy bien… estoy indeciso. ¿Dónde debería golpearte ahora? –
Pregunté.
–No… es mucho… duele mucho… –
Respondió Mizore.
–Si no me dices entonces le pegaré a cualquier parte. –
Respondí. Mizore comenzó a entender de que iba el juego, también trató de evitar que pegara en alguna parte que de verdad doliera supongo.
–Mi… trasero… –
–¿Cómo? ¿Qué no hay una forma correcta de pedir las cosas? –
–Pégame en mi trasero… –
Respondió ella, todavía renuente.
–Sucio… –
Repuse.
–En mi sucio… –
Ella iba a decirlo así. Volví a interrumpirla.
–Por favor… –
–Por favor, pégame en mi sucio trasero. –
Le di dos más en el trasero como me había pedido. Pero como antes le había golpeado allí, el dolor se intensificó. Ella entendió en ese momento que su trasero no era más una opción.
Me paré frente a su cara, parecía estar llorando porque había lágrimas en sus mejillas. Sin decir nada, jalé su cabello y le di un beso en los labios. Usé mi lengua para entrar y salir de su boca con obscenidad. Cuando la solté, ella sacaba la lengua y respiraba con dificultad.
–Agradece. –
–Si… gracias… gracias… –
–Muy bien, ¿Dónde ahora? Si lo dices como se debe, te daré más cariño después. –
Le dije, tomando las cuerdas y halando un poco de ellas para estimularla. Las cuerdas que estaban alrededor de sus pechos presionaron.
–Mis muslos… pégame en mis horribles muslos por favor… –
Uno a cada uno, en la parte trasera de sus muslos. Ella gritó ambas veces.
–El látigo… –
Gimoteó Mizore. Se notaba que le estaba costando mucho trabajo soportarlo.
–Ahora ya lo conoces. ¿Te gusta? –
Pregunté. Mizore negó con la cabeza.
–No… me duele… –
Respondió.
–Mala respuesta… –
Respondí, y le di de nuevo, justo debajo de su trasero. Mizore lanzó un suspiro de dolor y lloriqueó.
–De acuerdo… de acuerdo… si me gusta… –
Se quejó ella, llorando.
–Así que te gusta el látigo… eres una pervertida. ¿Dónde lo quieres ahora? –
Eso la descolocó. Había estado siendo obediente y yo le prometí que le haría cariños sí lo era.
–Pero… dijiste que… –
Uno más. Mizore gritó y comenzó a llorar, esta vez a lagrima viva.
–Dime dónde. –
La interrumpí… ella tragó saliva para incorporarse.
–En… mi… espalda… –
–¿Cómo se dice?–
Pregunté, acariciando su espalda con la punta del látigo.
–Por favor… en mi espalda. –
Sollozó Mizore, le di el primero. Ella abrió las manos, inmovilizada y gritó.
–agradece… –
Le dije.
–gracias… –
Respondió ella. Le di otro en la espalda.
–¿Por qué? –
Pregunté, presionando.
–Por el castigo… gra… gracias por castigarme… –
–¿Y quién eres? –
Pasé el látigo por su espalda desnuda.
–Una perra sucia… –
–Completo. –
Ordené. Dándole un tercero. Acercándome más y más a su trasero.
–Gracias por castigar a tu perra sucia… –
–¿Dónde más quieres que te golpee? –
Pregunté de nuevo. Ella levantó la cara.
–Pero… –
–¿Qué? ¿Pensaste que iba a darte cariño? No me hagas reír. Eres una perra mala, y a las perras malas no se les hacen cariños. –
Respondí, coloqué la punta del látigo en su mejilla, como si fuera a golpearla, Mizore temblaba.
–Por favor ya no… me duele mucho… –
–¿Volverás a espiar? –
Pregunté. Mizore sostuvo sus lágrimas para responder.
–No… –
–¿No qué? –
Acaricié su trasero con el látigo, eso hizo que ella respingara, aterrada.
