Haru No Yurei - Volumen 3: 14. De Tal Palo Tal Astilla
Pasados unos momentos, estaba sentado en el suelo tratando de recuperar el aliento. Sanae me miraba con una mezcla extraña entre desconcierto, coraje, resignación y alegría que para mí era difícil de entender.
–¿Cómo lo haces? –
Preguntó ella después de unos momentos.
–¿De qué hablas? –
Pregunté yo, ella se sentó y se acomodó el sostén.
–Hacer que haga todo lo que tú digas… es humillante. –
Se quejó ella. Yo suspiré. Era tarde para enojarse por ello.
–Oh, vamos. Estuvo bien ¿O no lo estuvo? –
Pregunté. Sanae suspiró.
–Seguro que mi madre escuchó todas esas tonterías que me hiciste decir… –
Dijo finalmente, tratando de recobrar la calma.
–Tenía que hacerse a la idea. –
Respondí. Es que era algo que yo ya había usado con anterioridad. Funcionaba de alguna manera.
–¿O piensas que tu madre tiene razón? –
Pregunté, al ver que ella se había quedado en silencio.
–No… Yo bien… estaba siendo sincera ¿entiendes? –
Dijo ella. Creo que se refería a las cosas que dijo, especialmente aquella de que estaba loca por mí. Es que Sanae nunca lo había dicho con esas palabras. Yo me acerqué a ella un poco, ella se alejó.
–No. Aléjate… no te me acerques… bestia… –
Me dijo, y yo estaba a punto de reclamar cuando ella, por voluntad propia, me dio un beso en los labios. Aquello fue sorpresivo.
Ella se explicó después.
–Es que… si te acercas más, puede que no lo soporte y me lance a tus brazos como la niña tonta que soy… –
Dijo y se puso de pie. Se veía linda, y era tierna, hasta el punto en que no sabía si me daría un paro cardiaco. Sanae comenzó a acomodarse la ropa.
–Iré arriba a darme un baño… ahora que mi madre escuchó todas esas cosas vergonzosas, supongo que no querrá volver a verme. –
Dijo ella, y encogió de hombros. Vaya una niña caprichosa ¿eh?
En ese momento, abrieron la puerta.
–Perdón por la intromisión… –
Dijo Minase, asomándose un poco. Sanae saltó.
–Sí, bueno, puede ser que Okaa–san no sea la única que escuchó, Onee–chan. –
Dijo ella.
–¿Estabas allí? –
Preguntó Sanae alarmada.
–Sí, pero descuida, no pasa nada. Yo… ya sabía que eres así… –
Dijo, pero aunque estaba roja de la cara, no parecía poder mirar a su hermana mayor a la cara. Supongo que necesitaba algo de tiempo para asimilar. Es que sí fue excepcional.
–¿Así cómo? –
Preguntó Sanae.
–Así de pervertida. –
Completó, pero no Minase, sino Kurimo. Sanae la miró con la cara roja, pero Kurimo levantó la mano, en señal de que no era todo lo que quería decir.
–Descuida, no voy a juzgarte, supongo que la palabra pervertida no tiene mucho sentido si no puedes serlo con el hombre que amas. Yo no soy diferente. –
Sanae no pudo sufrirlo.
– Vo…Voy a darme un baño… te llevaré a casa después… –
Dijo Sanae a Minase, saliendo de la cocina.
Minase y Kurimo la dejaron pasar, yo solo miraba la escena, luego Minase se acercó a mí y usó su dedo para presionar mi mejilla.
–Yoink… yoink… –
Dijo. Luego miró a Kurimo.
–No creo que pueda servirnos ahora mismo… –
Dijo. Yo miré a Minase con recelo. ¿Qué esperaban? ¿Qué me pusiera de pie y estuviera como nuevo? no soy de piedra.
Kurimo se rio levemente.
–Te dije que no debiste dejar sola a tu Onee–chan. Últimamente es muy proactiva… –
Comentó Kurimo.
–¿Quieren callarse las dos? ¿Ya se dieron cuenta de lo que están hablando en pleno día? –
Pregunté, poniéndome de pie. Ambas me miraron y se señalaron la una a la otra. Yo me llevé una palma a la cabeza.
–Quiero saber ¿Que estás haciendo aquí? –
Pregunté, volviéndome a Minase. Ella se quejó.
–Oye… ¿No puedo venir de visita de cuando en cuando? –
Preguntó Minase. Suspiré. Es que no es así como quería decirlo.
–Claro que puedes. Pero ¿Por qué hoy en especial? –
Pregunté, Minase me mostró su celular, luego me explicó.
–Mi madre llamó y dijo que Onee–chan iba a regresar a casa. Yo no le creí, y luego Hatami–chan dijo que podía venir y comprobarlo por mí misma. Y ya lo comprobé…–
–¿Podemos hablar de otra cosa? –
Pregunté. A Kurimo no parecía molestarle que su amiga ventilara esas cosas solo así.
–No es culpa mía que Onee–chan haga un escándalo así… ella debería ser más discreta… –
Se quejó Minase. Creo que escuchar todo le había provocado a Minase un problema.
–No creo que eso sea posible… no en esas circunstancias. –
Respondió Kurimo. Minase suspiró.
–Bueno, es que yo nunca lo hice así. ¿O sí lo hice? Claro que no… supongo que los pechos sí importan después de todo. –
Voltee a ver a Minase. Ella hizo disimuló silbando y mirando a otro lado. Kurimo me señaló.
–Las primeras veces es tierno. Luego se vuelve todo loco y realmente no le importa si te lastima… –
Respondió Kurimo, yo voltee a ver a Kurimo ahora.
