El señor de los anillos - 15. La Comunidad del Anillo 1 - 10 Trancos
Frodo, Pippin y Sam volvieron a la salita. No había luz. Merry no estaba allí y el fuego había bajado. Sólo después de avivar un rato las llamas y de haberlas alimentado con un par de troncos, descubrieron que Trancos había venido con ellos. ¡Estaba tranquilamente sentado en una silla junto a la puerta!
—¡Hola! —dijo Pippin—. ¿Quién es usted y qué desea?
—Me llaman Trancos —dijo el hombre—, y aunque quizá lo haya olvidado, el amigo de usted me prometió tener conmigo una charla tranquila.
—Usted dijo que yo me enteraría de algo que quizá me fuera útil —dijo Frodo—. ¿Qué tiene que decir?
—Varias cosas —dijo Trancos—. Pero, por supuesto, tengo mi precio.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Frodo ásperamente.
—¡No se alarme! Sólo esto: le contaré lo que sé y le daré un buen consejo. Pero quiero una recompensa.
—¿Qué recompensa? —dijo Frodo, pensando ahora que había caído en manos de un pillo y recordando con disgusto que había traído poco dinero. El total no contentaría de ningún modo a un bribón y no podía distraer ni siquiera una parte.
—Nada que usted no pueda permitirse —respondió Trancos con una lenta sonrisa, como si adivinara los pensamientos de Frodo—. Sólo esto: tendrá que llevarme con usted hasta que yo decida dejarlo.
—Oh, ¿de veras? —replicó Frodo, sorprendido, pero no muy aliviado—. Aun en el caso de que yo deseara otro compañero, no consentiría hasta saber bastante más de usted y de sus asuntos.
—¡Excelente! —exclamó Trancos cruzando las piernas y acomodándose en la silla—. Parece que está usted recobrando el buen sentido; mejor así. Hasta ahora ha sido demasiado descuidado. ¡Muy bien! Le diré lo que sé y usted dirá si merezco la recompensa. Quizá me la conceda de buen grado, luego de haberme oído.
—¡Adelante entonces! —dijo Frodo—. ¿Qué sabe usted?
—Demasiado; demasiadas cosas sombrías —dijo Trancos torvamente—. Pero en cuanto a los asuntos de usted… —Se incorporó, fue hasta la puerta, la abrió rápidamente y miró fuera. Luego cerró en silencio y se sentó otra vez—. Tengo oído fino —continuó bajando la voz—, y aunque no puedo desaparecer, he seguido las huellas de muchas criaturas salvajes y cautelosas y comúnmente evito que me vean, si así lo deseo. Pues bien, yo estaba detrás de la empalizada esta tarde en el camino al oeste de Bree, cuando cuatro hobbits vinieron de las Quebradas. No necesito repetir todo lo que hablaron con el viejo Bombadil o entre ellos, pero una cosa me interesó. Por favor, recordad todos, dijo uno de ellos, que el nombre de Bolsón no ha de mencionarse. Si es necesario darme un nombre soy el señor Sotomonte. Esto me interesó tanto que los seguí hasta aquí. Me deslicé por encima de la cerca justo detrás de ellos. Quizás el señor Bolsón tiene un buen motivo para cambiar de nombre; pero si es así, les aconsejaré a él y a sus amigos que sean más cuidadosos.
—No veo por qué mi nombre ha de interesar a la gente de Bree —dijo Frodo, irritado— y todavía ignoro por qué le interesa a usted. El señor Trancos puede tener buenos motivos para espiar y escuchar indiscretamente; pero si es así, le aconsejaré que se explique.
—¡Bien respondido! —dijo Trancos riéndose—. Pero la explicación es simple: busco a un hobbit llamado Frodo Bolsón. Quiero encontrarlo en seguida. Supe que estaba llevando fuera de la Comarca, bueno, un secreto que nos concierne, a mí y a mis amigos.