–¡No volveré a espiar! ¡No lo haré otra vez! Lo juro… el látigo no… el látigo no… te lo imploro… duele mucho… –
Si voz se fue ahogando en llanto a medida que decía esas cosas.
–Muy bien, buena chica… eres una buena chica. –
Respondí, acariciando su cara, ella sintió la palma de mi mano e inmediatamente comenzó a restregar su mejilla contra ella.
–Ahora continuemos… –
Le dije.
–El látigo no… –
Se quejó Mizore.
–¿Quién hablo de látigo aquí? –
Pregunté, bajando mi pantalón. Le di la vuelta a Mizore, quien quedó bocarriba y me acomodé del lado de su cabeza. Sin decir nada, coloqué mi pene en su boca y lo metí. Ella se atragantó.
–Hazlo bien. –
Le dije, le di una bofetada muy leve, que sonó extraño porque ella tenía mi pene dentro de su boca. Usé las cuerdas para jalar de ella mientras lo hacía con su boca, Mizore comenzó a usar su lengua sin que yo le dijera nada.
En ese momento, el padre de Mizore volvió.
–¿Bien? ¿Cómo está? –
Preguntó él.
–Rico… –
Respondió Mizore.
–No tú, estúpida. –
Le reclamé.
Luego me volví al señor.
–Creo que esta lista. –
Le comenté.
–Muy bien, en tal caso, creo que vamos a darle a estas perras lo que necesitan. –
Dijo y se colocó detrás de su esposa.
–amo… por favor… por favor… –
–Cállate. –
Le respondió el señor, dándole un golpe.
–Tengo una idea. –
Me dijo. Sonaba interesante para mí.
Las colocamos la una frente a la otra y les quitamos las vendas. Ahora podían verse mutuamente, tiene que haber sido curioso verse así, con el trasero levantado en direcciones opuestas.
–¿Al mismo tiempo? –
Pregunté. El señor asintió.
Uno… dos… tres.
El sonido de ambas gritando inundó la habitación. Hay que decir que el señor fue directamente a lo duro. Yo me ocupaba de ello un poco más despacio. Esto es a lo que yo llamo una madre que pasa tiempo de calidad con su hija.
Mizore no entendió al principio lo que estaba pasando.
–¿Qué es esto? Me duele pero… –
–Te golpearon ahí justo ahora… –
Respondió su madre. Es cierto, cada vez que empujaba, por fuerza tocaba su trasero, que estaba herido.
–¿Qué fue lo que pasó?–
Preguntó el señor a su esposa, le dio con el mismo látigo. Sonó fuerte. Sus golpes no se parecían en nada a los míos. La sostuvo del cabello y la levantó con fuerza.
–Castigaron a tu hija… lo gozaba como una puta. –
Respondió la señora, yo le di a Mizore una nalgada.
–¿Dice la verdad? –
Pregunté. Ella asintió con la cabeza.
–Perdón… –
Dijo Mizore. En ese momento, la señora dijo algo que no debía.
–el chico la trata bien… a esa perra sucia. –
No hubiera dicho eso. Si hay algo en cuanto a los masoquistas, en especial ella, es que… ella reserva esa parte para nosotros. No iba a agradarle que cualquier usara ese nombre, es una ofensa grande (algo parecido a lo que Mizore hizo cuando imitó a su madre el primer día que ella nos encontró en estas cosas.) En especial si hablamos de su madre, y en especial si hablamos de cómo ve ella a su madre.
Aunque… había una razón para ello.
Mizore respondió.
–Qué raro… dijiste… que era…. Amable. –
Le dijo Mizore. Le di una nalgada con fuerza, Mizore gritó, pero el daño estaba hecho. El hombre levantó a su mujer por las cuerdas, enojado.
–¿Qué significa eso? –
Preguntó.
–No significa nada… no significa nada amo… se lo juro… –
–Te gusta el muchacho ¿no es cierto? –
Preguntó, dándole con el látigo, donde cayera. Esta vez en su espalda.