–¿En verdad? –
Preguntó Minase, al parecer sin creerlo del todo.
–Claro que no, es decir… es que… –
Iba a decir que era mentira, pero ya que lo pensaba bien, no era mentira. Sí soy así.
Miré a Kurimo, quien sonrió.
–Yo no dije que eso sea algo malo. –
Dijo Kurimo. Minase me miró acusadoramente.
–Debe ser bueno… –
En ese momento, el teléfono de Minase comenzó a sonar.
…¿Moshi–Moshi?…
Preguntó ella al teléfono. Tanto Kurimo como yo la miramos.
…No se entiende nada…
Replicó Minase. Kurimo le puso una mano en el hombro.
–Pon altavoz. –
Sugirió. Minase la miró, luego me miró a mí. Y encogió de hombros. Puso el alta voz. Era su madre. Y del otro lado del teléfono, se escuchaban esos mismos sonidos que aquí se habían escuchado hace un momento.
…Minase… por favor… quédate a dormir con tu Onee–chan ¿sí?…
Minase hizo como que lo pensaba. Pude reconocer la voz de mi antiguo jefe preguntándole cosas sucias a la señora, y a la señora Akiyama, respondiendo con una voz un tanto infantil.
De tal palo tal astilla.
…No lo sé. Onee–chan puede pensar que soy una molestia…
Se quejó Minase.
…Por favor, hija, es… importante…
Se quejó la señora del otro lado del teléfono. Se escucharon más ruidos obscenos. Kurimo le puso una mano en el hombro.
–Tu madre lo está pasando bien. –
Le recordó ella. Creo que Kurimo también pensaba que era una buena idea que Minase se quedara aquí.
“Señor, por ahí no…”
Y colgaron.
Minase suspiró.
–Bien, le diré a Onee–chan que su esposo ayudó a revivir los lazos maritales de mi madre y por ahora no tengo a donde ir… –
Se quejó. Luego me miró con algo de desagrado.
–¿Qué sentido tiene jugar a eso de todos modos? –
Preguntó ella.
Hablaba de que bueno, hasta cierto punto yo tenía razón, la “madurez” de la señora no era tan sexy como ella misma creía. La prueba estaba en que de algún modo, estaba repitiendo el mismo juego de Sanae, y por lo que escuché, tenía buenos resultados.
Minase no lo entendía.
–Jugar es divertido… –
Respondió Kurimo.
Me puse de pie, sacudiéndome las rodillas. Luego le puse una mano en la cabeza a Minase.
–Para todos los gustos hay un color… –
Le dije, luego acaricié su cabeza.
–¿De verdad? ¿Qué es lo que me gusta a mí? dímelo… –
Se quejó ella, retándome.
–No lo sabes tú ¿Cómo voy a saberlo yo? –
Respondí, ella me mostró la lengua.
–Pues averiguándolo… digo, ya que voy a pasar la noche aquí, según parece… –
Se quejó. Kurimo intervino.
–Creo que deberíamos dejar que Akiyama–san lo tenga hoy. A cambio podemos por ahora solo ir a mi alcoba y continuar lo que tenemos pendiente… tenemos tiempo… –
Eso sonó súper pervertido. Voltee a ver a Kurimo a los ojos, ella sonrió, pero no había nada en su expresión que me dijera que ella estaba hablando en el sentido en que sonó. Aun así, eso hizo dudar a Minase.
–No creo que Onee–chan quiera compartirlo ahora mismo ¿verdad? –
Preguntó Minase. Kurimo le respondió.
–Le está costando adaptarse. –
Dijo. Creo que a Kurimo de algún modo le pesaba haber hecho que Sanae llorara el otro día, aunque en retrospectiva, ella no tuviera nada que ver.
Nunca puedo saber lo que está pensando.
Minase interrumpió mi pensamiento.
–Toshikane–kun. Tu esposa y yo queremos dinero para comprar bocadillos. –
Dijo, extendiendo la mano, muy segura de sí misma.
–¿Eh? Pero… oh, ¿Qué rayos? –
Dije, y buscando mi cartera, puse un par de billetes de 1000 yenes en su mano, eso debería bastar.
–¡Waay! Vamos a comprar dulces. –
Dijo Minase, y tomó a Kurimo de la mano. Antes de irse, ella tomó mi cara y sin previo aviso me besó obscenamente, eso duró un rato. Minase permaneció allí sin decir nada.
–Esto… –
Iba a decir algo, pero no supe que decir, eso me tomó por sorpresa.
–Te prometo no dar problemas… –
Dijo Kurimo, y se dio la vuelta, alcanzando a Minase en la entrada que la miraba un tanto contrariada.
–Antes no eras así… –
Le dijo Minase a Kurimo mientras salían.
–Te acostumbras. –
Respondió Kurimo, y cerró la puerta tras de ella. Fue entonces que me mojé la cara en el lavabo de la cocina. Luego subí al baño para arreglar mi cabello un poco. Podía escuchar a Sanae bañándose detrás del biombo, pero no dije nada. Tampoco presté mucha atención.
Ella sí debe haberme escuchado porque corrió el biombo para mirar qué estaba pasando, y gritó.
Eso me asustó.
–¿Qué haces aquí? –
Se quejó ella.
–Pues, me arreglo el cabello. –
Respondí.
–Pero estoy bañándome… vete… –
Cuando dijo eso, instintivamente voltee a ver la canasta donde ella había colocado su ropa. Sanae se dio cuenta y salió del baño envuelta en una toalla color rosa.
