Haru No Yurei - Volumen 3: 15. Una Chica Obstinada
Kurimo y Minase salieron a recibir a Akane. Yo estaba vistiéndome. A decir verdad estaba bastante cansado, y Sanae con trabajos podía moverse.
–Akane está abajo. –
Comenté. Sanae me miró apenas.
–Probablemente lo mejor sea hacer algo de cenar. –
Comenté. Ella se dio la vuelta.
–Hazlo tú… –
Dijo. Todavía estaba en medio de su limbo mental.
–Creo que es mejor si solo pedimos algo… –
Respondí, acomodándome la playera. Sanae comenzó a reclamar en ese momento.
–Te dije que te detuvieras. –
Dijo. Bueno, a decir verdad no escuché, y eso fue lo que le dije.
–¿De verdad? Lo siento, no pude escucharte con tanto ruido. –
Le dije, ella volteó a verme, parecía enojada.
–Te lo dije muchas veces… –
Se quejó.
–Sí, sí, vamos, hay que ir abajo. –
Respondí.
–No quiero salir. –
–Tienes que salir… vamos… –
–¡No! Déjame… quiero quedarme aquí… –
Se quejó Sanae. Yo suspiré, tenía que salir ahora o estaría en problemas con Akane.
–De acuerdo, vendré por ti para que bajes a cenar. –
Respondí.
–No… tráeme la comida. –
Respondió ella.
Por supuesto que no podía hacer eso. Pero no le dije nada en ese momento. Salí de la habitación y bajé las escaleras, donde me encontré con que Minase hablaba con Akane, Kurimo se peinaba.
–Ah, aquí está el héroe del día. –.
Dijo Minase, Akane sonrió de forma extraña.
–Ya me dijeron que ayudaste a arreglar las cosas con sus padres. –
Comentó Akane, mirándome sonriendo, como burlándose de mí. Yo me rasqué la cabeza.
–Sí, bueno… no es como que fuera intencional. –
–También me dijeron que has estado ocupado. –
Comentó Akane de nuevo. Yo suspiré. Miré a Minase, ella encogió de hombros.
–¿Debería preparar la cena? –
Preguntó Akane con una sonrisa graciosa.
–No… imagino que estás cansada. Además, mencionaste algo de que… –
–Creo que yo podría preparar la cena. –
Comentó Minase. Tocaron el timbre.
–Eres una invitada. –
Respondió Kurimo, interviniendo y colocando una mano en el hombro de Minase. Puede que sea mi imaginación o a Minase realmente la hace ilusión la idea de cocinar.
–Tal vez solo deberíamos pedir algo. –
Comenté. No creo que nadie aquí tuviera energías para ponerse a cocinar. Pienso que estaba bien, aunque no pudiera ser muy seguido.
En ese momento, volvieron a tocar el timbre.
Fui a ver quién era:
Kamine.
–Hola… –
Dijo, entrando como acostumbraba. Akane, Minase y Kurimo la miraron de mala manera.
–Oh, veo que tu familia va en aumento. –
Comentó Kamine. Tenía algo en las manos.
–¿Qué es eso? –
Pregunté, tratando de desviar el tema un poco.
–¿Esto? Es pudin. Lo manda mi madre. No sé qué le dijiste pero está muy triste. –
Pude ver como Minase y Kurimo comenzaron a cuchichear algo con Akane, probablemente contándole lo que había pasado antes de que ella llegara.
–Vinieron hasta aquí a molestar a Sanae. –
Respondí, encogiendo de hombros.
–Sí, bueno… mi madre quería disculparse por eso. Es decir, a ella le dijeron que eras un maleante. Ella entiende más o menos que le mintieron, aunque no está segura de por qué. Quizá deberías explicárselo después. ¿Puedes? –
Preguntó. Yo asentí con la cabeza. La señora me estaba comprando con pudin. Había cuatro en la caja, Kamine se fue luego de eso. Supongo que tampoco le pareció buena idea quedarse si se había hecho de enemigas simplemente por venir hasta aquí y tocar la puerta.
–¿Quién era? –
Preguntó Minase.
–La hija de mi vecina, la señora Kaoru nos manda pudin. –
Dije, poniendo la caja en la mesa.
–Onee–chan ama el pudin. –
Anunció y subió corriendo las escaleras. Akane suspiró.