–No… no… amo… por favor… –
–Mentirosa… apenas si te tocó el pie, y pude ver como tus pezones se hicieron duros… ¡te gusta mi novio! –
Se quejó Mizore.
–No es… cierto… es la reacción normal… es la reacción normal… ah… –
El señor se enojó. Le dio uno duro, con todas sus fuerzas. El golpe cayó sobre su trasero y la hizo que se levantara aun atada, las cuerdas, obviamente apretaron. El dolor tiene que haber sido inmenso.
Levanté a Mizore del cabello, con fuerza.
–Tu y yo vamos a “hablar” de esto muy seriamente. –
Le susurré. Ella negó con la cabeza.
–yo solo ayudo a mi mamá… –
Dijo. La dejé caer luego.
La señora lloraba.
–Perdón… perdón… –
–¿estas insatisfecha? ¿Es eso? –
–No… amo… por favor… no es eso. –
Siguió diciendo la señora.
–¿Qué es entonces? –
Preguntó el señor, su esposa estaba de nuevo con la cara sobre la cama.
–Es que… es joven… y atractivo… no es que esté insatisfecha, se lo juro… es mi cuerpo… no es intencional… –
¿Eh?
Saqué mi pene de Mizore, quien suspiró aliviada. Le di una bofetada leve para llamar su atención.
–¿Sabías de esto? –
Pregunté. El llanto de su madre evitó que su padre me escuchara, aunque bien pensado, puede ser que él también lo supiera, y… no supiera como abordarlo.
Lo demostró después.
–Si se lo dices a la cara, te perdonaré, de otro modo, desearás no haber nacido ¿entiendes? –
Le quitó la venda de la cara. Era la mirada de una mujer qué sabe que lo mejor es decir la verdad, aunque estuviera en presencia de la única persona de quien ella pretendía esconderla.
Me refiero a mí.
¿Qué iba a pensar yo si la madre de mi novia coqueteaba conmigo?
Eso es lo que ella debería estar pensando.
–Toshikane–kun… –
–¿Le llamas por su nombre? –
Preguntó el señor, dándole otra nalgada. Hay que ver que él todavía estaba dentro de la mujer.
–No… Otagane–kun… –
–“sama”… puta irrespetuosa. –
La señora se corrigió por tercera vez.
–Otagane–sama… es cierto… lo que dice Mizore. No es mi intención pero… es cierto… gracias por tus palabras amables… te darás cuenta de que hace mucho que no dicen nada lindo sobre mi… –
Y se puso a llorar.
–Termina de decirle mujer. –
Argumentó su marido, ya no estaba hablándole en mal modo. De cierta forma, creo que ella se confesara era el propósito de todo este momento. Tal vez el señor tenía miedo de abordarlo solo. Podía ser.
¿Cómo le preguntas a tu esposa “te gusta alguien más”?
No hay forma linda de decirlo.
–¡Es que! Él… va a pensar qué soy desagradable… –
–Él no piensa esas cosas… –
Respondió Mizore.
–Ya la escuchaste, ahora dile todo completo. O habrá golpes. –
Se quejó el señor. Por fin salió de ella y se apartó un poco, ahora estaba parado al lado de la cama.
–El día en qué los encontré, quería hacerlo… quería decirte que eres lindo… y besarte… pero luego me dio pánico… y mentí. Y… Otagane–sama estaba totalmente pendiente de mi hija… porque ella es joven y bonita… no había sitio ahí para una mujer vieja y maltratada como yo… –
–Así que puedes ser honesta ¿eh?–
Dijo el señor, tocándola del trasero, esa fue la primera vez que ella recibió una caricia en todo el rato.
–Quiero morir ahora… –
Se quejó la señora.
–Podemos resolver esto de la forma en que tú quieras, Toshikane–kun. Lo pensé antes y si a mi hija le gustas, es obvio que le ibas a gustar “a esta” también. Puedes hacer lo que quieras. –
–¿Esta bien si la desatamos por ahora? No creo que vaya a correr. –
Comenté. La señora me miró con los ojos llorosos. Su marido se acercó a ella, y soltó las cuerdas de sus hombros con una pequeña navaja.