–¡No mires! –
Rugió ella. Yo voltee a verla, un poco confundido. Ella estaba roja de la cara.
–¡Fuera de aquí! –
Me gritó. Sin pensarlo demasiado, salí del baño. No pensé que se pondría así por esto, aunque bien pensado, puede que ya hubiera pasado demasiada vergüenza el día de hoy para soportar más.
También es cierto que a Akane, por ejemplo, ni siquiera le hubiera molestado, por eso es que actúe así. Demasiado despreocupado, diría yo.
Pero eso no fue lo que importó de todo esto, porque momentos después, Sanae abrió la puerta del baño, todavía con la toalla alrededor de ella.
–Perdón, no quise decirlo así, es solo que me dio vergüenza y… –
Me quedé mirándola por un momento. Ahora que lo pensaba, yo nunca había visto a Sanae así, me refiero a que bajo la toalla estaba completamente desnuda. Era extraño pensarlo pero casi nunca podía desnudarla completa, mucho menos en estas circunstancias.
–No estás enojado conmigo ¿verdad? –
–Quítate la toalla. –
Le dije, mirándola e ignorando su pregunta.
–¿Qué? –
Preguntó ella, tomada por sorpresa, y sin poder creerlo.
–Quítatela… –
Ordené nuevamente. Sanae miró a todos lados, luego me miró. Ya no dijo nada, pero todavía dudaba en obedecer, yo me acerqué a ella, Sanae quiso retroceder y se encontró con la pared.
–No… te vas a burlar… –
Se quejó ella con lágrimas en los ojos. Yo suspiré.
–Solo hazlo… –
Repliqué. Ella comenzó a hacer una pataleta.
–¡No! Estamos en medio del pasillo. ¿Qué te ocurre hoy de todos modos? –
–Eso no importa, solo quiero verte sin la toalla. Es todo. –
Respondí. Ella debe haberse hartado, porque se la quitó de mala gana. Permaneció allí para después, con la cara roja y apartando la mirada, cubriéndose a medias con sus brazos.
–Adelante, dilo… di que soy desagradable… –
–No eres desagradable, Sanae… –
Respondí.
–¡Acabo de verme al espejo! –
Se quejó ella. Luego me miró.
–Sí lo soy… tú tienes gustos raros. ¡El raro eres tú! –
Dijo y se dio la vuelta, caminó, así, desnuda, hasta su cuarto. En ese momento, justo cuando azotaron la puerta, entraron Minase y Kurimo, con dos bolsas llenas de papas fritas y sodas y esas cosas. Escucharon que Sanae azotó la puerta tras de ella.
–¿Qué pasó? –
Preguntó Kurimo casualmente mientras subía.
–No lo sé… –
Respondí. Minase me miró confundida.
–¿Le dijiste algo malo? –
–No… es solo que… bueno, pasó algo extraño, y ella pensó que estaba mirando mientras se bañaba, así que pensé que estaría bien si la hacía sentir mejor, pero luego le dije que se quitara la toalla, ella dijo un montón de sin sentidos acerca de ser desagradable, me dijo que soy raro y se fue. –
Expliqué. Espero que minase haya comprendido mi explicación, porque yo estaba demasiado confundido para pensarlo detenidamente.
–Ah… se avergonzó. A veces hace eso. ¿Recuerdas cuando me dijiste que tenía que contarle que tenía un novio y todas esas cosas? Así fue como ella escapó de la situación. Lo hace para huir. –
Dijo Minase. Fue Kurimo quien hizo la pregunta que yo quería hacer.
–¿Cómo sabes eso? –
–Bueno, dijo que Toshikane–kun es raro ¿No? Pero ella no lo piensa de verdad. Ha dicho un montón de veces que eres genial. Si está diciendo esas cosas es para que te enojes y no hagas más preguntas. –
Me rasque la mejilla un poco avergonzado.
–Bueno. ¿Vamos a ver la película o no? –
Preguntó Minase mirando a Kurimo. Ella asintió. Ah… así que de eso se trataba. Bueno, considerando el carácter de Kurimo, debí suponer que algo así tenía que ser… no importa.
–Puedes dejar que se le pase y ella solita pedirá perdón. O puedes ir allí y decirle cosas lindas. Cualquiera de las dos es una buena idea. –
Dijo Minase, y luego de eso se despidió de mí, y ellas se encerraron en la habitación de Akane. Iba a decir algo, pero es que esa era la única habitación ahora que tenía televisión. Esa y la de Sanae.
Suspiré y entré al cuarto de Sanae. Ella no se había vestido, sólo estaba allí, llorando.
–¿Sanae? –
Pregunté. Su espalda blanca hacía juego con las cortinas. Era una vista agradable, a decir verdad.
–Tú no te rindes nunca… –
Se quejó.
–Bueno… no… ¿eso te molesta? –
Pregunté, Sanae negó con la cabeza, todavía sentada en la cama de espaldas a mí.
–Vamos a cenar. –
Le ofrecí. Ella volteó a verme.
–¿Ya viste como estoy? ¿Y por qué yo de todos modos? No puedes venir aquí y decir eso solo así… –
–Bien, a decir verdad quiero pasar tiempo contigo. –
Sanae volvió a hacer un berrinche. Se golpeó sola las piernas.
–Eso es lo que no comprendo. ¿Qué tienes el día de hoy? –
Preguntó ella, enfadada, supongo que por el hecho de que no entendió.
La realidad es que… tengo un cierto trauma con esta clase de cosas, como ya se ha notado. El hecho de saber que su madre estaba aquí me trastornó un poco. Otra cosa es que no quisiera admitirlo, porque no quería verme como un tonto.
