Eternal Stars - 13. Una hoja forjada de hielo y estrellas
El temblor hizo a Jessica despegarse del suelo durante un segundo. Estaba demasiado cansada para apartarse, pero por suerte aquel extraño cometa había caído a una distancia segura. Trató de tapar la máxima luz posible con su mano, solo aumentaba más su fatiga. Entornó los ojos para enfocar lo que fuera que salió de ese sol.
Oliver.
No, pensó al ver su sonrisa dolida y sus ojos llorosos, es Compasión.
Oliver y ella habían sido inseparables al principio de Constelación. Podía reconocer a todos sus fragmentos con una simple mirada. Excepto a dos. Dos de ellos de los que sabía de su existencia pero nunca había conocido.
Compasión se arrodilló a su lado y le ayudó a incorporarse para vestirla con ropa que había sacado de una pequeña mochilita. Eran prendas suyas, sacadas directamente de su armario en la sede de Constelación. Jessica agradeció enormemente, que dadas las circunstancias, Compasión hubiera gastado tiempo en cogerlas antes de venir.
No sintió vergüenza cuando el fragmento de Oliver le puso la ropa interior. No era la primera vez que la vería desnuda, al igual que ella a él. Aquello no era como en las películas donde convenientemente siempre quedaba intacta la ropa necesaria para cubrir las partes íntimas. En el mundo real, cuando te sometías a todo tipo de misiones y entrenamientos, la ropa se chamuscaba y destrozaba. Aunque tampoco ayudaba que, ellos, al ser esencialmente indestructibles, a veces pensaban que sus vestimentas también lo eran.
Oliver le puso en la oreja un transmisor vinculado a los de Oliver y Aedris.
—Gracias —susurró Jessica.
—No te preocupes, ya está todo bien. Se encargan ellos. —dijo Compasión abrazándola mientras sollozaba.
Jessica miró por encima del hombro de Compasión. Aedris peleaba contra una gran masa viscosa oscura. Forzó un poco la vista, y más al fondo pudo ver a cuatro Olivers rodeando a Melisandra.
Espero no conocer hoy a ninguno de los fragmentos restantes, pensó Jessica.
En ese mismo momento algo le llamó la atención. Un techo de rayos morados se extendía sobre todos ellos.
Melisandra se llevó su flauta a la boca con un claro gesto de dolor. Pero su mirada seguía desafiante.
—Chica, —dijo Persuasión— no puedes pelear en esas condiciones. Solo acabarías empeorándolo.
Melisandra bajó la mirada. La manga del brazo con el que sostenía la flauta había desaparecido completamente, dejando a la vista una piel completamente abrasada. Oliver tenía ciertos conocimientos en medicina, aunque en ese caso no había que ser ningún doctor para darse cuenta de que eran quemaduras de tercer grado. Tenía otra idéntica en la rodilla derecha, que le subía por el muslo. Aunque sin duda la peor no era ninguna de esas dos.
Jessica ha ganado la pelea sola, pensó Oliver estudiándola.
—Mírate. —continuó Persuasión— No puedes hacer nada. Tienes quemaduras de tercer grado por todo el brazo y la pierna. De esas sanarás. Pero la del costado… La epidermis y la dermis han desaparecido por completo, puede que incluso la quemadura haya llegado a las costillas. Necesitas un médico.
—¡Callate! ¡Tú no deberías estar aquí! ¡Hasta hace unas horas estabas…—el grito de Melisandra quedó a medias cuando comenzó a toser sangre.
Se llevó la mano con la que no sostenía la flauta a la herida del costado. Era realmente horrible. La quemadura era de un palmo de grande y estaba justo debajo de su pecho. La pus y la sangre brotaban de ella como un río. Las capas más exteriores de la piel se habían desintegrado ante el ataque de Jessica, dejando un enorme hueco por el que Oliver casi podía ver las costillas.
—Por favor, ríndete. Te prometo que no te quitaremos tu Estrella. Te llevaremos con nuestros médicos y cuando estés recuperada podremos hablar tranquilamente. —Ofreció Persuasión. El resto callaba, como habían acordado.
—No —dijo Melisandra, de su boca chorreando sangre. —No quiero nada vuestro.
—No te podemos dejar ir. Por favor, no nos hagas detenerte a la fuerza.
—Intentadlo —desafió Melisandra. Los dientes apretados.
Los truenos comenzaron a sonar por encima de sus cabezas. Todos dirigieron su mirada al cielo instantáneamente. Sobre ellos se cernía una enorme cúpula formada por rayos de color morado.