–Ya vas haciéndote una idea de lo que vas a hacer ¿No es cierto?–
La señora volteó a ver a su esposo. El resto de las cuerdas se soltaron solas.
–¿Esta esto bien? Amo ¿No seré castigada después por ello? –
Preguntó la señora.
–¿De qué hablas? Yo le estoy haciendo un regalo a mi yerno. Si le gusta o no le gusta, eso es otra cosa. A partir de ahora, si él quiere, puede usarte cuando quiera. –
Y terminó de desatarla, luego la empujó hacia mí, levemente.
–Señor Hanagima, déjeme aclarar algo… cuando mencionó que no estaba lista, ¿Hablaba de esto? –
El señor asintió sin decir nada. Yo sonreí. Me volví hacia Mizore después.
–¿Estás bien con esto? –
Pregunté ahora, dirigiéndome a Mizore.
Ella se rio levemente, sin aliento.
–“Es mi vida” fue lo que dijiste. Demuéstralo… si tocas a mi madre, romperé contigo. –
Me amenazó Mizore. Palabras vanas porque yo había comprendido de que se trataba esta escena.
–No es como que si me importe de todos modos. –
Respondí, y poniendo el pie en su cabeza, la empujé con fuerza. Mizore cayó de la cama de espaldas, con un golpe sordo. Me miró y dijo:
–Me vengo… –
Y los jugos de amor de Mizore mancharon la alfombra. Su padre apenas pudo contener la risa. La madre de Mizore me miró a los ojos.
–Otagane–sama… yo, no pretendo reemplazar a mi hija… sé que no podría pero, si no puede hacerlo, o si no quiere… yo… me conformo con un beso… –
–Tatami–chan… –
La llamé por su nombre. Ella me miró con cara de sorpresa.
Quería decirle que no era necesario el “sama” pero, en realidad, eso podría hacer que toda la intención se perdiera, y el encanto también. Si su esposo la había colocado en ese sitio, es porque de algún modo, intuyó que ella no se sentiría culpable.
No era su decisión, la estaban obligando.
La excusa perfecta. Y su propio esposo se la dio.
–¿chan? –
Preguntó ella, roja de la cara. Asentí con la cabeza.
–Eres una mujer hermosa. –
Le dije. Sus ojos brillaron con una intensidad difícil de creer, ella solía ser bastante seria, pero ahora mismo, aunque hubiera querido, no podía ocultar lo feliz que era.
–No… no tiene que ser amable… está bien si me dice lo que realmente piensa, yo… no pretendo actuar como una doncella luego de todo lo que he visto sobre mí. –
Explicó la señora. Yo volteé a mirar su cuerpo, sus pechos eran grandiosos, y su vientre, a pesar de haber tenido dos hijos, seguía siendo plano. Sus muslos tenían marcas de golpes recientes, aun así, se veían deseables. Era una mujer en toda la expresión de la palabra.
A mí me gustan así.
Bueno, me gustan de muchas maneras pero esta era una de ellas, sin duda.
Tengo que haber causado una buena impresión. Lo digo porque ahora estaba ahí, sobre la cama, con una erección que era incluso dolorosa.
Nunca he sido muy engreído con eso del tamaño y esas cosas, pero es que soy un chico saludable.
La señora tragó saliva. Insisto, no creo que fuera el tamaño, pero pienso que resultaba un poco impresionante de ver.
–Eso… es… ¿por mí? –
Preguntó ella, yo asentí con la cabeza y sonreí. Luego me acerqué a ella poco a poco.
La señora se encogió un poco con vergüenza.
–Voy a decirte un secreto, Tatami… –
–¿Y el chan? –
Preguntó ella, temblando, yo le puse una mano en el hombro y la atraje hacia mi lentamente, pasé mi otra mano por su cintura.