–No me ocurre nada, es solo que… me gustas. Es todo. –
–Sí, tú siempre dices cosas así… ya no te voy a creer. –
Se quejó ella. Me acerqué y me senté al lado de ella. Sanae se cubrió con las manos.
–No quiero más… me duele… –
Se quejó.
–No vine aquí para eso… –
Respondí, puse una mano sobre su espalda desnuda. Sanae me miró de mala manera, cubriéndose los pechos con las manos.
–¿Qué haces? –
Preguntó ella.
–Acaricio tu espalda. –
–¡Pues no lo hagas!
Se quejó ella. Haciendo un puchero. Se puso de pie. En ese momento se olvidó de cubrirse y comenzó a llorar.
–Solo necesitaba un poco de tiempo a solas. Solo eso. Pero ¡No puedes darme eso! No sé qué tienes hoy pero eres mucho más pegajoso que de costumbre. –
Se quejó. Vaya… eso sí se sintió feo. Traté de sonreír. Por supuesto aquello me salió fatal. Sanae se dio cuenta y guardó silencio.
–De acuerdo… yo… no lo sabía. Lo siento. No quise molestar. –
Respondí, me puse de pie y ella me arrojó a la cama de nuevo.
–No, espera… no quise decir eso. Perdón… –
Se quejó. Tan confundido estaba que ni siquiera me enojé, solo permanecía allí, esperando. Sanae comenzó a llorar.
–¿Por qué siempre pasa esto? Yo… quiero decir algo… es todo. Quiero decirte algo importante y… no puedo hacerlo… nunca puedo y… –
–Está bien, Sanae. –
Ella comenzó a limpiarse desesperadamente las lágrimas.
–No está bien. Tú siempre dices cosas bonitas. Yo también tengo cosas que decirte. Cosas bonitas… –
–No es una competencia… –
Respondí.
–¡Yo no dije que lo fuera! –
Me chilló.
Así que hice lo único que podía hacer. La sostuve de las manos, y la abracé. Ella dejó de llorar después de unos segundos.
–¿No quieres escuchar lo que siento? –
Preguntó ella, tratando de calmarse.
–Claro que sí… pero si no puedes decirlo, puedo esperar… no pasa nada. –
Respondí. Sanae negó con la cabeza.
–No quiero que esperes… te vas a hartar de esperar y no quiero eso. No quiero que te vayas. –
Respondió Sanae, limpiándose las lágrimas.
–No me voy a hartar. Esto no funciona así, Sanae. Puede que a veces te enfades conmigo, puede que a veces no tienes ganas de escucharme, pero no creo que sea porque estás harta ¿O sí? –
Pregunté, ella me sostuvo de los hombros y en un gesto que nunca tenía, me arrojó a la cama con fuerza.
–No… yo… estoy harta de no poder decir lo que siento… tú siempre lo dices… –
Y se subió sobre mí. Sus pechos tocaron mi pecho. Esto era demasiado atrevido si tomamos en cuenta la forma en que normalmente era Sanae, pero no hizo más insinuación, en lugar de eso, se abrazó a mí y recargó su cara a mi lado.
–Te amo… en serio, en verdad, te amo…soy muy feliz así…–
Comenzó a decir mientras me besaba el cuello y la cara. Bastante extraño, diría yo. Podía sentir su corazón latir con fuerza.
–Yo… soñé que me dejabas. He estado nerviosa desde entonces. Me dijiste cosas feas… Y yo te suplicaba y tú no querías ni mirarme… fue horrible… –
–Fue una pesadilla, es todo… –
Respondí. Sanae era alguien a quien sus sueños influían mucho. Tal vez demasiado. Cuando era un buen sueño estaba bien, pero uno malo… bueno, al parecer bastaba para trastornarla.
–Pensé que estaba bien si me distanciaba un poco… pero me siento ansiosa. Hoy me has tratado muy especial, y te dije cosas tontas hace un momento, pero no puedo decir lo que quiero decir. No puedo… –
Respondió ella.
Y puso su nariz en mi cuello, yo solo me ocupé de acariciar su cabello. Sanae suspiró (sí, allí en mi cuello, con lo cual, yo tuve un problema) y me habló.
No estaba usando su voz infantil pero de cierto modo se sintió seductor. Tal vez era que de hecho estaba desnuda y sobre mí.
–¿Sabes lo que es? Querer darle a alguien todo lo que tienes y no saber cómo hacerlo… –
Me dijo, susurrándome.
–Sanae yo… –
Comencé a decirle, pero ella me interrumpió besándome en la mejilla varias veces.
–Eso que hicimos, se sintió bien. Se sintió mejor de lo que nunca me he sentido… pensé que me iba a desmayar. Sentí tu amor de una forma mucho más intensa de lo habitual… Dime… ¿Qué hago para hacerte sentir lo que yo siento? ¿Qué hago para gustarte como tú me gustas a mí? Para que me quieras como yo te quiero a ti… –
Preguntó ella, y volvió a besarme.
–Solo tienes que ser honesta, es todo. No creo que vaya a ser de inmediato pero… –
Sanae me probó equivocado cuando comenzó a balancearse sobre mí, me besó una vez más, y me habló al oído.
–Tú dices que me encuentras linda. ¿No es cierto? A mí me gusta escuchar eso de ti. Me gusta estar acaramelada contigo. No es mi culpa que seas tan genial y que cuando te vea piense cosas… –
Explicó ella, como si tuviera que darme esa explicación. Notó que yo tenía una erección y comenzó a mover su entrepierna sobre mí. Sonrió complacida cuando voltee a verla.
