Haru No Yurei - Volumen 4: 20. El Príncipe y la Caja.
Capítulo 20: El Príncipe y la Caja.
Después de que salí de la habitación, miré mi teléfono para darme cuenta de que había una llamada perdida de hacía unos momentos apenas.
Ayasara Mizuki.
Sin pensarlo demasiado bajé las escaleras y salí de la casa. Marqué su número. Contestaron casi inmediatamente.
…Moshi-Moshi ¿Toshikane? No sabía si debería marcar de nuevo… no estoy molestando ¿Cierto?…
Preguntó ella en cuanto contestó el teléfono.
…No te preocupes. No estás molestando para nada. ¿Estás bien?…
Pregunté, parecía que tenía algunos problemas para responder.
…Si bien, yo quería, pues hablarte, pero me daba un poco de miedo…
Explicó Ayasara al otro lado del teléfono. Yo suspiré.
…¿Te da miedo hablarme? …
Respondí, molestándola un poco. Ella se dio cuenta porque se corrigió, enfadándose.
…¡No es eso lo que quiero decir! Estás malinterpretando lo que digo…
Se quejó de nuevo. Me hubiera gustado ver su cara cuando le dije eso. Me reí un poco por dentro.
…Bien. ¿Qué quieres?…
Respondí. Un poco demasiado directo, pero no quería que lo malinterpretara. La hizo tartamudear un poco.
…¿Eh? Pues… es decir. ¿Estás solo ahora? ¿Tienes tiempo? No estoy interrumpiendo nada ¿cierto?…
Preguntó ella. Yo sonreí.
…¿Qué es lo que podrías interrumpir?…
Pude escuchar su reacción al tiempo que tosía levemente.
…Pues… tiempo con tu esposa… eso…
Replicó ella en voz baja, a pesar de que no había ninguna necesidad, según yo.
…Mizumi. Deja de pensar en esas cosas. No interrumpes nada. Si tú tienes algo que hacer entonces puedo colgar…
Respondí. Había allí una especie de amenaza, que ella se apresuró a cubrir.
…Claro que no. Es decir ¿Qué se supone que tendría que hacer?…
Se quejó.
…Pues no lo sé. ¿No es acaso muy tarde para que una chica decente esté hablando con un hombre?…
Devolví la duda hacia ella.
… ¡No es tarde! No puedo dormir ¿Ya? Quería hablar contigo. No tienes por qué ser tan malo, y eres mi novio…
Ayasara pareció contener las lágrimas a este punto. Yo suspiré.
…De acuerdo. De acuerdo. No hay porque enfadarse. ¿Hay algo de lo que quieras hablar?…
Ayasara suspiró al teléfono, luego se recompuso.
…Pues, no es que haya algo. Es solo que… es decir… acabo de tomar un baño…
Sonreí. De algún modo, entendí que ella estaba tratando de pintar una imagen en mi mente. ¿Qué otro objeto tiene que me diga eso?
Ayasara continuó.
…Y verás. Estaba pensando un poco en ti, y bueno, en mí… Eso no es extraño ¿O sí?…
Explicó. Creo que entendía lo que pasaba, caminé un poco por el pequeño jardín para apartarme del ruido.
…¿Y qué es lo que estabas pensando?…
Pregunté. Ella se rio levemente.
… ¡Ya te lo dije! No estás escuchándome…
Se quejó. Lo pensé por un momento. Quizá debería empezar averiguando qué ocurre. No es normal que ella me llame de la nada.
…Mizumi. ¿Estás bien?…
Ella sollozó un momento, luego respondió.
…Pues, estoy sola y… estaba tomando un baño… y pensaba en ti…
Explicó ella. Su coraje desapareció así como había llegado, ahora solo estaba triste. Supongo que necesitaba un poco de atención. Hay que recordar que ella se deprime por esto con mucha facilidad.
…Bueno, admito que estoy un poco emocionado por que las clases recomenzarán pronto…
Respondí más que nada porque no quería traer temas pervertidos a la conversación. No hasta que no sepa qué es lo que la tiene asi.