»¡Un momento, no me interpreten mal! —gritó al tiempo que Frodo se ponía de pie y Sam daba un salto con aire amenazador—. Cuidaré del secreto mejor que ustedes. ¡Y hay que cuidarse de veras! —Se inclinó hacia adelante y los miró—. ¡Vigilen todas las sombras! — dijo en voz baja—. Unos Jinetes Negros han pasado por Bree. Dicen que el lunes llegó uno por el Camino Verde y otro apareció más tarde, subiendo por el Camino Verde desde el sur.
Se hizo un silencio. Al fin Frodo les habló a Pippin y Sam.
—Tenía que haberlo sospechado por el modo en que nos recibió el guardián —dijo—. Y el posadero parece haber oído algo. ¿Por qué insistió en que nos uniéramos a los demás? ¿Y por qué razón nos comportamos como tontos?
Teníamos que habernos quedado aquí tranquilamente.
—Hubiese sido mejor —dijo Trancos—. Yo hubiera impedido que fueran al salón, pero no me fue posible. El posadero no hubiese permitido que yo los viera, ni les hubiera traído un mensaje.
—Cree usted que… —comenzó Frodo.
—No, no pienso mal del viejo Mantecona. Pero los vagabundos misteriosos como yo no le gustan demasiado. —Frodo lo miró con perplejidad—. Bueno, tengo cierto aspecto de villano, ¿no es así? —dijo Trancos con una mueca de desdén y un brillo extraño en los ojos— . Pero espero que lleguemos a conocernos mejor. Cuando así sea, confío en que me explicará usted qué ocurrió al fin de la canción. Porque esa pirueta… —¡Fue sólo un accidente! —interrumpió Frodo.
—Bueno —dijo Trancos—, accidente entonces. Ese accidente ha empeorado la situación de usted.
—No demasiado —dijo Frodo—. Yo ya sabía que esos Jinetes estaban persiguiéndome, pero de todos modos creo que me perdieron el rastro y se han ido.
—¡No cuente con eso! —dijo Trancos vivamente—. Volverán y vendrán más. Hay otros. Sé cuántos son. Conozco a esos Jinetes. —Hizo una pausa y sus ojos eran fríos y duros—. Y hay gente en Bree en la que no se puede confiar —continuó—. Bill Helechal, por ejemplo. Tiene mala reputación en el país de Bree, y gente extraña llama a su casa. Lo habrá visto usted entre los huéspedes: un sujeto moreno y burlón. Estaba muy cerca de uno de esos extranjeros del sur y salieron todos juntos en seguida del «accidente». No todos los sureños son buena gente y en cuanto a Helechal, le vendería cualquier cosa a cualquiera; o haría daño por el placer de hacerlo.
—¿Qué vendería Helechal y qué relación tiene con mi accidente? —dijo Frodo, decidido todavía a no entender las insinuaciones de Trancos.
—Noticias de usted, por supuesto —respondió Trancos—. Un relato de la hazaña de usted sería muy interesante para cierta gente. Luego de esto apenas necesitarían saber cómo se llama usted de veras. Me parece demasiado probable que se enteren antes que termine la noche. ¿No le es suficiente? En cuanto a mi recompensa, haga lo que le plazca: tómeme como guía o no. Pero le diré que conozco todas las tierras entre la Comarca y las Montañas Nubladas, pues las he recorrido en todos los sentidos durante muchos años. Soy más viejo de lo que parezco. Le puedo ser útil. Desde esta noche tendrá usted que dejar la carretera, pues los Jinetes la vigilarán día y noche. Podrá escapar de Bree, y nadie lo detendrá quizá mientras el sol esté alto, pero no irá muy lejos. Caerán sobre usted en algún sitio desierto y sombrío donde nadie podría auxiliarlo. ¿Permitirá que le den alcance? ¡Son terribles!
Los hobbits lo miraron y vieron con sorpresa que retorcía la cara como si soportara algún dolor y que tenía las manos aferradas a los brazos de la silla. La habitación estaba muy tranquila y silenciosa y la luz parecía más pálida. Trancos se quedó un rato sentado, la mirada vacía, como atento a viejos recuerdos, o escuchando unos sonidos lejanos en la noche.