–¿Qué pasa? –
Preguntó Sanae.
–Pensé que habías dicho que te dolía. –
Respondí. Sanae volvió a besarme en el cuello.
–Tal vez… aun así… lo estoy pensando ahora… –
Tuve la impresión de que ella se avergonzaría después por esto, y claro, yo sería el que pagaría.
–Sanae. Por favor… espera un poco ¿Vale? Solo un poco… –
Sane se rio levemente y respondió con una voz cantarina.
–No quiero… ¿Qué vas a hacer? ¿Eh? ¿Qué vas a hacer al respecto? –
Preguntó ella, paseando su entrepierna por encima del bulto que había en mi pantalón. Finalmente me decidí a hacerlo, de todos modos no parecía que ella fuera a detenerse pronto. Esta era la primera vez, desde que la conozco, que Sanae me seducía activamente.
Había que responder a eso adecuadamente también. Si la ignoro ahora, puede que ella lo tome como una ofensa, eso también es cierto.
–Muy bien, tú lo pediste… –
Respondí, y la tomé del cabello (cosa que nunca había hecho antes, al menos no a Sanae) y la levanté, ella gritó por la sorpresa y en ese momento le di la vuelta, ahora ella estaba acostada sobre la cama, y yo estaba sobre ella. Tomé una de sus piernas y la levanté a mis hombros.
Aproveché eso para bajar la cremallera. Me miró por unos instantes hasta que cerró los ojos porque metí mi pene dentro de ella. De un solo golpe. Se llevó un dedo a la boca, y lo mordió.
Rayos, sí resultaba muy seductora si se lo proponía.
Empujé con fuerza. En su cara se dibujó una mueca de dolor. Es que sí lo habíamos hecho mucho antes.
–Me duele… me duele… –
–Eso debiste pensarlo antes de provocarme ¿No crees? –
Pregunté, empujando de nuevo, esta vez con más fuerza, ella no sacó el dedo de su boca.
–No sé… –
Respondió ella, puse una mano en uno de sus pechos, mientras la otra sostenía una de sus piernas en mi pecho. Ella no se resistió para nada.
–Esto es lo que te mereces… –
Respondí, empujando con más fuerza, sus paredes comenzaron a abrir paso y Sanae estaba roja en todo el cuerpo
–Lo siento… –
Respondió ella.
–¿Lo sientes? –
Pregunté. Ella me miró, soportando el llanto.
–Sí… perdón, por ser una niña mala… –
Respondió ella, luego siguió quejándose, diciendo que le dolía. Aumenté la fuerza de mis empujes. Sanae comenzó a llorar, sin poder evitarlo.
–Toshikane, me duele… para… –
Me llamó por mi nombre, pero no por eso dejó de usar su voz infantil.
–¿Me llamas por mi nombre sin honoríficos? Eso no está bien. –
Respondí.
–Eres mi… novio… –
Respondió ella.
–¿Y eso qué? –
Pregunté, presionando su pecho con un poco más de fuerza de la que normalmente usaba, tampoco es como que quisiera lastimarla.
–Me duele… por favor… Toshikane–kun… –
Suplicó Sanae, antes de que su cara de niña linda me convenciera (cosa que podía resultar contraproducente) mejor me di la vuelta. Ahora estaba acostada con el trasero levantado, me sostuve de sus caderas para llegar a sus puntos más profundos. Los gritos de Sanae se hicieron más fuertes.
–Me duele… espera… por favor… –
Suplicó, tratando de voltear.
–Estabas muy segura hace un momento… –
–Perdón, en serio, fui engreída, es todo… –
Sanae negó con la cabeza mientras decía eso, pero separó ligeramente sus piernas. No sé si era cosa del dolor o de la excitación, y por lo mojada y caliente que estaba su interior, no importaba mucho que digamos.
–Discúlpate apropiadamente o lo haré con más fuerza. –
Amenacé, Sanae trató de cubrir su trasero con sus manos para evitar que mis empujes fueran más fuertes.
–Perdón… por ser… así de sucia… –
Dijo Sanae, conteniendo el llanto para poder disculparse. No estaba haciendo una pataleta, aun así, decidí que estaba bien si la trataba un poco más mal de lo acostumbrado.
La tome del cabello y lo jalé con fuerza, levantando su cabeza. Sanae pataleó y gritó.
–¡Mi pelo! ¡Mi pelo! –
Quité sus manos de donde las tenía y le di una nalgada.
–¡Cállate! Has sido mala el día de hoy ¿No te parece? Te trato un poco bien y vas de creída como si fueras una niña que lo merece todo. –
–No… no es cierto… perdón… me dejé llevar… –
Solté el cabello de Sanae, que se dejó caer sobre la cama, llorando.
–No me pegues… no me pegues… seré buena… –
–Debería pegarte más duro… –
Le amenacé, colocando una mano en su trasero. Sanae trató de cubrirse inocentemente, aun así, en ningún momento se resistió, ahora estaba usando menos fuerza para empujar, su vagina no había dejado de lubricar tampoco.
–No… no hace falta… ya no seré mala… lo prometo… en serio… –
–Separa bien las piernas… –
Le ordené, porque daba la impresión de que ella estaba conteniéndose. No creo que fuera el castigo, más bien se sentía como si ella quisiera que este acto fuera así. Como he dicho, para ella se trata de estar sometida sin posibilidad. Solo así el cumplido tenía validez.
–Ahora sí eres una niña buena, Sanae… –
Le dije, acariciando su trasero, ella lo levantó aún más.