–Me encantan las mujeres como tú… –
–¿Cómo yo? ¿Viejas? ¿Feas? –
–No digas esas cosas… mira… tu vagina todavía se moja cuando la acaricio, eso quiere decir que todavía estás en edad de hacer estas cosas ¿No es cierto? Este cuerpo todavía puede dar mucho placer…–
Bajé mi mano lentamente, pasando por su pechos, sus pezones estaban erectos.
–Que un jovencito me diga eso es… –
–¿Es qué? ¿Qué piensas de esto? ¿Qué piensas de que quiera hacerte cosas pervertidas? –
Comencé a acariciar su clítoris, mi otra mano fue a su trasero y lo recorrió. Era bueno, y a pesar de estar algo golpeada, ella no hizo nada para evitarlo, lo sostuve con fuerza, como tratando de calcular el peso de sus nalgas con mis manos.
–Soy una infiel… estoy siéndole infiel a mi amo… y él me está mirando… –
El señor pareció estirarse, satisfecho de sí mismo por alguna razón. Luego suspiró.
–Muy bien, ya que soy tan buen suegro, creo que yo también merezco una recompensa. –
Y diciendo esto, tomó su celular. Imagino que estaba grabando. Yo no tengo problemas con esa clase de cosas, así que no dije nada.
–Puedo hacerlo con mi boca si quiere… –
Ofreció la señora.
Expuse mi pene sin decir nada, ella lo tomó con una mano y acercó su cara para comenzar a lamerlo. Comenzó a hacerlo con mucha habilidad, como nunca, a decir verdad. Duele admitir que la señora era buena para esto, muy buena, su lengua pasaba por mi glande envolviéndose eróticamente alrededor de él.
Tuve que hacer esfuerzos para no venirme.
–Su pene… es delicioso… –
Dijo ella, restregando su cara contra él.
Iba a acariciar su cabeza y ella escondió su cara con miedo. Eso me dio algo de ternura a decir verdad. Era un gesto que Mizore todavía no hacía. Estaba asustada de ser golpeada, o al menos eso fue lo que demostró.
–Tranquila, no voy a pegarte… –
Le dije. Ella me miró, con los ojos llorosos.
–Otagane–sama… perdóneme por ser egoísta… –
–¿Egoísta? –
Pregunté.
–Yo quería hacer esto… es mi culpa… mi cuerpo me lo pide y… lamento mostrar un lado tan lamentable… –
Explicó ella, supongo que era su forma de decir que quería hacerlo. Yo asentí y acaricié su cabeza.
–No tienes nada de qué avergonzarte, Tatami. Le daremos a tu cuerpo lo que pide, muy, muy cuidadosamente ¿está bien? –
Ella asintió. Luego bajo la cara y arrojó su cuerpo contra mí, recargándose sobre mi pecho, comenzó a lamerlo. Mizore protestó.
–Awww te van a tratar bonito… que envidia. –
Y al igual que Mizore el día en que estábamos con Akane, se dio la vuelta y levantó su trasero, aunque con mucha más gracia y erotismo que Mizore, hay que decirlo, expuso su vagina asegurándose de que la mirara desde donde estaba.
–No tengo más que esta vagina flácida y desagradable… pero haré mi mejor esfuerzo para complacerle, Otagane–sama, así que por favor… úsela para su placer. –
He dicho antes que las mujeres que no lo aparentan suelen ser las mejores en esto. La madre de Mizore era el ejemplo perfecto de una mujer de estas. Nunca había podido imaginar, que el cuerpo de una mujer normalmente tan distante como esta, me daría tanto placer.
Sus caderas, su trasero, sus paredes, su espalda, incluso su voz. Todo parecía saber exactamente lo que yo quería. Puede ser que, si Mizore sabía de esto, ella le hubiera contado algunas cosas, pero… demonios. Sabía cosas sobre mí que no sabía ni yo.
Estaba concentrado en no terminar cuando ella interrumpió mis pensamientos.
–Otagane–sama… Otagane–sama… –
Me llamó.