…Ta-También yo… pero… ¿Crees que podríamos… salir? Antes de que recomiencen las clases. Falta poco y… bueno, estaremos ocupados… tú vas a estar ocupado…
Porque ella dejaría todo si se lo pido. Me lo ha dicho antes.
…Echaré mis ocupaciones a un lado, pero creo que tienes razón. Deberíamos salir antes de comenzar las clases….
Respondí, pude escuchar como es la puso de buen humor.
…Eres un irresponsable ¿Qué debería hacer contigo?…
…¿Salir conmigo?…
Pregunté. Ella se rio levemente.
…¿De verdad quieres salir conmigo? Pensé que… lo olvidarías…
Se deprimió con una rapidez impresionante.
…Mizuki…
Suspiré. Ella se disculpó inmediatamente.
…No te enfades. No sé qué me ocurre. Estoy actuando como una loca. Lo sé. Nunca había pensado tanto en alguien. Nunca había sido tan intenso… tengo miedo…
Se quejó ella.
…Pensé que habías estado enamorada antes…
Respondí, eso no le gustó.
…Si, pero no fue igual. No pensaba tanto en él. No había tanto tiempo, me arrepentí de dejarlo ir, es cierto… pero esta vez realmente siento que me voy a morir…
Respondió ella.
…Estás exagerando…
Repliqué, pero estaba siendo solo modesto, y ella lo comprobó después.
…Pues tú también eres casado…
Repuso Ayasara. Si mal no recuerdo, eso fue lo que hizo que su antigua relación terminara. Y esta vez había valido de poco.
…Lo siento…
Respondí, pero ella me corrigió.
…No es cierto. Tú no lo sientes para nada. No soy estúpida. Te encanta saber que estoy aquí para ti. Te encanta saber que puedes tenerme cuando tú quieras. El problema es que, no importa lo que haya dicho, a mí también. Y lo entendí. Yo quería esto, quería romper las reglas. Y tú eres un experto en eso. Y quería decírtelo. Lo he pensado mucho, y… bueno. Creo que en realidad, eres el único que me dio lo que yo necesitaba… no lo que yo quería. Y ahora que lo sé… tengo miedo de perderlo. Es eso…
Explicó.
…Mizuki, yo…
Comencé a decir, porque se puso seria de la nada y dijo todo eso. Fue extraño.
…Ya sé que soy patética por decir esto por teléfono. Pero… No creo que pueda decirlo a la cara justo ahora. Y quería que supieras… Me gusta tu amor prohibido…
Explicó ella. Tantas cosas tenían sentido ahora, no quise contradecir nada. Suficiente era con que ella lo hubiera explicado para mí. Posiblemente esto le había estado dando vueltas desde que hablamos hace unos días.
…Funciona para ambos lados, entonces…
Respondí.
…Promételo… prométeme que nada cambiará cuando estemos en clases otra vez. Prométeme que me mirarás sin que nadie se dé cuenta. Prométeme que serás como siempre eres, que me dejarás fingir que no te quiero. Que romperemos las reglas, que engañaremos al mundo. Promete que me harás feliz, incluso si todos piensan que está mal…
Pidió.
…Vaya, asi que es eso… lo prometo. Todo seguirá siendo como es…
Iba a aligerarlo con algo como “Pensé que lo sabías” pero honestamente, sentí que sería una mala idea. Ella estaba haciendo un esfuerzo por decir esas cosas, probablemente se arrepentiría si yo intentaba quitarle importancia.
…Gracias…
Y colgó.
Iba a entrar a la casa de nuevo cuando recibí un mensaje. Era, por supuesto, Ayasara. Era una fotografía de ella misma, un poco… subida de tono. No diré que era pervertida, no se veía realmente nada obsceno, pero fue muy obvio que ella la tomó con especial cuidado en que se notara su piel un poco más de lo habitual.