—¡Sí! —exclamó al fin pasándose la mano por la frente—. Quizá sé más que usted acerca de esos perseguidores. Les tiene miedo, pero no bastante todavía. Mañana tendrá que escapar, si puede. Trancos podría guiarlo por senderos poco transitados. ¿Lo llevará con usted?
Hubo un pesado silencio. Frodo no respondió, no sabía qué pensar; el miedo y la duda lo confundían. Sam frunció el ceño y miró a su amo. Al fin estalló:
—¡Con el permiso de usted, señor Frodo, yo diría no! Este señor Trancos, nos aconseja y dice que tengamos cuidado; y yo digo sí a eso y que comencemos por él. Viene de las tierras salvajes y nunca oí nada bueno de esa gente. Es evidente que sabe algo, demasiado para mi gusto. Pero eso no es razón para que dejemos que nos lleve a algún lugar sombrío lejos de cualquier ayuda, como él mismo dice. Pippin se movió, incómodo. Trancos no replicó a Sam y volvió los ojos penetrantes a Frodo. Frodo notó la mirada y torció la cabeza.
—No —dijo lentamente—, no estoy de acuerdo. Pienso, pienso que usted no es realmente lo que quiere parecer. Empezó a hablarme como la gente de Bree, pero ahora tiene otra voz. De cualquier modo hay algo cierto en lo que dice Sam: no sé por qué nos aconseja usted que nos cuidemos y al mismo tiempo nos pide que confiemos en usted. ¿Por qué el disfraz?
¿Quién es usted? ¿Qué sabe realmente acerca de… acerca de mis asuntos y cómo lo sabe?
—La lección de prudencia ha sido bien aprendida —dijo Trancos con una sonrisa torcida—. Pero la prudencia es una cosa y la irresolución es otra. Nunca llegarán a Rivendel por sus propios medios y tenerme confianza es la única posibilidad que les queda. Tienen que decidirse. Contestaré cualquier pregunta, si eso los ayuda. ¿Pero por qué creerán en la verdad de mi historia, si no confían en mí? Aquí está, sin embargo…
En ese momento llamaron a la puerta. El señor Mantecona había traído velas y detrás venía Nob, con jarras de agua caliente. Trancos se retiró a un rincón oscuro.
—He venido a desearles buenas noches —dijo el posadero, poniendo las velas sobre la mesa—. ¡Nob! ¡Lleva el agua a los cuartos!
Entró y cerró la puerta.
—El asunto es así —comenzó a decir, titubeando, perturbado—. Si he causado algún mal, lo lamento de veras. Pero todo se encadena, como usted sabe, y soy un hombre ocupado. Esta semana, primero una cosa y luego otra me despertaron poco a poco la memoria, como se dice, y espero que no demasiado tarde. Pues verá usted, me pidieron que buscase a unos hobbits de la Comarca, a un tal Bolsón sobre todo.
—¿Y eso qué relación tiene conmigo? —preguntó Frodo.
—Ah, usted lo sabe sin duda mejor que nadie —dijo el posadero con aire de estar enterado—. No lo traicionaré a usted, pero me dijeron que ese Bolsón viajaría con el nombre de Sotomonte y me hicieron una descripción que se le ajusta a usted bastante, si me permite.
—¿De veras? Bien, ¡venga entonces esa descripción! —dijo Frodo interrumpiéndolo aturdidamente.
—Un hombrecito rollizo de mejillas rojas —dijo solemnemente el señor Mantecona.
Pippin rió entre dientes, pero Sam se mostró indignado.
—Esto no te servirá de mucho, Cebadilla, pues conviene a casi todos los hobbits, me dijeron —continuó el señor Mantecona echándole una ojeada a Pippin—, pero éste es más alto que algunos y más rubio que todos y tiene un hoyuelo en la barbilla; un sujeto de cabeza erguida y ojos brillantes. Perdón, pero él lo dijo, no yo.
—¿Él lo dijo? ¿Y quién era él? —preguntó Frodo muy interesado.