–Soy una niña buena… soy una niña buena… –
Sus paredes se contrajeron de nuevo. Estaba tan mojada que no creo que le doliera a este punto. Solo por si acaso, empujé aún más profundo.
–Espera… –
–¿Qué pasa? ¿Más quejas? –
Pregunté, asegurándome de rozar todos los puntos posibles dentro de ella.
–No… me voy a mojar… –
–¿Cómo? –
Pregunté. Sanae gritó.
–¡Me voy a mojar! –
Y antes de que pudiera decirle cualquier cosa, Sanae comenzó a venirse mientras sus caderas temblaban. Saqué mi pene de dentro de ella para poder observar con claridad. Su néctar de amor escurrió por sus piernas. Su vulva siguió palpitando y expulsando sus jugos de amor.
Una maravillosa vista.
Cuando terminó, Sanae estaba sobre la cama, con las rodillas en el suelo, y respirando con dificultad.
–Me castigaste… fuiste malo… –
Iba a decirle que eso no era ser malo, pero en lo que a Sanae respectaba, eso era ser malo. Ni que hacerle. Me acerqué a ella y acaricié su espalda.
–Eres una niña muy buena Sanae… –
Le dije, ella no dijo nada, no hizo más que esperar en silencio por un rato, tratando de recuperar el aliento.
Puse una mano en su espalda.
–Eso fue genial. Todo el día ha sido genial. –
Dijo finalmente, y volteó a mirarme con lágrimas en los ojos.
–No te doy asco ¿verdad? –
–¿De qué hablas? Claro que no… –
Respondí.
–No quiero salir de aquí nunca. –
–No podemos solo quedarnos aquí. –
Respondí, acariciando su cabeza. Sanae negó con la cabeza, lloriqueando.
–Pero es la primera vez en mi vida que me siento así de bien, es la primera vez que lo hacemos así… tanto. Tan bueno. Tan especial. –
Se quejó Sanae.
–En eso tienes razón. Yo tampoco quisiera que se acabara, pero podemos tener más días así. –
Respondí, Sanae se echó a mis brazos de nuevo.
–Todos dicen que siempre soy muy fría. Yo pensé que tal vez por eso no te agrado… no quiero ser fría. Quiero ser acaramelada contigo… –
La realidad es que ella se avergonzaba con facilidad. Otra cosa es que yo siempre hubiera sabido que ella era tierna, y dulce en realidad. Y tal vez un poco demasiado pervertida. Pero no le dije nada de eso, sólo acaricié su cabeza diciéndole que todo iba a estar bien.
–Sí quiero ir a cenar contigo… –
Dijo ella. En medio de todo esto, lo había olvidado. Faltaba todavía un poco para que oscureciera, así que pensé que estaba bien si solo salía con Sanae por un momento.
–Tienes que salir… para que pueda vestirme. –
Dijo ella. A mí me pareció extraño.
–¿Dónde está tu ropa? –
Pregunté a punto de salir.
–Allí… pero vete… –
Supuse que quería que fuera sorpresa. No creo que Sanae se atrevería a ponerse algo demasiado atrevido de todos modos, aunque tengo que decir que se veía linda cuando salió.
–Tengo que avisarle a Minase. –
Le dije cuando ella abrió la puerta– Sanae palideció cuando dije eso.
–¿Todavía está aquí? –
Preguntó.
–Creo que va a quedarse aquí… larga historia… –
Respondí, tocando la puerta de Kurimo. Sanae fue adelante y sin tocar abrió la puerta.
–¿Qué significa eso, Minase? –
Preguntó, casi gritando.
Encontramos a Kurimo con una cinta métrica alrededor del cuerpo de Minase. Creo que estaba tomándose las medidas.
–Onee–chan ¡Mis pechos son más grandes! –
Gritó Minase, llena de alegría. Y sin prestar atención a la pregunta de Sanae.
–Es cierto… –
Dije. A decir verdad se notaba un poco, es decir, los pechos de Minase no eran muy grandes para empezar, así que un pequeño cambio se notaba. Minase no llevaba blusa y no llevaba sostén. Aunque tenía puestas las pantis. Creo que las tomamos en medio de un tiempo especial entre amigas.
Algo así tenía que ser. Casi me sentí mal por pensar en que podría ir más allá.
–No lo digas tan fuerte. –
Se quejó Sanae.
–No tiene nada de malo… –
Respondió Minase.
–Cúbrete, estas en presencia de un hombre… –
Se quejó Sanae.
–¿Qué importa? Él ya me ha visto de todos modos… –
Respondió Minase. Y se volvió hacia mí.
–¿Quieres probar? –
Preguntó.
–No puedes decirle cosas como esas. –
Se quejó Sanae de nuevo.
–Es fácil para ti decirlo, tú ya lo gozaste completo… –
Sanae enrojeció, iba a intervenir cuando Kurimo intervino.
–Ya, no es bueno que peleen… –
Le dijo a Minase, me miró significativamente y luego puso una mano en el hombro de su amiga.
–Están más grandes, de eso no hay duda. –
Le dijo. Eso hizo que Minase recuperara los ánimos. Sanae parecía no saber dónde meter la cara, lo digo porque estaba tan roja de la cara que cualquiera pensaría que se estaba sobrecalentando y no de la forma bonita.
–¡Yay! Esto es genial, ahora me van a mirar más… quizá debería probarlo cuando volvamos a clases. –
Kurimo asintió. Una sombra pasó por su mirada, pero no dijo nada. Estoy seguro de que personalmente, ella detestaba precisamente eso que Minase estaba buscando. Pero ¿Para qué quitarle la felicidad a su amiga?
Era lógico pensarlo.