“Olvidé decir que tengo una pijama nueva. Quería que la vieras pero no voy a mostrártela en persona porque no quiero que se arruine y tú no sabes ser cuidadoso.”
Respondí diciendo “Es súper linda” y guardé mi teléfono pensando en cómo debería molestarla con eso en cuanto tuviera la primera oportunidad.
Por otro lado, creo que podría pasar un dia después del trabajo. No va a ser fácil, pero no me quejaré por esto. Soy yo quien dijo que podía.
Pensaba en eso mientras entraba de nuevo a la casa. Mañana no tenía que trabajar, pero de todos modos no creo que quedarme despierto hasta tarde sea una buena idea.
Una vez dentro de nuevo me encontré con Kaminari, que venía bajando las escaleras. Ella retrocedió en cuanto me vio.
– ¿Pasa algo? –
Pregunté. Ella puso sus manos detrás de ella.
–Nada… no pasa nada… –
Dijo Kaminari, Kurimo bajó detrás de ella.
–Ella iba a salir huyendo justo ahora. –
Comentó Kurimo con una risita. Nowaki me miró asustada, estaba muy alterada.
–No puedo quedarme. No voy a ser la siguiente. –
Se quejó.
–Ya te dije que a ti no te van a hacer nada. –
Respondió Kurimo, al parecer, ya se lo había dicho. Esto era por el asunto de Habara. Hay que ver que ella si se asustó, era más que obvio que ella no estaba acostumbrada a escenas como esa.
–Tenía que disculparse. –
Respondí, encogiendo de hombros.
–Entiendo eso pero… ¿En serio? ¿Tormento? Es decir… –
Se quejó. Parece que quedó muy impresionada.
–Ese es solo el modo en que Akane hace las cosas. –
Respondí.
–Como dije, a ti no te va a pasar. No ahora, no nunca. No es así como funciona. –
Respondió Kurimo.
– ¿Cómo funciona entonces? La torturaron para que se disculpara. Eso no está nada bien. –
Se quejó Kaminari.
–Pues, es que ellas dos son así. Especialmente ellas dos. –
Explicó Kurimo después. Nowaki volteó a mirarme.
– ¿Con qué le pegaron? –
Preguntó, yo encogí de hombros.
–Con el cepillo. –
Respondí con tranquilidad. Tampoco era como que hubieran puesto a Habara en una máquina de tortura o algo así.
–Ah… es decir… ¿Cómo a un niño? –
Preguntó ella, parecía que la respuesta lo hizo menos alarmante.
–Más o menos. –
Respondí. No le pegarías a un niño pequeño con tanta fuerza, pero sí.
–Bien… igual no pienso que esté bien… cielos. Realmente me sacaron un susto. –
Dijo ella, recargándose en la pared, con la mano sobre el pecho. Yo suspiré.
–Solo puedo decir que es el modo en que Akane y Habara hacen las cosas. Es la clase de relación que ellas dos tienen. Nadie va a golpearte a ti, y nadie va a obligarte a hacer algo que no quieres hacer. –
Respondí. Kurimo asintió con la cabeza.
–Te lo dije. Volvamos arriba. Deja de pensar cosas tontas. –
Respondió Kurimo. Creo que ella quería seguir viendo televisión.
–Y ustedes, señoritas, es bastante tarde. Y ya no es hora de ver televisión. Así que pienso seriamente que deberían irse a dormir ahora. –
Les dije, Kurimo empujó levemente a Kaminari, dos veces, como incitándola a algo, pero ella volteó a verla y negó con la cabeza.
Kurimo se adelantó entonces.
– ¿Dónde vas tú? –
Preguntó ella.
–Pues, en vista de que Akane la está pasando bien con su amiga ahora mismo, tendré que dormir en el sillón de nuevo. –
Expliqué mientras bajaba las escaleras. Ambas me siguieron abajo.
– ¿Eh? Pero si… tú no hiciste nada… –
Se quejó Kurimo.
–No se trata de que haya hecho algo, pero esas dos necesitan tiempo a solas. Yo no puedo estar allí ahora mismo… –
Respondí. Kurimo volteó a las escaleras.