El plan había funcionado. Ya no podían escapar.
—Se acabó, Per —dijo Oliver, el original— Perdiste tu oportunidad.
A Persuasión las palabras le sentaron como un puñal. Su única función era convencer a quien hiciera falta para evitar el conflicto. Pero había fallado, y el conflicto estaba apunto de comenzar.
—Incluso en estas condiciones, puedo ganar a cuatro hombres desarmados. La muy obstinada tuvo el valor de sonreír al decirlo. Una sonrisa cansada y dolorida, pero una sonrisa al fin y al cabo.
—Permíteme poner en duda lo de que no podamos contra ti en esas condiciones —dijo Oliver avanzando hacia ella, amenazante.
Melisandra se llevó la flauta a los labios de nuevo. Dio un paso atrás, apoyando todo su peso en la pierna buena, y adoptando una posición defensiva. Algo en el fondo de él, le decía que no estaba bien atacar a alguien tan magullado, pero su parte racional sabía que se trataba de una portadora, y en ese caso no existían medias tintas. Además, en esos momentos toda compasión había salido de su cuerpo.
—A mí, permíteme poner en duda lo de desarmados. —interrumpió Anticipación.
Sacó una pistola de su espalda y le disparó.
Aedris danzaba por el aire mientras esquivaba tentáculos oscuros. Lanzaba un pulso tras otro, frenético. Su cuerpo se quejaba por los súbitos tirones, pero resistiría. Lo que Aedris no tenía tan claro que resistiera era su cabeza. El cansancio de tantas horas usando la Estrella comenzaba a ser mucho más pesado que su voluntad por seguir. Aún así, en ningún momento se le pasó por la cabeza desistir.
A su alrededor, terminó de cerrarse la gran prisión de electricidad que había creado con su última singularidad. Era una gran cúpula de cien metros de diámetro que freiria a quien tocara sus bordes. Un ring que sólo desaparecería si Aedris lo deseaba, o si moría. Allí dentro se acababan los subterfugios y sorpresas que tantos dolores de cabezas habían dado a Aedris las últimas horas.
Ellos contra nosotros.
Simple. Y una apuesta segura.
Aedris leyó otra singularidad mientras un disparo sonaba. Al parecer, Oliver no estaba para tonterías hoy. Al instante, la Estrella de la Infinidad comenzó a girar furiosamente a su alrededor, creando escudos etéreos y bloqueando los tentáculos que Aedris no conseguía esquivar.
El hombre musculoso se había convertido en tempestad de oscuridad que lanzaba tentáculos a Aedris como loco. Al ver que no era efectivo, recogió todo su ser, concentrandolo en un punto, y volviendo a la forma de persona.
Aedris aprovechó para tomar tierra y dar unas grandes y merecidas bocanadas de aire.
¿Que había sido esa explosión del fondo? No importaba, Oliver se encargaría. Siempre le había sorprendido lo capaz que era teniendo en cuenta que su Estrella no era ni de cerca la más poderosa de las que tenían en Constelación.
Aedris estaba sudando. Hacía tiempo que no le pasaba, solía resolverlo todo con un simple chasquido de dedos. Hoy pretendía hacer lo mismo.
Su libro se abrió a su lado y lanzó una rápida mirada. Cinco singularidades. Una era una simple curación, por si las cosas se torcían. Dos, eran ataques a los que tendría que recurrir dentro de poco. Otra era con la que pensaba acabar esta pelea. Y la restante era un comodín, que esperaba no tener que usar.
—Oliver, acaba con Melisandra y salid de aquí. Este tío es duro, ni siquiera el ataque de Jessica ha podido con él. Tendré que sacar la artillería pesada, y no os convendría estar cerca. —dijo Aedris por el transmisor— Haré tiempo hasta que os hayáis alejado.
Aedris recibió una confirmación por parte de Oliver. Y centró su mirada en el hombre que se recomponía frente a él. No había podido fijarse hasta ahora en su aspecto. Tenía los ojos verdes, una cara cuadrada y barba negra bien recortada. Su piel era oscura, aunque Aedris distinguió rasgos caucásicos. Por lo que debía tratarse de una persona muy morena. ¿Del sur de Europa tal vez?
Cuando terminó de formarse comenzó a andar directo hacia él. Aedris miró a su libro y se dispuso a leer una de sus singularidades… cuando una voz lo distrajo.
—¿Aedris? —Preguntó Jessica a través del transmisor.
—¿Sí? —Suspiró.