–Bueno, supongo que por esta vez, podemos cenar solo esto. A decir verdad. Estoy algo llena. –
Explicó. Sí, bueno, en el cine se comen palomitas y nachos y esas cosas. Tampoco creo que Kurimo o Minase estuvieran hambrientas. El único que tenía hambre era yo.
Dicho esto, hay que decir que éramos cinco. La señora mandó esto sin contar en absoluto con la existencia de Kurimo. Es que ella no la conocía, de hecho. Akane y yo nos sentamos. Kurimo se metió a la cocina y salió con una jarra de té.
Ahí van mis últimos 300 yenes.
Todo lo demás se lo di a Akane, y ya no creo que quede mucho tampoco.
–Necesito un empleo. –
Comenté, a la nada. Akane me miró por un momento.
–Si quieres, puedo pedir a mi padre… –
Dijo. Yo negué con la cabeza. Entiendo que ella quisiera ayudar y ni siquiera creo que el señor se negaría pero…
–No, es una mala idea. Al menos por ahora. Por otro lado, eso no resuelve nada en realidad. No puedo vivir solo así. –
Expliqué. Minase bajó las escaleras junto con Sanae, quien parecía contenta de que hubiera pudin. Tomaron los dos que faltaban.
–A ti no te toca. –
Dijo Sanae, tomando el suyo. Minase se rio.
–Eres malvada Onee–chan. –
–No es mi culpa. –
Respondió ella. Terminaron pronto, de todos modos. Una vez que terminaron, Akane se puso de pie.
–Tengo que ir a cambiarme. ¿Debería esperarte para dormir? –
Preguntó ella.
–No… está bien si quieres dormir ya. No voy a tardar mucho de todos modos. –
Respondí. Akane me dio un beso en la mejilla.
–No tengo energías para nada, pero me debes… y no se me va a olvidar. –
Era cosa buena que ella no tuviera energías ahora mismo. Sanae y Minase subieron las escaleras hablando de algo luego de eso.
Por unos momentos pensé que estaba solo. Mi estómago hizo ruido. Habíamos ido a cenar antes pero… la verdad es que mis energías estaban agotadas. En ese momento, Kurimo puso su pudin frente a mí.
–Te ves cansado. –
Dijo ella. Yo la miré y ella sonrió.
–Te dejaron sin pudin… –
Dijo, pensé que estaba burlándose.
–Puedo comprar uno en la combini… –
Respondí, ella negó con la cabeza.
–Si pudieras hacerlo lo habrías hecho. Antes de mostrar la caja. No lo hiciste porque no te queda para ello. Lo entiendo, debe ser difícil. –
Respondió ella. Yo no lo entendí. ¿Era el pudin cosa seria? Porque… estaba mirándome como si lo fuera.
–¿Te diste cuenta? –
Pregunté. Ella se rio levemente y se sentó a mi lado.
–Mi madre dice que un hombre no habla de empleo a no ser que tenga problemas con el dinero. –
–Tu madre es una mujer sabia. –
Respondí, sonriendo. Yo sabía que ella lo estaba mencionando por algo.
–Hoy te portaste como un hombre. –
Comentó Kurimo. Sentándose a mi lado y acomodándose el cabello. Ah. Esta niña tenía el don de poner un ambiente tan armónico a donde quiera que iba, siempre y cuando ella estuviera tranquila. Aun así, tenía la impresión de que algo se me escapaba, como de costumbre.
–Es una pena que nadie lo agradezca apropiadamente. –
Dijo ella, mirándome con una sonrisa. Aquel comentario no me gustó, pero lo cierto es que me faltaban fuerzas (y ganas) de enojarme por ello.
–No es necesario. –
Le dije, recargándome en la silla. Kurimo tomó mi mano con la suya.
–Me agrada cuando eres amable, me agrada cuando olvidas las ofensas solo así. Pero… –
–Kurimo, está bien. No deberías preocuparte por esas cosas. –
Respondí. Le dije, comenzando a comer. Ella soltó una risita, como si sintiera vergüenza por mí.
–Y a ti te gusta tanto pedirme lo imposible. Es un alivio saber que no has cambiado. Aun así, no deberías hacerlo… –
Por el modo en que me miraba, parecía que estaba conteniéndose seriamente. Mi mente viajó por un momento en esa última frase, preguntándose algunas razones por las cuales yo “no debería” pedir a Kurimo lo imposible.