–Pero hay más cuartos… –
Se quejó Kurimo. Kaminari asintió.
–Bueno, Sanae está durmiendo ahora mismo. Y no voy a despertarla, trabajó todo el día y necesita descansar. Mizore y yo fuimos a pasear antes, y ella también está dormida a estas alturas, además, allí la cama no es tan grande. No puedo incomodarla. –
Expliqué… y Kurimo, bueno, tenía un huésped.
–Pero… pero… –
Comenzó a decir ella.
–Nada de “pero” vayan a dormir. Ya después resolveremos esto. Por ahora no hay nada que hacer. –
Le dije a Kurimo. Ella asintió con la cabeza, Kaminari, que aún estaba allí, la miró y Kurimo se dio la vuelta. Yo estaba acostado sobre el sillón. Escuché como Kurimo subió las escaleras, pero Kaminari se quedó allí parada.
– ¿Esta bien si me quedo un momento? –
Preguntó Kaminari. Yo voltee a verla, no se acercó, pero tampoco se fue. Yo sonreí.
–De acuerdo. –
–Pero no te muevas de allí. –
Me dijo ella.
–Kaminari–san. No sé si me crees, pero seguiré diciendo lo mismo que antes. No voy a lastimarte. –
Comenté. Ella asintió, pero su lengua se volvió afilada.
–Quien sabe. Aquí acostumbran a golpear a las personas, por lo que veo. –
Respondió ella.
–Así son ellas dos, ya te lo dije y… parecen estarla pasando bien. –
Comenté. Algún ruido se alcanzó a escuchar, pero no le presté más atención que eso. Kaminari fue y se sentó en el suelo, contra el respaldo del sillón. Así no podía verla, pero creo que ella se sentía más segura así.
–Me compraron crepas. –
Comentó ella.
– ¿Eran buenas? –
Pregunté. No podía verla, así que no supe que reacción tendría.
–Si, muy buenas. Las comimos Ha–chan y yo. –
Explicó.
– ¿Ha–chan? –
Pregunté. Creo que la intención era mostrarme que ella se estaba llevando mejor con Kurimo. Aunque ella me dio una razón diferente.
–Así le llamo ahora… y te estaba presumiendo eso. Se supone que tienes que decir que querías comer crepas, pero no funciona porque eres tonto, y no eres una chica. –
Explicó ella.
–Estoy más celoso de que la llames “Ha–chan” ¿Sabes? –
Pregunté. Ella se rio levemente.
–Es que suena lindo. Yo se lo puse. –
Comentó ella.
–¿Y ella te puso un apodo? –
Pregunté.
–Sí. Pero no te voy a decir cuál es. –
Respondió. No estaba mal. Contrastaba mucho con el carácter de las otras, pero tiene su encanto, lo admito.
–Ah, pero quiero saber. –
Respondí, mitad en broma, porque evidentemente no se quedó aquí para eso, y no me lo iba a decir.
–Bueno… ¿Porque no intentas adivinar? –
Preguntó ella.
–Bien, veamos, Be–chan. –
Lo sé. No tiene sentido, pero el punto era no acertar. Ella soltó una carcajada.
–Estás tonto. Claro que no. –
Respondió. Parecía divertida.
–Yo no sé nada sobre apodos bonitos. Tendrás que perdonarme. –
Respondí.
–Nada. Eres un tonto. –
Se quejó ella. Pude sentir como se recargó en el respaldo del sillón. Posiblemente abrazaba sus rodillas ahora.
–Déjame intentarlo de nuevo. –
Pedí.
–Bien, pero solo una vez… –
Fue su respuesta.
–Mu–chan. –
Le dije. Ella volvió a reír.
–Bu–bu… fallaste. Tu castigo es… –
Y se quedó callada por unos momentos. Intentó recomponerse.
–Tu castigo es… es… –
Se le quebró la voz. Se puso a llorar.