—Da un poco de yuyu escuchar tu fría y tenebrosa voz tan dentro de la cabeza.
Totalmente en contra de su voluntad, Aedris se rió.
La bala atravesó el brazo de Melisandra. Y la flauta cayó al suelo de su mano inerte.
Melisandra porfirio un gran grito de dolor, y como si el propio sonido formara una pared de viento, chocó contra ellos a toda velocidad, mandandolos a volar. Cayeron bruscamente a escasos metros de la pared de rayos. Valentía y Persuasión consiguieron rodar al chocar contra el suelo de tal manera que amortiguaron gran parte del impacto. El Oliver original levantó la cara del suelo con una nariz ligeramente torcida y sangre manando de ella.
—Mierda —dijo Anticipación por detrás mirando a los trozos restantes de la pistola pulverizados por el muro de electricidad.
Oliver se levantó lentamente mientras escuchaba las instrucciones de Aedris a través del transmisor. Se colocó la nariz con un satisfactorio crujido y notó como en el mismo instante la herida comenzaba a sanar y la hemorragia a frenarse. Se sacudió la tierra de la cara, sin perder contacto visual con Melisandra. La chica había recogido la flauta y retrocedía de espaldas, tratando de acercarse a su compañero.
—Levanta, Anticipación —ordenó Oliver susurrando. —Aedris se equivocaba, ella es la de las explosiones de aire. Organiza el ataque en base a eso. —Alzó más la voz para dirigirse a Melisandra. — ¡Secuestraste a mi hermana, has tratado de engañarnos con el intercambio y conspiras contra la única organización que mantiene en pie este mundo! Aún así, te he ofrecido curar tus heridas y acogerte en nuestra casa. Te tiendo la mano. ¿Y me escupes en ella?
Como reafirmando su postura, Melisandra escupió sangre.
La mirada de Oliver era dura. Estaba enfadado de verdad.
Ni siquiera he podido visitar a Liris aún.
Siguiendo las órdenes de Anticipación los cuatro corrieron al unísono. Para Oliver no era difícil correr contra una portadora sin Valentía, esta vez, otros sentimientos lo movían: la determinación y la furia.
Melisandra volvió a gritar frente a ellos. Anticipación sintió una leve distorsión justo delante. Se lanzó al suelo deslizando de inmediato, y tras él la tierra se levantó con un golpe seco, como si una bala de cañón lo golpeara. Anticipación se incorporó a toda prisa y siguió corriendo junto a sus alters.
Su mente comenzó a unir hilos, a trazar conexiones entre sucesos. Aedris le había contado lo sucedido con sorprendente detalle. Melisandra no necesitó gritar para atacarle. Sin embargo…
Todo cobró sentido.
Anticipación dió una fuerte patada a la pierna de Persuasión.
—¿Qué tiene tanta gracia? —gritó el hombre al que Melisandra había llamado Brea.
Es un nombre acertado, pensó Aedris.
—Silatix arkia sisors alatio.
Brea frunció el ceño.
—¿No has entendido el chiste? Bueno… supongo que para ti no tiene gracia.
Cinco aros refulgentes surgieron de la nada alrededor de Aedris. Eran del tamaño de un plato. Flotaban amenazantes girando sobre sí mismos, desprendiendo chispas moradas que iluminaban el suelo. Afilados como cuchillas. Mortíferos.
Una oleada de cansancio golpeó a Aedris al instante. Podían ser inmortales, pero las Estrellas forzaban al límite sus cuerpos. Y Aedris estaba utilizando demasiadas singularidades a la vez. A pesar de lo que pudieran pensar, solo era un humano.
Sacudió la cabeza tratando de librarse de la fatiga y centrarse, los cañonazos que se oían de fondo lo distraían. No podía seguir así.
Deja de pensar, deja trabajar a tus instintos. Deja que el conocimiento de la Estrella te guíe.
Algo cambió. La tensión desapareció de su rostro. Sus ojos se vaciaron. Un suspiro se llevó el cansancio ¿Para qué esperar al ataque final? Acabaría con él antes.
Se lanzó al cielo con un pulso justo antes de que unas manos oscuras que salieron del suelo lo atraparan. Brea extendió ambos brazos hacia él, los cuales se disgregaron como las ramas de un árbol, cientos de tentáculos como aguijones salieron disparados en su dirección.
Aedris observó desde arriba. Rodeado por sus afilados nimbos de luz.
Comenzó el desmembramiento.