–¿Cómo se siente? Mi cuerpo… ¿no le desagrada? –
Preguntó.
–Es grandioso… –
¿Cómo es que su esposo era capaz de insultarla? Me preguntaba. Yo tuve trabajos para no decir que era lo mejor que había probado, y no lo dije solamente porque Mizore estaba allí, mirando como estúpida.
–Ocúpese de saborearlo muy bien ¿Si? Puede ser malo si quiere… a mí no me molesta… –
No tenía las fuerzas para hacer eso. Estaba acostada en la cama, con el trasero levantado y con mi pene dentro de ella, y aun así, quien llevaba la voz cantante era ella.
Fue agradable, yo… recordé lo que era ser el fantasma de primavera.
Cambié un poco el ritmo para recuperar el control sobre mí mismo, pero Tatami volvió a adaptarse inmediatamente, y aunque ahora era yo quien estaba empujando, no por eso fue más fácil evitar terminar. La sostuve del cabello mientras empujaba para guardar las apariencias. Ella alzó la voz en sus gemidos cuando hice eso.
–Ah… Otagane–sama… gracias por prestar atención a una mujer como yo… gracias por darme su pene… se lo agradezco mucho… soy tan feliz… –
No pude más. La sostuve de la cintura con la otra mano, y me preparé para venirme. Ella parecía feliz.
–Me voy a venir. –
Dije. Ella se rio levemente.
–¿De verdad? ¿Me va a dar su semen? ¿Dónde quiere que sea? ¿Lo va a poner en mi vientre? O… tal vez afuera… ¿en mi boca? Yo… lo complaceré en todo… soy su regalo, después de todo… –
Mire a su esposo, quien estaba grabando, como preguntándome si tenía su aprobación, el señor me hizo una señal para que continuara.
–Dentro… –
Fue todo lo que pude decir. Ya no tenía mucho sentido seguir conteniéndome.
Comencé a aumentar el ritmo. Ella me apresuró.
–Si, por favor, Otagane–sama… ponga su semilla dentro de mi… por favor… se lo suplico. –
No tenía que suplicar, su vagina estaba exprimiéndome como desquiciada. Comencé a llenar su vagina con mi semen, que estaba también desesperado por salir. Ella volteó a verme, sin dejar de moverse, estaba bastante emocionada.
–Otagane–sama… yo… me siento tan feliz… su semen está llenándome… puedo sentirlo… está caliente… Otagane–sama me ha dado su semen… ha puesto su semilla dentro… haré un buen uso de ella… lo prometo… –
Continué empujando con las pocas fuerzas que me quedaban, Tatami continuó recibiendo los embates, separando y contrayendo sus paredes para recibirme
–Oh cielos… voy a darle un buen uso a esto también… –
Comentó el señor, luego me miró, como asustado.
–Uso personal, no hay de qué preocuparse. –
No tuve mucho tiempo para preguntar porque uso personal. Me recargué sobre Tatami, exhausto. Ella ronroneaba.
–¿Mi cuerpo… es lo suficientemente bueno?–
Preguntó ella.
No es que no me guste Akane, o Mizore, o ninguna de las chicas con las que tengo esta clase de relación, pero las amas de casa son lo mejor. E incluso entre las amas de casa que conocía, en esta clase de situaciones, Tatami era de lo mejor.
¡Qué mujer!
–Lo es… –
Respondí. Tenía mucho tiempo que no ocurría, que quien quedaba exhausto era yo. Mizore llamó a su madre.
–Okaa–san… ¿Te gustó? Es… mi regalo. –
–¿Fue idea tuya? –
Pregunté, Mizore asintió.
–Es su cumpleaños–
Confesó Mizore. Estaba roja de la cara, al parecer había estado usando las cuerdas para estimularse, todo ello mientras miraba.
En cierto modo, si se sintió como que ella empujó esto.
–¿Me engañaste para eso? –
–Tenía que ser hoy. Por eso es que te hice venir a prisa. Lo acordé con Otou–san antes. –
Explicó.