–No te vayas a levantar. –
Me dijo, llorando. Estuve a punto de levantarme, pero es que ella no quería que la viera llorar.
–No te levantes. Estaré bien… yo solo… –
Y no pudo decir más. Me quedé allí donde estaba escuchándola llorar.
–Tú ganas. ¿Estás feliz? Toshikane… –
Me llamó por mi nombre.
–Podrías estar en tu cama, durmiendo con tu esposa… o alguna de esas mujeres hermosas. Pero estas aquí. Por segunda noche consecutiva… ¿Y qué ganaste?… –
Preguntó, y entonces fue ella la que se puso de pie, limpiándose las lágrimas y me miró a los ojos con coraje.
–Te diré lo que ganaste. Nada. Porque no hay nada que ganar. –
Seguro que el asunto de Habara no importaba para nada en esta situación, así que no lo traje, ella continuó:
–Estás sólo siendo testarudo, tienes que echarme de aquí… sólo tienes que decirlo. –
Me dijo ella.
–No voy a hacer eso. Si tienes a donde ir, adelante. Pero dudo mucho que te guste el orfanato. Ya he estado allí… –
Respondí, pero ella pareció enfadarse.
– ¿Y quién ha dicho que yo quiero irme? ¿Porque me iría aunque tuviera a dónde ir? Eres tú el que lo está echando a perder. Eres tú el que está durmiendo fuera como un perro. –
Respondió ella. Así que era eso. A ella le conmueve que tenga que dormir afuera. Mira que chica tan sensible tenemos aquí.
–No deberías preocuparte por esas cosas, Kaminari–san. Solo ve a dormir. –
Respondí, cubriéndome la cara con la sabana. Ella se adelantó y haló la cobija con fuerza.
–Tú… no entiendes a las chicas para nada. Con todo esto y no puedes simplemente entender a una mujer. Eres patético. –
Me dijo ella. Estaba provocándome ¿No es cierto? No creo que ella realmente quiera decir esas cosas. Pero es que está en la edad rebelde. Y vaya que se le nota.
–No. No las entiendo. Para nada. Y dejé de intentarlo hace mucho. Y eso está bien. Con admirarlas y hacerlas felices me basta. Compartir la cena con ellas, escucharlas reír… –
Le dije, ella no pudo evitar una ligera sonrisa, porque eran dos cosas que había hecho con ella, en el poco tiempo que teníamos. Pero su sonrisa se apagó en unos instantes.
–Pues… qué alto es el precio. ¿No lo crees? Sales perdiendo, y nos obligas a mirar… –
Se quejó ella, parecía decidida a no dejarse vencer. Yo sonreí. Kaminari se enojó.
–No te rías. Detesto esa estúpida sonrisa tuya. La primera vez me cautivó. Ahora la odio ¿sabes? Sonríes como si fueras el dueño de todo. Y… te guardas el costo para ti. Y a donde quiera que voltees, parece que en este sitio así es la vida. Eres el hombre de la casa, pero no puedes molestarlas porque quieres que duerman. –
Explicó ella.
–Tienes una casa bonita, con un montón de cuartos, pero duermes en la sala como un perro. Todo contigo es igual. Tienes un empleo y estatus, pero tu ropa es la más corriente que puede existir. Tienes un montón de mujeres lindas y geniales, pero haces lo imposible por impresionar a la que no tiene como corresponder, o con qué devolverlo. Eres tonto. ¡Tú comprarías un collar de diamantes por la caja! –
Se quejó.
–Tienes razón. Tal vez soy tonto. –
Respondí, sonriendo. Ella se enojó.
– ¿Porque lo admites? Estás volviendo a sonreír. Es esa estúpida sonrisa otra vez. –
Las situaciones eran bastante diferentes, pero creo que entiendo lo que ella quiere decir. Esa sonrisa que se siente como un muro impenetrable. Que te hace enfadar porque no puedes hacer que esa mirada cambie. Cuando miras a esa persona que parece indiferente a tus problemas.
Yo… recuerdo eso.