–Solo veníamos a decir que iremos a cenar… –
Les comenté, volviendo al tema.
–¿No vas a ir a casa? –
Preguntó Sanae. Minase negó con la cabeza.
–Bueno, la verdad es que creo que Okaa–san está ocupada. –
Unos momentos de pensarlo un poco habían hecho que Minase sintiera vergüenza de decirlo, yo creo.
–¿Qué quieres decir? –
Preguntó Sanae. Hay que ver que ella no entendió de que hablaba Minase. Es decir, ella no escuchó la llamada.
–Digamos que… están pasando un buen rato ahora mismo. Okaa–san me pidió que me quedara aquí… –
Eso escandalizó a Sanae.
–¿Justo ahora? ¿Qué hay de Mitsuo? –
Preguntó.
–Bueno, basta con darle a Onii–san algo de dinero para que se vaya a algún sitio. ¿No es cierto? –
Respondió Minase, encogiendo de hombros. Luego me miró.
–Si van a ir a cenar, entonces tienes que darme más dinero para dulces. –
Dijo Minase. Sanae se enfadó.
–Deja de actuar como una niña consentida. –
–Mira quién lo dice –
Contestó Minase, dándose la vuelta. Tuve que intervenir.
–Ya, basta las dos. No pueden estar peleando siempre. –
Dije, más que nada porque estaban atacándose la una a la otra y yo lo sabía, aunque mi mente no alcanzara a entenderlo todo, las conocía, lo suficiente para darme cuenta de lo que no estaban diciendo aquí.
Sanae estaba diciéndole “niña” (cosa que molesta a Minase más de lo que debería) y Minase respondió diciendo “perra”.
Más o menos.
Tomé un billete de mi cartera y se lo di a Minase. El dinero se me estaba terminando, pero esto era mejor que verlas pelear, Kurimo si dio cuenta de todo, porque me miró significativamente, aunque no dijo nada.
Después de eso, salimos. Mientras estábamos en la entrada, a Sanae se le cayó la bolsa del hombro por voltear mientras yo cerraba la puerta. Se paró junto a ella por un momento.
–Levántala por mí… –
Dijo.
Aquello fue un poco extraño. ¿Estaba lastimada? Me preguntaba,
–De acuerdo. –
Dije, me agaché y le di su bolsa.
–No debí ponerme esto… –
Dijo.
–¿De qué hablas? Te ves linda. –
Respondí. Ella llevaba una falta color morado, algo corta, pero nada del otro mundo. Todo el camino se la pasó preocupada por su falda. Íbamos a llegar al McDonald’s (que era a donde ella quiso ir) cuando ocurrió.
El viento sopló y la tomó desprevenida, levantando su falda. Entonces entendí todo.
Ella llevaba unas pantis de ositos.
Me miró como alarmada de que me hubiera dado cuenta.
–¿Las viste? –
Preguntó ella.
–Sí… –
Respondí, lo mejor era ser sincero con ella. Aunque eso hizo que ella hiciera un berrinche.
–No estoy usándolas por que quiera ¿entiendes? –
Se quejó.
–Está bien… no pasa nada… –
–No soy así de pervertida… –
Ahora esto tenía una connotación pervertida, por todo lo que ya había pasado, pero no engañaba a nadie, ella quería que las viera. Al menos eso quería cuando decidió ponérselas.
Ahora mismo, al parecer, se arrepentía de ello.
–No pasa nada. Es normal que una niña escolar lleve esas pantis. –
Respondí, encogiendo de hombros. Eso hizo que Sanae bajara la cabeza y se sostuviera de mi brazo.
–Soy una niña pequeña… tienes que cuidarme… –
Dijo, en voz muy baja, la tomé de la mano por unos segundos para atraer su atención.
–Lo eres. Mi niña consentida. –
Le dije. Sanae sonrió.
–––––––––––
Aquel comportamiento le duró todavía un rato. Supongo que ella quería sentirse protegida y querida y por ello es que, aunque no hubo nada sexual involucrado, ella de todos modos usó su voz infantil mientras estuvimos cenando.
Una vez que salimos, a su memoria volvió el hecho de que Minase estaba quedándose hoy.
–No puedo creerlo. Estoy segura de que se lo ha inventado todo… –
Se quejó.
–No, no se ha inventado nada. Yo escuché la llamada. Parecía que estaban… ocupados. –
–Pero ¿Por qué? Mi madre no hace esas cosas. –
Respondió Sanae, en algo intermedio entre asombro y una pataleta.
–¿Qué? –
Pregunté, ahora el asombrado era yo. Sanae me miró por unos momentos, luego asintió con la cabeza.
–Así… mi madre no hace esas cosas. Ya no al menos. –
Dijo Sanae. Alguna nube negra pasó por encima de su cabeza, pero no le tomó mucha atención.
–¿Cómo sabes eso? –
Pregunté. Resulta que, así como Akane, Sanae también es una niña de papá, aunque en un sentido diferente.
–Mi padre se quejaba a veces… cuando bebía. Decía que tal vez mi madre ya no le quería. Yo siempre le dije que no era el caso. Pero siempre que mi padre quería abrazarla o tomar su mano, ella siempre dice algo como “ahora no” –
Respondió Sanae.
Por el tono en que me lo decía, parecía que estaba triste por su padre.
–Cuando crecí me di cuenta de que no se trataba precisamente de cariño, es que… ya no hacen cosas sucias. Pensé que era normal. Todos estamos seguros de que mi madre quiere a mi padre, pero no es muy buena expresándolo. –
Respondió Sanae.