–No te pido lo imposible. –
Respondí. Volteando a verla, con seriedad.
–Sí lo haces. Me pides que me calle. Que no me moleste. Que no me importe… y eso no es posible. –
–Kurimo, eso no… –
Ella bajó la cabeza y apretó el puño. Luego suspiró y volvió a mirarme con una sonrisa.
–¿Cuánto tiempo más? ¿Cuánto más de ese trato vas a soportar? –
Preguntó Kurimo, hablaba ahora como si ella estuviera seriamente preocupada por mi bienestar. Y creo que lo estaba, pero es que no sentía que hubiera razón para preocuparse.
–Creo que lo estás malentendiendo. –
Repliqué. No se trataba de que lo soportara o no, se trataba de que Kurimo se lo estaba tomando en serio.
–Y yo seré aquella de la que el mundo se iba a aprovechar si le dejaban sola. –
Dijo, esta vez burlándose abiertamente.
–No se aprovechan de mí… –
Repliqué. Kurimo se puso de pie.
–Es cierto, mereces que te traten como basura. –
Dijo, y se dio la vuelta.
–No me tratan como… –
Kurimo me miró a los ojos, y me detuve. No sé qué fue, algo se me metió en la cabeza en ese momento, pero… ella tenía un punto.
Otra cosa es que a mí no me gustara verlo como algo grave, pero no pude contradecirla, tenía razón. Al menos en lo que a ella respectaba.
–Solo déjalo pasar. ¿Está bien? Solo… ignóralo. –
–Nunca te pedí que dejaras de ser hombre ¿cierto? ¿Por qué entonces quieres que deje de ser mujer? –
Preguntó Kurimo, se recargó un poco sobre mí. No había soltado mi mano.
–Kurimo… –
Le dije, el olor de su cabello entraba por mi fosa nasal, produciéndome una sensación extraña. No diré que tuve una erección, pero si era incitante.
–Te prometo que te decepcionaré si lo intentas ahora. –
Ella se rio, fue duro darse cuenta de que se reía de mí, no conmigo.
–Sería lindo que pensaras en mí como algo más que una máquina de hacer cosas sucias. –
Dijo, mientras se reía, acarició mi mano luego. Seguí comiendo el pudin que ella me había dado, un poco avergonzado de mí mismo, a decir verdad.
Lo terminé después de eso. Kurimo se puso de pie, y tomó el envase vacío, lo llevó luego a la basura, todo esto sin decir una palabra.
–Ven, es hora de ir a la cama… –
Dijo, extendiéndome la mano. Me estaba tratando como a un niño. Aun así lo dejé ser, si eso la hacía feliz, entonces estaba bien. El cansancio me hizo olvidar que ella estaba enojada, de todos modos. En realidad esperaba que mañana estuviera mejor.
Error de mi parte, por supuesto.
––––––––––
A la mañana siguiente, y luego de que ya nadie tenía clases, lo primero que me encontré por la mañana es una discusión entre Minase y Sanae por el cereal.
–¿Nadie se tomó la molestia de despertarme? –
Pregunté mientras bajabas por las escaleras. Akane salió de la cocina.
–Lo siento, iba a hacerlo, cuando el desayuno estuviera listo pero… –
Sanae gritó algo. Akane fue hasta allí. Parecía una madre.
–Basta… no pueden estar discutiendo en la mesa. ¿Es que no tienen modales? –
Y suspiré, fui a lavarme la cara, dándome la vuelta. En ese momento, me encontré con que Kurimo estaba en el pasillo.
–Buenos días… –
Dijo ella. Todavía no terminaba de peinarse. Aún tenía su moño en las manos. Me acerqué a ella.
–Ven… te ayudaré. –
Le dije, y ella me cedió el moño.
–Gracias… –
–Buenos días, Kurimo. Aquellas dos están haciendo un desastre ahora mismo. –
A cambio de ponerle el moño mientras ella se sostenía el cabello, Kurimo me acompañó al lavabo con una toalla en las manos. Mientras me lavaba me dijo:
–Parecen extrañamente animadas. –
Comentó ella.
–¿Cómo te sientes? –
Preguntó Kurimo cuando me extendió la toalla. Yo sonreí.