Persuasión cayó al suelo en el mismo instante en que una distorsión rompió el aire a toda velocidad por encima suya. Anticipación continuó la carrera, ordenando a todos que esquivaran cuando Melisandra dio un fuerte chillido. Esta vez el ataque era dirigido a Oliver, pero pasó a su lado. Un segundo después Anticipación volvió a ordenar que esquivaran.
Aunque Anticipación fuera capaz de deducir más rápido que el resto, todos tenían la misma mente, y todos habían llegado a la misma conclusión. Melisandra no controlaba el viento.
Las explosiones eran ondas de sonido. Y eso era extremadamente peligroso.
Porque el sonido rebota en todas direcciones.
Una nueva oleada de gritos llegó desde la chica, que al parecer había dejado su flauta de lado.
Anticipación siguió dando instrucciones y ninguno de sus compañeros cayó. Melisandra lo miró furiosa. Habían avanzado rodeandola. Persuasión y Valentía en los flancos, Anticipación y Oliver de frente. Ya estaban lo suficientemente cerca.
Anticipación vio como en la periferia algo blanco se movía lentamente. Y actuó en consecuencia. Persuasión se abalanzó sobre Melisandra, ésta levantó la mano en su dirección. Al parecer necesitaba mover sus brazos para manejar las ondas, como un director de una orquesta. Un ataque directo a esa distancia sería letal. Pero esa era la idea.
Desde la espalda de Melisandra se lanzó Valentía.
La flautista no destrozó a Persuasión como Anticipación había esperado. Sino que cambió su patrón de ataque en un instante, y levantando ambas manos acompañado de un grito, lanzó una onda de sonido en todas direcciones. Oliver y Anticipación aguantaron el golpe firmes, pero los otros dos salieron despedidos.
—Cómo siempre —dijo Anticipación a Oliver.
Oliver le asintió. Y esta vez atacó solo. Anticipación se movió en los límites de su onda de sonido, la distancia justa a la que no podría lanzarlo a volar. Tanteó el terreno amenazando con acortar distancia. Melisandra disparó sus gritos como una loca, pero Anticipación era infalible. Gracias a que Oliver se había machacado entrenando, su cuerpo podía reaccionar igual de rápido que su mente.
Melisandra escupió sangre de nuevo. Cada vez cojeaba más en sus movimientos. Cada vez era más lenta. Cada vez movía peor ese brazo. Cada vez más acorralada. Desesperada.
—¡No puedes contra mi! —Gritó Anticipación mientras se esquivaba cañonazos de sonido.— Aedris me ha dicho que nos conoces.
Fijate en sus manos. Derecha. Atrás. Agachate. Salta.
—Entonces deberías saberlo, ¡Deberías saber lo que soy!
Melisandra gritó de frustración y la potencia de sus ataques aumentaron.
Abajo. Izquierda. Una finta. Por detrás.
—¡Soy la máxima expresión de la capacidad de predecir el futuro de una persona!
La posición de esa mano… ¡Arriba!
—Es imposible que me aciertes, ¡Nunca podrás darme, estúpida!
—¡CALLA! —Gritó Melisandra. Su voz completamente rota. Sintiéndose acorralada.
—Y en caso de que me des…
Anticipación aterrizó de una voltereta. Cogió impulso para lanzarse hacia la izquierda. Sus piernas desaparecieron, arrancadas con un sonido sordo.
—…significa que he ganado.
Anticipación se deshizo.
Melisandra se giró espantada cuando notó algo a su espalda. Disparó de inmediato, pero Persuasión saltó el ataque que impactó contra el suelo. En la misma caída lanzó un puñetazo que acertó de lleno en la sien de su rival.
Melisandra cayó desorientada al mismo tiempo que el anterior disparo rebotaba contra la tierra directamente hacia arriba. Persuasión recibió el golpe de lleno y salió despedido como una flecha hacia el cielo.
Antes de que el techo de rayos lo hiciera añicos, pudo ver algo cerca de donde sus alters peleaban contra Melisandra. Algo precioso. La luz contra la oscuridad.
Melisandra quedó bocarriba en el suelo después del gran golpe. Valentía se lanzó a por ella. Pero cometió el error de detenerse una fracción de segundo ante el grito de Persuasión al ser pulverizado. Melisandra levantó la mano hacia él, y abrió la boca.
Un fino rayo de mil colores atravesó el brazo de Melisandra.
El brazo cayó inmovil. Los ojos de Melisandra casi se salían de sus órbitas. Trató de gritar, pero solo un leve gemido salió de su boca. Fruto de la desesperación, movió su otro brazo violentamente hacia abajo.