Batí la cabeza y me levanté, tratando de recomponerme. Nowaki retrocedió nerviosa. Luego me miró por unos momentos, como esperando mi reacción. Yo suspiré.
– ¿Eso quieres? ¿Quieres recompensarme? Podías haber empezado por allí. ¿Qué tal si me tomas la mano? –
Ella me miró feo.
–Ahí vas de nuevo. ¿Por qué la mano si puedes tenerlo todo? –
Se quejó ella. No creo que ella viniera aquí buscando algo como acostarse conmigo. Por más que ella insinuara que si. No lo sé. Tal vez Akane tenía razón en eso. Tiene miedo. Es decir, retrocedió en cuanto me incorporé.
– ¿No ibas a recompensarme? –
Pregunté, insistiendo. Ella giró los ojos con tedio.
–Ten. Toma. Sé feliz. –
Se quejó ella, pero extendió su mano. Yo la tomé.
–Es linda. –
Le dije. Ella me soltó con violencia.
– ¡No digas cosas como esa! Es una mano. Es una estúpida mano. –
Se quejó, pero luego me devolvió su mano.
–Sin comentarios vergonzosos esta vez, por favor. –
Se quejó ella. Yo asentí. Nos tomamos de las manos un momento, en silencio. Finalmente ella preguntó.
–¿Por qué no te importa? ¿No quieres mi… pureza? Pensé que era importante. –
Preguntó ella. Parecía una pregunta seria, así que respondí seriamente.
–Lo es, bajo las circunstancias correctas. –
Ella movió la cabeza con tedio.
–Las “circunstancias correctas”. Habla japonés. No puedo entender eso. No estás en el trabajo ahora. –
A Kaminari no le gustan los términos complicados. Aunque más bien, creo que no le gusta que disfraces tus intenciones.
–Quiero decir, que si soy yo el que tú vas a escoger… –
Eso la hizo enfadar.
–Espera ¿Qué? –
Dijo, mirándome de nuevo con esos ojos de halcón enfadado. Tomó aire.
-¿Te parece que me iría con alguien más ahora? ¿Eso es lo que quieres decir? –
Preguntó ella, poniendo ambas manos en el respaldo del sillón.
–No es eso. No es lo que dije. –
Nowaki comenzó a alzar la voz.
–Es lo que dijiste, no estás seguro ¿Por quién me tomas? ¿Eh? –
Mejor lo reparo de una vez. No lo pensé demasiado. Estaba demasiado ocupado tratando de no forzar nada sobre ella que dije algo estúpido.
–No. Lo siento. Kaminari–san. No es lo que quise decir. –
Ella me miró a los ojos.
–¡A mi me gustas tú! –
Aclaró. Y nos quedamos callados. Al poco rato, ella enrojeció. Giró la cara y apartó su mano de la mía.
–Nunca me había avergonzado tanto. –
Dijo, mirando a otro lado.
–Lo siento… –
Respondí. Ella suspiró.
–No. Está bien. Me había confesado antes, dos veces, pero nunca fue tan… serio como ahora. No sé. No importa. –
Respondió ella, se hizo aire con la mano.
–¿Tan serio? –
Pregunté. Ella asintió.
–Si, como ahora. Es que normalmente lo citas, te paras frente al chico, te confiesas, dices que te gusta, que quieres que salga contigo, haces la inclinación, lo de siempre. Esto es diferente. –
Ella mencionó los pasos como si fuera un protocolo del empleo. Cambió el tema después, o más bien volvió al tema principal.
–Entonces. ¿Por qué no? Yo lo soportaría… no te voy a patear… –
Preguntó ella, parecía decidida a saber.
–Por eso mismo. Porque estás diciendo que lo soportarías. Y esto no es sobre soportar nada. Esto es sobre sentirse bien. Ambos. –
Respondí.
–Eso no es cierto. ¿Estás diciéndome que a los hombres les importa cómo se siente para la mujer? Eso es solo una mentira. –
Respondió ella. Es que eso es una parte del problema. De hecho, creo que esa era la principal.