–Bueno, a decir verdad me siento mejor. Dormí bien, tengo que decirlo. –
Expliqué, ella asintió con la cabeza.
–Vamos, necesitas comer bien ahora… –
Dijo. Al parecer ella sabía algo que yo no.
–Te ves encantadora. –
Le dije. En cierto modo esperaba que ella saliera corriendo como la última vez. Pero aunque no lo hizo, no por ello su reacción fue menos linda. Enrojeció hasta las orejas y se quedó en silencio por un momento. Le puse la toalla en las manos porque ella se había quedado parada allí donde estaba, sin mover un musculo.
–Espera… –
Dijo, sin moverse. Me detuve y voltee a mirarla.
–¿Po… Por qué? –
Preguntó ella.
–Bueno, es la verdad, solo pensé que sería bueno que te lo dijera ahora. ¿No es cierto? –
Kurimo asintió varias veces con la cabeza. Yo suspiré.
–Te espero abajo. –
Le dije, y salí de allí. Era una buena forma de comenzar el día.
Bajé y me senté en la mesa luego de aquello.
–Hay un problema… –
Comentó Akane, y me hizo una seña para que la siguiera a la cocina. Una vez allí, ella me dio un beso pequeño, luego me miró con gravedad.
Abrió la alacena. Quedaban pocas provisiones allí, más que solo pocas. Unos días por lo mucho. Eso no era bueno.
Nos gastamos todo lo que habíamos conseguido en estos días en desayunos para todos e invitando gente y esas cosas. Realmente habíamos actuado muy irresponsablemente.
–Esto no puede seguir así… –
Dije.
–Tengo que decirte esto… le dije a mi padre que necesito dinero… –
Explicó Akane.
–¿Por qué hiciste eso? –
Pregunté.
–Porque no tenemos nada… –
Replicó Akane en voz baja. Yo suspiré. No es como que no tuviera razón.
–¿Cuánto le pediste? –
Pregunté. En espera de que fuera poco dinero. Lo era, en teoría.
–Cien… –
Respondió Akane.
–¿Cien mil? –
Pregunté, para que ella fuera más clara, Akane asintió.
–Necesito un empleo y lo necesito pronto. –
Le dije a Akane. Ella asintió y salió de la cocina. Las demás estaban alegres, no quería contagiarles algo como esto así que simplemente puse una buena cara.
–No esperes que te deje monopolizarlo hoy también Onee–chan. –
Comentó Minase. Kurimo la miró acusadoramente.
–Bueno, es que casi no estoy aquí… –
Explicó Minase.
–No lo estaba monopolizando ¡Él me monopolizaba a mí! –
Se quejó Sanae. Me miró luego. Por supuesto que Minase no le creyó.
–No te hagas la inocente. –
Le dijo.
–¿Y a ti qué lo que haga o deje de hacer? –
Se quejó Sanae, roja de la cara, eso provocó la risa de Minase. Kurimo bajó las escaleras tranquilamente mientras terminaba de acomodarse una especie de pulsera que tenía en la muñeca.
–Minase basta… –
Le dije.
–Oh, vamos… –
Respondió ella. Sanae volteó a verme.
–Todo es tu culpa. –
Se quejó llorando y luego de eso, subió corriendo las escaleras. Kurimo, que venía bajando, solo la vio pasar llorando.
–Tienes que dejar de hacer eso… –
Le dije a Minase, quien realmente no parecía comprender que Sanae realmente se acomplejaba por ello.
–Oh, vamos… no va a pasarle nada, es divertido… –
–No. No es divertido. –
Respondí, llevándome una palma a la cabeza.
Respondí. En ese momento se acercó Kurimo a donde estábamos.
–¿Pasó algo? –
Preguntó Kurimo. Minase fue quien le respondió.
–Onee–chan le gritó a Toshikane–kun de nuevo. –
Dijo con una risita. En el rostro de Kurimo se dibujó una expresión enojada. Yo ya la había visto antes. Era una cara que solo ponía cuando su coraje llegaba a un límite muy extremo.
–Ahora vuelvo… –
Dijo. Me puse de pie inmediatamente.
–No pasa nada… te lo juro. –
Le dije eso poniéndole una mano en el hombro. Kurimo me miró con lástima.
–Está visto que no puedes manejar esta situación tú solo. –
Respondió Kurimo. Minase, que nunca había visto a Kurimo así de enfadada, se quedó perpleja.