Valentía vio venir el golpe. Pero no podía esquivar. No debía esquivar. Tenía que golpear en ese mismo momento. Jessica le había devuelto la oportunidad perdida.
¿Eso también había sido planeado por Anticipación?
Un cañonazo de sonido atravesó su espalda, dejando un enorme agujero en su pecho. Melisandra había utilizado el grito de Persuasión. Valentía juntó las manos, y con su último suspiro, golpeó como una maza, con todas sus fuerzas, en el pecho de Melisandra.
El aliento escapó de los pulmones de la chica. Abrasada, golpeada, agujereada, desorientada y sin respiración. Melisandra estaba acabada.
Oliver usó sus rodillas para apresar los brazos de la chica. Apretandolos contra el suelo y dejándola completamente inmovilizada. Trató de librarse de la presa, pero fue inutil. En el interior de Oliver bullía el dolor. Las muertes de sus fragmentos habían sido como tres puñaladas a su propia alma. En otro momento se habría desmayado. Hoy no.
Transformó el dolor en ira. Le dió un puñetazo en la cara.
—¡Te lo advertí! ¡Te di la oportunidad!
Dos golpes. Tres.
No había compasión.
—¡Amenazas todo lo que tengo!
Cuatro. Cinco.
Melisandra dejó de forcejear.
—Y cuando te tiendo la mano…
Seis. Siete. Ocho.
—¡Te atreves a atacarme!
La sangre saltaba a cada golpe.
Nueve. Diez.
Aedris era una tormenta de cuchillas resplandecientes danzando en medio de una maraña de sombras. Se lanzaba de un lado a otro con elegancia y velocidad. En medio del aire, usaba pequeños pulsos de sus dedos para redirigir su trayectoria de manera precisa. Sus giros eran tan gráciles que descartó la singularidad que reforzaba su cuerpo, ya no la necesitaba, no habría más tirones bruscos. Al instante sintió una pequeña liberación, sus músculos se hicieron más débiles, pero su mente más ágil. Para mantener una singularidad activa se necesitaba concentración, pero ahora no necesitaba estar concentrado, necesitaba dejar de pensar. Dejó activas la gran barrera eléctrica, los pulsos que usaba para moverse y los aros de luz, las estrictamente necesarias.
Aumentó su velocidad, pasando entre cientos de pinchos que se extendían como espinas de un rosal muy intrincado. Y por donde Aedris pasaba, los cortes lo seguían.
Jessica miraba a Oliver aterrorizada. Sintiendo algo que no debería sentir por su captora: pena. Había intentado matar a Melisandra ella misma hacía unos minutos, pero de repente todo le pareció mal. Atacar a tu secuestrador era una cosa, seguir golpeando a una chica que había dejado de moverse hacía rato era algo muy distinto. Tan solo observar la escena era agónico.
Jessica agarró a Compasión, que se encontraba a su lado.
—Lo siento.
Y absorbió su vida.
Oliver sintió otra gran punzada. Su visión se nubló ¿Compasión muerto? Miró hacia donde se encontraba Jessica, debía de encontrarse con ella. Pero allí no vio ningún peligro. Tan solo una Jessica con la cara descompuesta.
¿Qué mierd…? Miró al suelo.
Oliver se puso en pie de un salto y se apartó trastabillando. ¿Qué había hecho?
La chica respiraba débilmente, y cada bocanada parecía costarle la misma vida. Sus labios llenos de grietas de las que brotaba sangre, al igual que sus pómulos. La nariz destrozada. Uno de los ojos estaba completamente rojo. El otro no podía verse, estaba inundado de sangre, el párpado había sucumbido ante los golpes y se había rajado. La Estrella de la Fragmentación, que reposaba en forma de anillos en los dedos de Oliver, había actuado como desollador, transformando su cara en una carnicería. La piel lacerada, desgarrada y arrancada.
El rostro de Oliver estaba completamente salpicado de sangre. De sus ojos brotaron lágrimas. Cayó de rodillas mirando fijamente el cuerpo. Las manos temblando.
Pero él ya no se encontraba allí.
—¿M-mamá?
Las cuchillas giraban alrededor de Aedris rebanando todo a su paso. Aunque podía controlarlas, las dejó actuar libres. ¿No estaban hechas para cortar? Pues que cortaran.