–Claro que es importante… es como… la mitad de todo lo que sucede. No puede solo no importar. –
Kaminari cruzó los brazos.
–Pues no conozco a ningún hombre entonces. –
Se quejó ella. Iba a rebatir eso cuando me di cuenta de que no era una buena idea. Mejor lo tomo por el lado de ella.
–Kaminari–san. Acabas de decirme, que te sientes mal. Que soy un tonto. Que no es justo lo que está pasando, y que yo debería echarte de aquí. No eres ajena a la empatía. Es eso mismo. No puedes hacerle daño a otra persona por tu propio beneficio. Y en las cosas privadas aplica también. –
–Pues daño por daño… –
Se quejó ella.
–No. Ya te lo dije. ¿Quieres recompensarme por esto? Tómame de la mano. Eso es todo. –
Kaminari me extendió su mano de nuevo.
–Eres un necio. Entiendo que ellas lo hacen voluntariamente, pero ¿Que si yo soy diferente? –
Preguntó. Creo que estaba preguntando por que imaginaba un tema parecido al que yo tenía con Akane. Pero es que no es lo mismo.
–Tal vez, lo averiguaré con el tiempo. Pero no voy a tomarlo como pago. Si va a pasar en verdad, quiero que sea por voluntad, sólo eso. Honestamente no me gusta la idea, de comprarte… sea de la forma que sea. –
Respondí. Kaminari me miró por unos momentos, atónita. Sentí que trató de retirar su mano, pero a pesar de que no la retuve, ella no la retiró.
–Un momento… eso no es… –
Es que es como lo que ella dijo antes. Y lo entendió.
–Lo es. –
Respondí. Ella pasó una mano por su cabello, y me soltó.
–Pensé que a los chicos no les importaban esas cosas. En el colegio sólo las chicas hablan de eso. Los chicos solo hablan de cosas pervertidas. –
Explicó ella.
–Bueno, no lo hablan mucho, en eso tienes toda la razón. –
Respondí, encogiendo de hombros.
-No lo hablan porque no piensan que sea importante. No les interesa. –
Insistió.
-Bien, al menos a mí me importa. –
Repliqué, solo trataba de dar el tema por sentado, o esto sería un problema de nunca acabar.
–Eres el primer chico que conozco, que piensa así. –
Me aseguró.
–Tal vez. –
Respondí.
–Y eres un necio. –
Insistió.
–Lo sé. –
–Y quieres la caja. –
Respondió ella. Es por lo que ella había dicho antes. Suspiré. No me gustaba mucho esa idea.
–No eres un objeto, pero si tú lo quieres ver así. Sí. –
Respondí.
–Quieres mis sentimientos. –
Repitió ella, como confirmando que estábamos hablando de lo mismo.
–Sí. –
Kaminari suspiró.
–No sé si lo haré bien… no tengo idea de cómo hacer lo que tú quieres. –
Respondió ella.
–Haz tu mejor esfuerzo. –
Respondí, recargándome de nuevo en el sofá. Ella se quedó mirando a la nada.
–Toma mi mano. –
Dijo ella, ofreciéndome la misma mano. Hice lo que me pidió.
–Bien… aquí vamos. –
Iba a decirle que no ahora, pero no me dio tiempo. Ella hizo su mejor esfuerzo.
–Tú me gustas mucho. Etto… no tengo idea de qué estoy haciendo. No te vayas a reír. Yo… todavía tengo mucho miedo. Lamento mucho todos estos problemas… y realmente espero que no me odies por todo lo que has tenido que pasar por mi culpa. Y bueno, pensaba que tal vez, podríamos ser novios. Si tú quisieras y si te hace feliz. A mí me haría feliz. –
Se puso de pie, arrebatándome su mano.
–Listo. No hay más. Es todo. –
Estaba nerviosa como si hubiera confesado un crimen. Y había lágrimas resbalando de sus mejillas. Tuvo que volver a su manera de siempre.