–Aun así… un matrimonio sin… –
–Pues hasta antes de conocerte yo pensé que era lo normal. Todavía pienso que lo tuyo es raro. –
Se quejó ella.
–¿Y eso te desagrada? –
Pregunté, ella me miró y enrojeció.
–Ya lo sabes. –
Respondió.
–Quiero escucharte diciéndolo… –
Respondí. No quería sufrir el mismo destino que el señor. Aunque es probable que una gran parte del problema fuera que el señor pasaba casi todo su tiempo trabajando.
–No… –
Dijo Sanae.
–De hecho, el principal desacuerdo que tuve con mi madre era sobre las cosas sucias. Ella dijo que no debería dejarte hacerlo demasiado porque podías volverte adicto a ello y después no me dejarías en paz. Yo le dije que estaba bien así. Ella no me creyó. –
–Creo que entiendo. –
Respondí.
–Pues yo no. Si tanto le desagradan esas cosas. Entonces ¿por qué ahora? –
Preguntó Sanae.
–Bueno, puede ser porque nos escuchó. –
Respondí.
–Creo que de lo que mi madre tiene miedo, es que mi padre piense que ella es una cualquiera. –
Respondió Sanae. Luego suspiró.
–Eso no funciona así… –
Respondí. Ella me miró a los ojos.
–Yo realmente creí que tú podías pensar mal de mí. A nosotras nos dicen siempre que los hombres pueden pensar mal. De hecho, esa fue la razón por la que todo salió así, y por la que nunca pude decirte abiertamente mis sentimientos por ti. –
Explicó. Yo simplemente acaricié su cabeza, ella lo permitió, a pesar de que estábamos en la calle. Un par de señoras nos miraron, pero no creo que pensaran mal de simples caricias en la cabeza.
–¿Te arrepientes? –
Pregunté, Sanae asintió con la cabeza, seguimos caminando.
–Un poco. Es decir, me habría gustado hacerlo normalmente, ir hasta ti y decir: “sal conmigo, me gustas.” Pero estaba aterrada de que fueras a decir cosas malas, de que fueras a pensar que soy una cualquiera… y mi madre también lo está. No sé quién nos mete esas ideas en la cabeza, pero una quiere que el hombre que le gusta la vea bien. Que piense bien de ella… y las cosas sucias se interponen. En algún momento odié a mi madre, lo admito. Hasta que me pasó a mí. Entonces entendí que mi madre estaba tratando de evitar eso. Y con lo malo que era, y con lo horrible que me sentí, bueno, pensé que ella hacía lo correcto. –
Explicó Sanae.
–Ahora me siento mal por haber hablado así a tu madre. Creo que en el fondo, ella es solo otra niña asustada. Eso es todo. –
Le dije. Sanae me miró con cara de pocos amigos.
–Pues qué lástima que mi madre quiere a mi padre, porque seguro que no te hace caso. –
Respondió ella, luego hizo Hmph y siguió caminando. Yo la alcancé para que ella no pensara cosas que no son.
–No me refiero a eso. Me refiero a que, tal vez hacía falta que algo así pasara. –
Sanae suspiró.
–Espero que mi padre le haga muchas cosas. Que la haga tan feliz como… bueno, como yo. –
Dijo ella, sonriendo. Imagino que recordando algunas cosas. se sostuvo de mi brazo, estábamos a punto de llegar.
–Estoy seguro de que sí… bueno. Mientras que se porte bien, quiero decir. –
Sanae comprendió al vuelo y me miró, pero en lugar de hacer una pataleta, ella bajó la cabeza y preguntó:
–¿Y si se porta mal? –
Preguntó. Yo miré hacia arriba.
–Pues, supongo que entonces tendrán que castigarla, darle unas nalgadas, y hacerla que se disculpe apropiadamente, es lo que tiene que hacerse cuando una niña se porta mal. No hay remedio. –
Le dije. Pude sentir como su temperatura corporal aumentó con eso. No estaba mirándome.
–¿Y si son buenas? –
Esta mujer no tenía límite. Lo cierto es que he escuchado que las mujeres son especialmente receptivas cuando su ciclo termina, pero nunca lo había comprobado. También tengo la impresión de que el día de hoy era especialmente bueno para ella.
En ese momento entramos a la casa.
–Pues, a las niñas que son buenas, les hacen mimos, las hacen sentir bien, las consienten, y si son muy obedientes, les llenan su partecita especial. –
Pude notar un pequeño sobresalto cuando dije eso último, sonreí mientras dejaba mis zapatos, Sanae permaneció parada allí mirándome.
–Yo… soy buena ¿cierto? Me porto bien… –
Insistió, yo decidí que estaba bien si me hacía el difícil un poco.
–No lo sé… –
Dije, pasando de ella, Sanae se adelantó y se puso frente a mí.
–Soy buena… soy una niña buena…
Insistió Sanae, poniéndose frente a mí.
–No es verdad, estás siendo caprichosa justo ahora. –
Le dije, Sanae bajó la cabeza y se apartó para dejarme pasar.
–Perdón… –
Dijo. No sé qué tenía, ella no se disculpaba a menudo, fue hasta cierto punto lindo, y encantador.
–Aunque si quieres, creo que puedo consentirte al menos hasta la hora de la cena. Si prometes portarte bien, claro. –
–Sí, me portaré bien. Seré obediente. –
Dijo ella, su rostro se iluminó.–
–Bien, entonces ve a tu cuarto y espera allí. –
Le dije, Sanae asintió y subió corriendo las escaleras. Continué haciéndolo con ella hasta que Akane entró por la puerta de entrada, a eso de las siete de la noche.