Aedris avistó una abertura entre las ramas de oscuridad, un hueco por el que colarse. Se lanzó como una bala en dirección al cuerpo del hombre, que debía en aquella dirección teniendo en cuenta cómo se extendían las ramificaciones. Nuevas ramas crecieron, tapando la brecha a la que se dirigía. Pero Aedris no deceleró. Dos cuchillas lo adelantaron por sus flancos a una velocidad aún mayor. Provocaron chispas moradas cuando en un instante limpiaron el camino de espinas. Aedris se internó en la abertura con un fuerte pulso, giró su cuerpo en el aire, de tal manera que sus pies quedaron en el suelo justo cuando impactó contra él.
La enorme maraña de oscuridad se encontraba ahora por encima de su cabeza. A ras de suelo el terreno estaba despejado, solo el hombre se alzaba frente a él, con sus brazos extendidos, fundiéndose en esa extraña materia de sombra.
Aedris levantó su brazo en dirección a su enemigo. A un simple pensamiento las cinco cuchillas rodearon su brazo, amenazantes. La Estrella de la Infinidad flotó frente a él. El rostro de Aedris era calmado, frio. Mientras que el del hombre era la pura rabia y confusión.
Profirió un bulboso grito al darse cuenta de que Aedris había atravesado su ataque como si nada. Bajó los brazos furioso. Y el cielo cubierto de espinas cayó sobre Aedris.
—Irsa realitate afer alatio.
La realidad se expandió. Todo a su alrededor se estiró como si cada átomo hubiera sido transformado en goma y algo tirara de ello. Aedris avanzó a toda velocidad en medio de aquel caos. No. Aedris no se movió. El mundo avanzó hacia él. Atravesó las ramas, fusionándose con ellas y un segundo más tarde atravesó al hombre, como si la tangibilidad fuera demasiado inutil para existir en un momento como aquel. Un momento donde el espacio y el tiempo se detenía y se plegaba.
Un parpadeo después, Aedris se encontraba de pie, en la misma postura. Los aros-cuchillas habían reducido su ritmo a un leve giro, un depredador saciado. La gabardina de Aedris estaba hecha trizas, sin embargo, su cuerpo se encontraba intacto. Salvo un leve corte en la mejilla, del que se derramaba una fina gota de sangre.
Todo eso para un simple rasguño.
A su espalda, el torso del hombre cayó al suelo separado de su mitad inferior. La maraña de oscuridad llovió del cielo convertido en lodo negro. Una piscina del oscuro material se formó en el suelo.
Aedris miró hacia sus compañeros. Melisandra en el suelo, llena de sangre. A su lado se encontraba Oliver, arrodillado, mirando sus manos temblorosas llenas de sangre.
—¿Chicos? —Preguntó Aedris— ¿Qué hacéis ahí parados? Si ya habéis acabado con ella salid de aquí.
—No… no se que le pasa, no responde —dijo Jessica mientras se acercaba a Oliver. Llevaba una pequeña mochila en la que había guardado aquella extraña flauta, por supuesto, había tenido mucho cuidado de no tocarla.
—¡Oliver! —Gritó Aedris —¡Eh, reacciona! ¡Salid de aquí antes de que…
La piscina de lodo comenzó a moverse.
Oliver observaba el cuerpo ensangrentado en el suelo. Ya no era una chica, sino una mujer. Sobre el cadáver se alzaba él. O algo parecido a él, una versión distorsionada, horrible. Acuchillaba el cuerpo una y otra vez. La sangre salpicaba las paredes. Una y otra vez. Alguien más se erguía por detrás, con otro cadáver en sus pies. Una y otra vez. Oliver solo miraba, impotente.
Volvió a la realidad cuando alguien lo zarandeó bruscamente.
—¡Oliver! Tenemos que irnos.
Sacudió la cabeza tratando de quitarse la conmoción. Frente a él una mancha blanca se movía… ¿Qué? Parpadeó un par de veces…
Ah, Jessica.
Oliver reaccionó de inmediato. Aedris gritaba que salieran de allí a través del transmisor. Aquella cosa contra la que había estado peleando se había vuelto a poner en pie. Jessica tiró de él con las pocas fuerzas que le quedaban. Oliver se levantó y se dejó llevar durante unos segundos, pero se detuvo mirando a Melisandra.
—No podemos dejarla aquí.
—Si podemos, vamos. —dijo Jessica. Esa chica había amenazado con destruir todo su mundo. Lo de antes solo fue… bueno… Jessica solía ser impulsiva, y algo le dijo que aquello estaba mal. Pero no quitaba todo lo demás.
—Morirá. —Miró a Jessica a los ojos. —Tenemos que salvarla.