–¿Hatami–chan? –
–Minase–chan, eres mi amiga ¿cierto? Si lo eres, entonces solo guarda silencio. –
Le dijo, luego volteó hacia mí.
–Quédate aquí… –
Dijo Kurimo, y soltándose amablemente, subió las escaleras. Akane salió en ese momento.
–¿A dónde va? –
Preguntó, mirándola. Yo solo batí la cabeza y fui detrás de Kurimo, pero como era de esperarse, llegué algo tarde.
Akane y Minase me siguieron.
Cuando subí, Kurimo abrió la puerta de la habitación de Sanae, ya no hubo tiempo de detenerla.
–Pensé que estarías abajo… –
Comentó Kurimo cuando entró. Sanae no parecía entender por qué Kurimo había venido a buscarla.
–No es justo, me tratan como si fuera una cualquiera, eso no tiene nada de cierto. No es mi culpa. –
No debió decir eso, porque entonces, solo hizo falta que Kurimo preguntara una cosa.
–¿De quién es la culpa entonces? –
Y por supuesto Sanae estalló en llanto y en berrinche.
–De ese maldito pervertido. –
Replicó Sanae llorando, pero eso a Kurimo no le gustó, todo lo opuesto.
–¿No te parece que es hora de que dejes de culparlo? –
Preguntó Kurimo, con una voz que seguro que helaba la sangre de Sanae, quien la miró perpleja.
En realidad creo que Sanae podría haberse defendido si Kurimo realmente le pegaba o algo. Era más grande y bastante más fuerte también, pero Kurimo tiene su propia manera de resultar intimidante, con su tez pálida y sus ojos negros, enojada puede dar mucho miedo.
–He querido decirte esto desde hace mucho tiempo. Pero ya es hora de que dejen de tratarlo como si lo que hace fuera solo culpa suya. Te dejamos tenerlo anoche. ¿Por qué entonces no estás agradecida? ¿No eras tú quien se quejaba de que no la tocaban? –
Preguntó Kurimo.
–Sí pero… –
–Por lo que pude escuchar, el día de ayer te prestó toda su atención, y le dejaste sin pudin. ¿No se te ocurrió pensar que necesitaba comer algo? –
Lo sabía, Kurimo estaba molesta por ello.
–Eso que tiene que… –
–Quiero saber ¿Hasta cuándo vas a seguir actuando como si fuera una especie de privilegio que estés aquí? Estás por la misma razón que yo ¿No es cierto? Entonces ¿Por qué es que siempre te la pasas insultándolo? Hablando mal de él, molestándolo, abusando de su confianza y de su amabilidad. ¿Qué eso no es morder la mano que te da de comer? –
Preguntó Kurimo. Akane suspiró, yo voltee a verla.
–Tiene razón… –
Dijo Akane, y se dio la vuelta.
Me preguntaba ahora si Akane había querido decir eso desde el principio y se había estado guardando eso. Kurimo no pudo guardárselo.
–Ni siquiera te recibe apropiadamente… –
Comentó Akane, bajando la escalera.
Sanae siguió quejándose desde dentro de su cuarto.
–No es mi culpa… –
Se quejó. Kurimo parecía perder los estribos.
–¿De quién es la culpa entonces? ¿Quién es la chica que se quejaba porque no le estaban poniendo atención? ¿Ya se te olvidó? ¿Ya se te olvidó que tú viniste aquí en primer lugar? Nadie te obligó. Estás aquí por tus pires. Hazte responsable de ello de una buena vez. –
Se quejó Kurimo.
–Tú no entiendes… no es que yo quisiera hacer esas cosas… Mi madre me escuchó, Minase también escuchó, le van a decir a todos ¡Se van a burlar de mí! –
Gritó Sanae, Kurimo respondió con más gritos.
–Pues si tanta vergüenza te da ser mujer, solo no lo hagas y es todo. ¡Pero no puedes volver a hablarle así!–
–No es eso lo que quiero decir, es que él es un pervertido… –
–Ya lo sé. Por eso estoy aquí. –
Respondió Kurimo, con el aire frio y apagado de una serpiente.
–¿Cómo puedes decir eso? –
Preguntó Sanae.