–¿Amo? –
Preguntó la señora, sorprendida, el señor se dio la vuelta.
–Bien yo… es decir… te gusta él ¿No es cierto? … Tengo que salir ahora… –
Y escapó. Eso sí, se llevó el celular.
Bien. Claro. ¿Por qué iba el señor a darme a mí un regalo? Yo no hice nada que lo mereciera. No… si el regalo es gratis, entonces el regalo eres tú.
La madre de Mizore me miró por unos momentos, luego se tapó la cara con las manos, avergonzada.
–¿Puedes desatarme? Quiero decirle feliz cumpleaños a mi mamá. –
Explicó Mizore. Yo suspiré, me acerqué a Mizore y deshice las ataduras. Las cuerdas cayeron dejando marcas en su piel. Ella se levantó y fue hasta donde su madre.
–Feliz cumpleaños. –
Dijo casualmente.
–¡Tonta! –
Gritó su madre, creo que estaba más que justificado, se puso a llorar pero Mizore solo sacó su lengua.
–No eres honesta… –
Respondió ella. Su madre la miró con lágrimas en los ojos.
–Claro que no… es decir… todo lo que hice… Tú y tu padre… –
Parecía tener problemas para acomodar sus pensamientos. Yo me acerqué y puse una mano en el hombro de Mizore. Ella volteó a verme.
–Supongo que hay una razón ¿No es cierto? –
–Es mi madre. –
Respondió Mizore.
–Si pero… ¿algo como esto? Incluso está avergonzada. –
Me quejé.
–Tu querías ¿no? –
–No basta con querer… –
–Mi madre me dio todo lo que tengo. Incluyendo el hecho de tenerte aquí ahora. Es por mi madre que soy como soy, mi padre… tiene sus propias razones. Pero ambos sabíamos que le gustaste desde el día en que te conoció. No iba a admitirlo a menos que fuera así de extremo. Yo quería darle a mi madre algo especial… y bien pensando… te comparto con muchas mujeres, no puedes evitarlo, te gustan… ¿Por qué no mi madre? si le gustas tanto…–
–¿Hace cuánto que lo planeaste? –
Pregunté. La madre de ella había dejado de llorar.
–No estoy segura. No diré qué desde que viniste aquí y me di cuenta de que mi madre te miraba… pero hace tiempo ya. –
Explicó Mizore.
–¿Por qué no me dijiste nada? –
Se quejó la señora.
–Porque… si te lo decía dirías que no, y se arruinaría. –
Respondió Mizore.
–Claro que iba a decir qué no, es decir, soy casada. –
–¿Y por ser casada dejó de gustarte? –
Preguntó Mizore.
–No pero… –
–Entonces conserva tu regalo… incluso tu esposo dice que está bien…–
Se quejó Mizore.
–Pero él… –
Se quejó la señora, refiriéndose a mí. Mizore la corrigió.
–“Otagane–sama” –
Le corrigió. La señora enrojeció hasta las orejas.
–No me hagas decirle así… –
–Como sea, él no sabía nada y aun así dijo que le gustas… ¿No es eso suficiente? –
Repuso Mizore.
–¿Era cierto? Todo lo que dijiste… –
Preguntó la señora.
–Si… yo estaba siendo sincero… –
Respondí, algo avergonzado de que me lo estuviera preguntando a estas alturas, como si fuera yo parte del complot. No lo era.
Incluso pensé que no se llevaban bien.
–También yo… fui honesta… –
Respondió la señora.
–Tu… No vas a decir nada ¿cierto? No habrá… rumores sobre esto… es decir… –
–Puedes estar tranquila, Okaa–san. Te aseguro, que él no es así. –
La madre de Mizore suspiró. Con la cabeza gacha, se sentó sobre la cama, pensativa.
–Si… quieres… otra vez… un día… yo… estaré disponible… incluso mi esposo dijo que lo hiciera. Yo realmente pensé que estaba entregándome porque lo excitaba… ahora veo que la más excitada era yo. –
Mizore había dicho que su padre tenía otras razones. Esa podía ser una, pero no dije nada. Por otro lado, como dije, yo había recordado algo importante. ¿Acaso no era el propósito del fantasma, cumplir con estas cosas?