Pudo ver las dudas en los ojos de su hermana. Un instante que pareció durar horas.
—¡Eres imbecil! —estalló —¡El más tonto de todos los tontos que conozco! Ayúdame, yo la cojo por aquí.
Aedris observó como Jessica ayudaba a Oliver a cargar con Melisandra y salieron corriendo en dirección contraria. Suspiró, devolviendo la atención a Brea. En su libro solo quedaban tres singularidades. El hombre terminó de formarse en un instante. Su cuerpo oscuro cambió al color de su piel, como hacía cada vez que volvía a la forma de persona.
—Ya le dije a Melisandra que esto no era buena idea —dijo Brea, su voz bulbosa era como si hablara bajo el agua, o bajo el fango—, no iba a salir bien.
—Deberías haberle hecho caso a tu intuición.
—Ya es tarde, ahora voy a morir. Pero no sin llevarme algo de ti conmigo.
Las piernas de Brea tornaron en esa materia oscura y se alargaron en un instante, impulsandolo a toda velocidad hacia Aedris. El cual, también atacó.
Oliver se detuvo a escasos metros de la barrera de rayos morados. La electricidad se movía de un lado a otro iracunda. Formaba una pared tan plana, tan perfecta, que parecía irreal. Aunque Oliver sabía muy bien que esos rayos eran de verdad, aún tenía en el cuerpo la sensación de ser pulverizado por ellos.
—¿Estamos lo suficientemente lejos? —Preguntó Jessica.
—No lo creo —respondió Oliver. Llevaba a Melisandra a la espalda, su cabeza apoyada en el hombro, la sangre goteando de su nariz.
—Aedris, necesitamos que abras esta…
Los rayos se disolvieron antes de que Jessica pudiera terminar la frase. Y la barrera desapareció.
—… eh, gracias. —añadió Jessica sorprendida por la velocidad.
—No he sido yo. —Sonó la voz de Aedris a través de sus transmisores. —Corred.
Alguien más apareció en el campo de batalla al apagarse los rayos. Entre Brea y Aedris se colocó una mujer, justo en el momento en el que iban a impactar. Extendió los brazos a los lados. Aedris reaccionó lanzando sus cuchillas a cortar el brazo, pero rebotaron como si estuviera hecho de acero. No. El acero podría haberlo cortado.
La mano de la mujer tocó el pecho de Aedris.
Dolor.
Aedris se quedó de piedra, incapaz de moverse, incapaz de reaccionar. Sus manos se movieron solas apuntando hacia la mujer. Y lanzó el pulso más potente que había hecho hasta ahora.
Salió despedido a gran velocidad, chocando con el suelo como una piedra lanzada a un lago para que rebotara contra el agua. Finalmente se detuvo. El cuerpo dolorido por los golpes. Pero ese dolor era ínfimo comparado a lo que había sentido al tacto de aquella mujer.
Desconexión. De alguna manera había tocado su vínculo con la Estrella de la Infinidad, y casi lo había destruido.
Sintió miedo. Ese miedo que solo se siente ante el ataque de los portadores más poderosos. Ante las Estrellas Eternas de rango S+.
Las cuchillas habían desaparecido, al igual que la barrera. Y ninguna de las dos había sido desconvocada por Aedris.
Levantó la mirada desconcertado.
¿Cuantos más son?
La mujer se situó frente a Brea. Era alta. Casi tanto como Aedris, cerca de los dos metros. Vestía con un traje negro formal. Y Aedris estimó que se encontraría cerca de los cuarenta años. Su pelo era de un rojo vivo, y lo llevaba recogido en un moño. Sus ojos cristalinos del mismo color. La piel pálida, llena de finas vetas de cristal rojo, simétricas, serpenteantes.
Aedris tuvo un pequeño brote de pánico al ver los parecidos. Pero no dejó que lo controlara. Se puso en pie como pudo.
Su cabeza le pedía días de sueño, su cuerpo semanas de reposo. No era el momento idóneo para enfrentarse a lo que, él estimaba, era un portador de rango S y una portadora S+.
Tendría que hacerlo igual.
No pensó en las connotaciones de aquello. No pensó que si la Estrella de esa mujer era mínimamente parecida a la suya, podría reducir ciudades a cenizas. Esta pelea acababa de escalar de una escaramuza fronteriza a un conflicto con armas nucleares.