–A diferencia de ti, a mí no me desagrada ser una chica. Es normal. Me gusta el sexo. Es simple. –
Respondió Kurimo. Yo me quedé perplejo. Es que ella dijo “sexo”.
Era la segunda vez que lo decía.
–Sí pero yo… –
–¿Pero? No se me olvida todavía que lo robaste. ¿Aún hay peros? A pesar de que estamos siendo condescendientes aquí, sigues pensando solo en ti misma. –
–No es cierto… –
El hecho de que Sanae se negara a aceptar la culpa solo hizo que Kurimo perdiera los estribos. No culpo a Sanae, esa táctica le funcionaba conmigo. Todo lo que ella tenía que decir es “No es mi culpa” y yo estaba dispuesto a perdonarle casi cualquier cosa.
Pero Kurimo no lo entendió así.
–¡No me digas que no es cierto! Lo mismo pasó cuando enfermó. Todo lo que sabes hacer es pedir. E incluso cuando te dan lo que quieres, sigues haciendo como si lo que haces fuera un gran sacrificio. Eso es muy extraño porque a juzgar por como gritabas anoche, estaba casi segura de que estabas disfrutándolo… –
Respondió Kurimo, estaba fuera de sí. Iba a intervenir, pero la sorpresa de escucharla decir esas cosas, cuando ella sabía perfectamente bien que estaban escuchándola, me dejó perplejo.
Otra cosa es que Kurimo solo sabía ser sincera cuando estaba muy feliz, y cuando estaba muy enfadada. Eran sus dos extremos.
–Si no quieres hacerlo con él de nuevo, entonces bien. Pero díselo claramente. Si vuelves a acercarte a él para luego tratarlo mal por una cosa como esa, te prometo que echaré tus cosas a la calle… no me importa si me echan por ello… –
Dijo Kurimo y salió del cuarto. Minase y yo estábamos en el pasillo, mirando la escena. Kurimo puso una sonrisa como si nada pasara.
–Tú y yo tenemos que hablar… –
Le dije a Kurimo. Su rostro se ensombreció.
Minase no dijo nada, solo entró al cuarto con su hermana y cerró la puerta. Escuché que pusieron seguro. Kurimo se dirigió a su alcoba.
Yo fui hasta allí.
Cerré la puerta tras de mí.
–Es todo. ¿No es cierto? Tendré que irme… –
Preguntó ella, sentándose en el sillón.
–No es así… –
Respondí.
Kurimo suspiró y me miró.
–Al menos le dije lo que tenía que decirle. –
Dijo.
Ella siempre se guardaba las cosas hasta que no podía soportarlo. Lo malo es que normalmente, para ese momento, ella estaba tan enojada que no siempre pensaba lo que decía.
No sé si eso era algo bueno, o era malo.
–Creo que te excediste… –
Comencé a decirle. Ella volteó a verme con los ojos todavía encendidos en coraje.
–Yo pienso que no. –
Respondió ella, girando la cara.
–Es que… ella no puede decir las cosas así, tiene miedo. –
Repliqué, con especial interés en que ella lo entendiera. En ese momento, ella me dejó en claro que aquello no era algo que ella pudiera entender, menos con todo lo que había pasado.
–Amar a alguien no es vergonzoso. –
Respondió. Yo suspiré.
No va a entenderlo. Por la simple razón de que su silencio casi la mata. Por la simple razón de que ella está tratando de deshacerse de su vergüenza porque le representa un grave problema, incluso para su salud. Por la simple razón de que ella lo ve todo desde un punto de vista diferente del mío.
No creo que sea capaz de comprender por qué alguien siquiera se burlaría de Sanae en primer lugar. Su corazón no funciona así.
–No es que sea vergonzoso pero… –
–No. No la defiendas. Es la verdad. Tú eres demasiado amable… o es que solo te gusta mucho su cuerpo, no lo sé. Eso no le da el derecho de tratarte como a su juguete. –
Se quejó Kurimo. Al menos me dejó en claro su punto de vista. Ella cree que Sanae está jugando al gato y al ratón conmigo.
–No se trata de eso, yo entiendo que puede parecer grosera a veces… –
–No lo parece… lo es, y eso me molesta porque te quiero. –
Respondió Kurimo, interrumpiéndome.
–Sí, bueno, es que ella no puede decir las cosas como las piensa. Tú sabes lo que es eso… –
Repliqué. Eso la hizo enfurecer.