Mizore no pareció contentarse con eso.
–¿Porque tienes que ser tan fría? –
Se quejó Mizore, yo voltee a verla. Ya estaba siendo demasiado honesta, aunque Mizore parecía pensar que no bastaba.
–Di la verdad. No va a ir a ningún sitio, no va a pasar nada si eres honesta. Solo dile la verdad. Es vergonzoso ser tu hija y tener que decirte esas cosas… –
Explicó. Su madre suspiró, supongo que pensaba que tenía razón. Era la verdad, de todos modos.
–Gracias por el regalo, Mizore… me hacía falta… no es que no me guste ser… maltratada, pero… a veces me hace falta algo así. Lo atesoraré. ¿Está bien? –
Mizore asintió.
–Ahora salgan… tengo que… vestirme y preparar la cena. –
Dijo después, supongo que tratando de volver a la normalidad. Yo asentí y Mizore también. Nos vestimos y salimos del cuarto
Una vez afuera, nos encontramos con que el padre de Mizore estaba colocando un pastel en la mesa.
–Mizore, faltan dos botellas de té helado del auto… ¿puedes traerlas? –
Preguntó él. Mizore salió.
Yo decidí que lo mejor era preguntar antes de que se olvidara. Él preguntó primero.
–Tu… no te molesta que te haya grabado ¿cierto? –
Preguntó él, creo que en forma de iniciar conversación. Yo suspiré.
–No, dejé de preocuparme por esas cosas hace mucho tiempo. Más importante que eso, Mizore mencionó que usted tenía sus propias razones para hacer esto. Imagino que hay que querer mucho a una mujer para hacerle un regalo de esta naturaleza. Siendo así… ¿Por qué no le dice cosas lindas a su esposa? –
Pregunté. El señor suspiró.
–No estoy seguro. Con el tiempo… te pierdes en esto ¿entiendes? Hace mucho que me doy cuenta de que he perdido la línea. Pero no puedo simplemente dar marcha atrás como si nada. Pensará que algo malo me sucede. Se preocupará, incluso puede que piense que me estoy forzando a hacerlo. Es un poco problemático… No dejes que te ocurra a ti. No te olvides de recordarle que, pase lo que pase, ella es hermosa, que es especial para ti… no lo olvides. Sé que debo dar marcha atrás, sé que debo volver a ser amable con ella, sé que debo hacerle cumplidos y regresar al punto en que podíamos ser una pareja normal de cuando en cuando, pero no estoy seguro de cómo hacerlo o cuánto va a tardar. He dado el primer paso. –
Explicó él. No creo que se refiriese a otra cosa que no fuera el sexo. El señor era un hombre normal cuando hablaba con ella normalmente, pero ahora no podía hacerle un cumplido a su esposa durante el sexo sin sentirse… extraño por ello.
Sea como fuera, como dijo, había dado el primer paso.
–Lo noté. –
–No había alguien que nos dijera como hacer estas cosas cuando comencé a salir con ella… y las cosas poco a poco fueron escalando. Olvidé lo que era ser amable con ella hace mucho. Hace ya tiempo que me siento mal por ello, pero no hay forma amable de hablarlo ¿O sí? Fue en ese momento que Mizore me mencionó todo esto. Admito que estaba un poco en contra al principio. Pero… quería que ella se sintiera especial, y por el momento, no me atrevo a hacerlo yo. –
Bueno, no era nada nuevo, sé que existe un término para esas parejas que intercambian compañeros para esto. Pero nunca entendí las razones. El amor tiene tantas caras.
Yo me preguntaba en ese momento… si Mizore, o Akane, o Sanae tal vez, de verdad quisieran algo que yo no puedo darles, ¿Estaría yo dispuesto a llegar tan lejos?
Supongo que no.
Me falta mucho por aprender.