–Y deja de mirarme así. Pervertido. –
Reclamó después.
–Lo hiciste bien. –
Comenté, ella me miró y una sonrisa muy leve se dibujó en su rostro. Yo no quise sonreír porque me dio miedo que ella pensara que me burlaba o algo así. Quien sí escogió burlarse, fue ella.
–Si te conformas con eso. Por mi está bien. –
Dijo ella, con algo de sarcasmo, pero es que yo había entendido que esa era su defensa.
–En realidad, hay algo que quiero que hagas… –
Comenté. Ella volteó y me mostró su lengua.
–Seguro es algo sucio ¿No es cierto? Que horrible eres. ¿Quieres tocar mi trasero? Está bien. –
Y sin dar tiempo siquiera a replicar, literalmente se sentó sobre mi estómago con fuerza. Yo ahogué un grito, y ella se levantó inmediatamente.
–Listo. Ya lo tocaste. Ahora eres un pervertido de por vida. ¿Se sintió bien? –
–No… –
Respondí, tratando de soportar el dolor.
–¿Lo ves? Eso te pasa por tonto… –
Me dijo ella. Era su forma de aligerar el mal ambiente. O tal vez solo no se sintió bien siendo rechazada… puede ser. No le tomé importancia. Ya habría tiempo de pensar en esas cosas después.
–No es eso… –
Respondí.
–Pues no hay más. No me molestes. –
Respondió ella. Tal vez creyó que quería avergonzarla, pero aunque si quería, no era para nada el momento.
–El teléfono… –
Le recordé.
–Ah… eso… –
Dijo ella, eso la calmó un poco.
–Necesito que lo tengas. –
Insistí. Ella se acercó a la mesa y tomó el teléfono, no muy de buena gana. Explicó la razón después:
–Lo tomaré porque tú lo escogiste. Pensabas en mi cuando lo escogiste ¿No es cierto? –
Hablaba más rápido de lo normal cuando quería salir de una situación vergonzosa.
–Sí, es decir… espero que sea bueno… no sé nada de teléfonos y… –
Ella me puso un dedo en la boca. Su rostro era frio, pero sus palabras la contradijeron.
–Shhh… Déjame quedarme con la caja esta vez. No me importa quién lo compró, o que clase de teléfono es. Nada de eso importa. La única parte que me importa, es que alguien especial lo escogió para mí. Es todo. –
Me dijo, mirándome a momentos, y evadiendo mi mirada después. Así que así es como se ve cuando admite cosas que no quiere admitir. Yo no lo llamaría “avergonzada” pero… bueno, es que es agradable darte cuenta de que lo dice de verdad.
–Muy bien entonces… –
Iba a irse.
–Hay una cosa más. –
Ella me miró feo.
–Oye tú… ¿No te volviste avaricioso de un momento a otro? –
Preguntó ella, con algo de tedio. Tal vez solo debí dejarla ir.
–Un apodo. Un apodo bonito. ¿Se puede? –
Kaminari suspiró.
–Hay uno… pero me tienes que prometer que no te vas a reír. –
Me dijo.
–No voy a reírme de ti, es una promesa. –
Ella pasó una mano por su cabello. Nerviosa.
–Bueno… igual te lo iba a poner aunque no quisieras. –
Dijo ella. Yo solo la miré, pero ella no quiso decirlo en voz alta así.
–Bueno ¿Qué esperas? Cierra los ojos. –
Indicó ella, como si fuera algo que yo debiera saber.
Cerré los ojos. Pude sentir como ella se acercó, y colocando una mano en mi cara, quitó la sabana de cerca de mi oído. Sentí su aliento cerca también.
Me susurró.
–Mi príncipe. –
Abrí los ojos. Ella se acomodó apresuradamente, poniéndose de pie con un salto.
–Ya… ya me voy… ¡Buenas noches! –
Dijo apresuradamente, sin darme tiempo que yo lograra reponerme, se dio la vuelta y subió las escaleras corriendo.