–¿Yo sé lo que es eso? ¡Claro que sé lo que es eso! Por eso es que estoy enojada. Porque yo también tengo problemas, serios problemas, diciéndote como me siento, y no por ello voy por la vida diciéndote cosas malas, culpándote de mis acciones. –
Se quejó, y se acercó a mí. Me miró con los ojos llenos de lágrimas.
–Y todos los días. ¡Todos! Pienso en ello. Pienso en donde estaría ahora si no fuera por ti. Y sí, me molesta que ella no se ponga a pensar por un momento, en donde estaría si tú no estuvieras. –
–Dejémoslo en que me quieres más que ella… –
Comenté, dispuesto a concederle eso si con ello podía zanjar la situación, ella suspiró.
–Dejémoslo en que te quiero… –
Respondió Kurimo, implicando el caso opuesto para Sanae, que no era la verdad, pero eso es algo que solo yo podía ver.
Kurimo siempre ha sido así de obstinada. Suspiré y la atraje hacia mí. De nada servía enojarme con Kurimo por esto, eso no quiere decir que apruebe lo que hizo, pero sin duda sus sentimientos me llegaron.
–Si tan humillante le parece ser tuya ¿Por qué no te deja y ya? –
Se quejó Kurimo, una queja vana porque estaba recargando su cabeza sobre mí.
–Porque no es tan fácil. No la voy a dejar ir así como así… ya sabes cómo es eso también… –
Respondí, aun acariciando su cabello, eso hizo que Kurimo se suavizara un poco, al menos su tono ya no era hostil.
–Pues a mí me gusta eso… –
Replicó Kurimo.
–Gracias por eso. Sé que lo hiciste por mí, y te lo agradezco. –
Repliqué. Ella asintió allí donde estaba. No vi más a Minase ni a Sanae en ese momento. Estaban en el cuarto de Sanae, y yo tuve que salir.
–––––––––
Dejando el problema matutino de lado por un momento, tenía uno mucho más importante.
El caso es… que no tenía idea donde comenzar a buscar un empleo, salí a caminar porque necesitaba tiempo para deshacerme de todas aquellas cosas que traía en la cabeza. Y quizá buscar alguna agencia donde pudiera llevar mis datos.
Eso podría funcionar.
Olvide que en toda mi vida, yo nunca había hecho esto, y siendo sincero, sí estaba un poco confundido, aparte de que bueno, las cosas no estaban del todo bien en casa.
Sin mucha esperanza en realidad, caminé en círculos por el vecindario. Quizá si aplicara para una combini… pero no creo que el salario me alcance. Además son vacaciones, no es como que haya muchas vacantes de medio tiempo.
Quizá algo de tiempo completo. ¿Para un estudiante? ¿Qué posibilidades había? No muchas.
Estaba a punto de volver a casa cuando me encontré con alguien, o mejor dicho, dos personas. Kamine y Sushake.
–Hey. ¿Cómo estás? –
Preguntó Sushake, acercándose, Kamine llegó saltando como un conejo detrás de él.
–Bien, yo… –
–Olvida esa tontería ¿Vas a venir? –
Preguntó Kamine, interrumpiéndome. Sushake se rio levemente.
–¿A dónde? –
Pregunté, extrañado porque no sabía de qué estaba hablando, y molesto por ser interrumpido.
–A mi fiesta, tonto… te dije que vinieras, dijiste que sí… ya va a empezar… –
–Faltan seis horas. –
Respondió Sushake, llevándose una palma en la cabeza. Kamine negó con la cabeza. es como si nada en el mundo pudiera arrebatarle ahora su felicidad.
–Es poco. He esperado trescientos sesenta y cuatro días. Ya va a empezar. –
Me dijo Kamine.
–Sí, bueno, a decir verdad, tengo problemas algo graves ahora mismo… –
Expliqué. No es que no quisiera ir. Eso digo yo.
–¿Problemas de faldas? –
Preguntó Kamine, Sushake la miró.
–Oye… porque no vas adentro y me traes el jugo que dejé allí. –.
Pidió Sushake a su novia.
–¿Eh? ¿Estás enviándome fuera? –
Preguntó Kamine, molestándose.