No miró a su libro que flotaba cerca de él. Sabía cuáles eran sus últimas singularidades: una curación, inviable por distintos motivos en estos momentos; un arma, poderosa, pero quizá insuficiente; y por último, algo que descartó al instante, podía acabar con ellos, pero también significaba acabar con Jessica y Oliver.
De las usadas anteriormente solo se mantenían los pulsos de movimiento.
Jessica y Oliver le pedían a gritos explicaciones a través del transmisor. Él no las dio.
—Lo siento, no podré ir tras vosotros —dijo con voz tranquila. —Corred tanto como podáis y avisad al Oráculo.
Dicho eso, se sacó el transmisor de la oreja, y lo dejó caer. Observó como la mujer le decía algo a Brea, demasiado lejos para oírlos. Trató de dar un paso hacia ellos, pero sus piernas eran como dos bloques de hormigón y trastabilló, teniendo que apoyar la mano en el suelo para no caer. La Estrella de la Infinidad flotó a su lado, parecía haber cierta pena en la manera en la que se movía.
¿No puedo estar interpretando sentimientos en la forma en la que flota un libro, verdad?, pensó Aedris.
—Necesito tu ayuda —le dijo a la Estrella —. No podemos ganar esta batalla.
Aedris se incorporó una vez más, agotado. Decidido.
—Pero si podemos hacerles pensar que van a perder.
El libro se agitó entusiasmado a su lado.
O como mínimo ganaré tiempo para que escapen.
Aedris era consciente de que no podía caminar. No lo haría entonces. Tocaba alzarse a los cielos una vez más.
—¡Tenemos que ayudarle! —gritó Jessica indignada.
—Sigue corriendo —ordenó Oliver, sin mirarla siquiera.
—Oliver, puede estar en problemas. Nos necesita.
—Haz lo que ha dicho.
—¡Oliver, detente! —gritó frenando la carrera.
Oliver se detuvo también. Y la miró a los ojos, molesto. Siempre había sido así, impulsiva hasta la muerte.
—Quizá tú no puedas hacer nada, pero yo podría…
—No.
—…podría mejorar mi precisión con esos árboles y… —continuó ella.
—¡Jessica! —le cortó Oliver — Lo veo en tu mirada. Puedo ver tu fatiga. Nunca antes te he visto usar tanta energía. Cuando llegué estabas casi desmayada, y ahora solo finges estar bien para que no nos preocupemos, pero a mi no puedes engañarme. ¿Qué crees que pasará si vuelves a usar tu Estrella en esas condiciones? ¿Qué crees que pasará si sigues forzando tu cuerpo?
Jessica bajó la mirada, avergonzada. Sabía que hacer otro ataque la dejaría en coma, o algo peor. Aún así, había querido hacerlo.
—Confía en él —dijo Oliver más calmado —. Igual que él siempre confía en nosotros. Además, es Aedris, no hay de qué preocuparse. —No lo pensaba, claro. Pero le pareció lo adecuado.
Jessica asintió en silencio, y se dispuso a reanudar la marcha, cuando el viento chocó a su espalda.
Aedris se había lanzado cientos de metros hacia arriba.
El viento rugía furioso a su alrededor. Ascendía a una velocidad vertiginosa. Desde allí arriba la vista era increíble. Pero no era momento de sorprenderse por el paisaje. La velocidad de Aedris disminuyó cuando la gravedad hizo al fin su trabajo.
Allá vamos.
—Ytaria skirla ice alatio.
Llegó a la cúspide de su lanzamiento, frenándose por completo y sintiendo como la tierra tiraba de él, reclamándolo de nuevo.
En sus manos apareció una gran espada de más de tres metros.
Una hoja forjada de hielo y estrellas.
Brillaba resplandeciente como un sol, pero su luz era lo opuesto, congelaba aquello que tocaba. La Estrella de la Infinidad giraba como un tornado en torno a Aedris. Como un astro cayendo del cielo, fue ganando velocidad, más y más. El aire se condensó a su alrededor, se comprimió y se expandió sucesivas veces, formando explosiones de luz azul que congelaba la realidad. Rompiendo la barrera del sonido, lanzó un golpe descendente con el gran mandoble sobre sus enemigos.
La nieve comenzó a caer. El aire congelaba los pulmones. Allí donde Aedris había golpeado, una gran grieta se abría en el suelo. En el fondo del abismo de hielo, una figura permanecía en pie. Alta y delgada. Se desestabilizó hacia delante, movió una pierna para tratar de aguantar la compostura, una pierna demasiado cansada.
Aedris golpeó el suelo, y permaneció allí, con su libro en la mano.