–Sí, eso hago. Ve. Anda… –
Respondió Sushake, sonriendo. Creo que ellos estaban especialmente felices. Quizá solo debí haber tenido una novia desde el principio. Estas cosas no estarían pasando si no fuera por mi estúpida boca y mi pene aún más idiota.
–No es justo… –
–Los hombres tenemos cosas de hombres que hablar. –
Dijo él. Kamine suspiró. Se dio cuenta de que no eran problemas de chicas y lo aceptó. No era de su incumbencia mientras no se tratara de faldas como ella le decía.
–A veces ella no sabe cuándo parar. –
Le comenté a Sushake, quien sonrió.
–Y que lo digas… está muy feliz porque le van a hacer una fiesta pero. –
–Una fiesta… ¿No te parece un poco infantil? –
Comenté. El encogió de hombros.
–Igual habrá pastel. –
Respondió él. Algo que he olvidado decir sobre él, es que, a pesar de su apariencia ruda y a veces agresiva, a este sujeto le encantan los dulces.
–Te compró con un pastel… –
Respondí, sonriendo.
–¿De qué va ese problema? ¿Puedes decirme? –
Preguntó Sushake, volviendo al tema.
–Bueno, a decir verdad, sabes que soy solo. Y sinceramente me echaron del trabajo hace poco. Necesito un empleo. –
Comenté.
–Oh, vaya… por qué no algo de medio tiempo… –
Comentó. Es que eso debería ser lo más fácil.
–¿En vacaciones? Cuando todo el mundo toma empleos de medio tiempo. No creo que eso sería pronto. –
Expliqué. Sushake asintió.
–Siempre puedes ir a Tekanoshi. –
Comentó.
Tekanoshi, es un inmenso corporativo que tiene su sede en esta misma ciudad, se dedican más que nada a la producción, manufacturación y distribución de componentes para el ensamblaje de aparatos electrónicos. Ellos son los que producen los CPU de los teléfonos inteligentes, por poner un ejemplo.
El caso con esta empresa, es que por continuas expansiones, solicitaban casi todo el tiempo. Sus ofertas de empleo varían ampliamente, desde simples repartidores, hasta ingenieros en micro–electrónica.
Era una maravilla.
Pero también resultaba un poco intimidante.
Es una empresa grande con un gran nombre. No puedes fallarles. No puedes hacer cosas como la que he hecho en la panadería.
Es un contrato que, de alguna forma, estás firmando con sangre.
Aun así. Creo que era mi mejor opción.
–Tekanoshi… es un sitio muy grande. –
–Mi hermano mayor trabaja allí desde que estaba en la universidad. Ellos te dan permiso de que estudies, incluso te prestan sus horarios. –
Explicó él. Ahora sé porque lo sugirió.
–Quizá debería echar una mirada. –
A mí nunca se me hubiera ocurrido, a pesar de que sabía de la existencia de dicha empresa. Quizá no estaba pensándolo tan seriamente como yo creí.
–En tu situación, esa sería la solución perfecta. –
Comentó Sushake. Kamine volvió luego de eso.
–¿Terminaron de hablar? Mi madre va a salir. ¿Por qué no vamos adentro? –
Preguntó Kamine.
–¿Ahora mismo? –
Preguntó Sushake, porque aquella era una invitación a algo.
–Tenemos tiempo… –
Sugirió Kamine, mostrando levemente su escote. Sushake batió la cabeza.
–Bueno, yo en realidad tengo que irme… –
Les dije, Sushake asintió, y nos despedimos. Kamine se colgó de su hombro y lo llevó dentro. Yo simplemente caminé, en dirección a la gran avenida.
Allí es donde estaba la oficina central.
Era un enorme edificio color blanco con cientos de ventanas. Aun así, no parecía un mal sitio, era bonito, hay que decirlo, con las enormes letras de Tekanoshi colgadas en la parte de arriba del edificio, para que todos pudieran verlas.
Suspiré.
Había que intentarlo.
Cuando me acerqué al edificio el guardia de seguridad que me atendió, dijo que tenía que subir al piso numero 12 porque allí estaban las oficinas de contratación. Debe haberse dado cuenta de que estaba muy nervioso, porque incluso me sonrió y me puso una mano en el hombro.
–Bienvenido. –
Dijo, como si estuviera seguro de que iban a contratarme. Yo solo quería ver que ofertas tenían. Nada serio, o eso quería pensar para calmar el dolor de estómago que sentía.