—¡Ah! Era Gandalf, si usted sabe a quién me refiero. Un mago dicen que es, pero buen amigo mío, cierto o no cierto. Pero ahora no sé qué me dirá, si lo veo de nuevo: me agriará toda la cerveza o me cambiará en un trozo de madera, no me sorprendería. Es de temperamento vivo. Sin embargo, lo que está hecho no puede deshacerse.
—Bueno, ¿qué ha hecho usted? —dijo Frodo impacientándose ante la lentitud con que se desarrollaban los pensamientos de Mantecona.
—¿Dónde estaba? —preguntó el posadero haciendo una pausa y castañeteando los dedos—. ¡Ah, sí! El viejo Gandalf. Hace tres meses entró directamente en mi cuarto sin llamar a la puerta. Cebadilla, me dijo, salgo a la mañana. ¿Quieres hacerme un favor? Lo que tú quieras, dije. Tengo prisa, dijo él, y me falta tiempo pero quiero que lleven un mensaje a la Comarca. ¿Tienes a alguien a quien mandar y que sea seguro que llegue? Puedo encontrar a alguien, dije, mañana quizás, o pasado mañana. Que sea mañana, me dijo, y luego me dio una carta.
»La dirección es bastante clara —dijo Mantecona sacando una carta del bolsillo y leyendo la dirección lenta y orgullosamente (tenía reputación de hombre de letras)—: Señor Frodo Bolsón, Bolsón Cerrado, Hobbiton, en la Comarca.
—¡Una carta para mí de Gandalf! —gritó Frodo.
—¡Ah! —dijo el señor Mantecona—. ¿Entonces el verdadero nombre de usted es Bolsón? —Sí —dijo Frodo—, y será mejor que me dé esa carta en seguida y me explique por qué nunca la envió. Esto es lo que vino a decirme, supongo, aunque le llevó mucho tiempo.
El pobre señor Mantecona parecía turbado.
—Tiene razón, señor —dijo—, y le pido que me disculpe. Tengo un miedo mortal de lo que diría Gandalf, si he causado algún daño. Pero no la he retenido a propósito. La puse a buen recaudo, pero luego no encontré a nadie que quisiera ir a la Comarca al día siguiente, ni al otro día y mi gente no estaba disponible y luego vino una cosa detrás de la otra y me olvidé. Soy un hombre ocupado. Haré todo lo que pueda para enderezar el entuerto y si puedo ayudar en algo, dígamelo por favor.
»Aparte de la carta, a Gandalf le prometí lo mismo. Cebadilla, me dijo, este amigo mío de la Comarca puede venir pronto por aquí, él y otro. Se hará llamar Sotomonte. ¡No lo olvides! Y no tienes nada que preguntarme. Si yo no estoy con él, quizás esté en dificultades y podrá necesitar ayuda. Haz lo que puedas por él y te lo agradecerá, me dijo. Y aquí está usted y las dificultades no están lejos, parece.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Frodo.
—Esos hombres negros —dijo el posadero bajando la voz—. Están buscando a Bolsón, y si tienen buenas intenciones, yo soy un hobbit. Era lunes y todos los perros aullaban y los gansos graznaban. Sobrenatural, diría yo. Nob vino y me dijo que dos hombres negros estaban a la puerta preguntando por un hobbit llamado Bolsón. Nob tenía los pelos de punta. Les dije a esos tipos negros que se fueran y les cerré la puerta en las narices; pero han estado haciendo la misma pregunta a lo largo de todo el camino hasta Archet, me han dicho. Y ese montaraz, Trancos, ha estado preguntando también. Trató de venir aquí a verlo, antes que usted probara un bocado, eso hizo.
—¡Eso hizo! —dijo Trancos de pronto, saliendo a la luz—. Y se habrían evitado muchas dificultades, si me hubieses dejado entrar, Cebadilla.
El posadero dio un salto, sorprendido.
—¡Tú! —gritó—. Siempre apareces de repente. ¿Qué quieres ahora?
—Está aquí con mi consentimiento —dijo Frodo—. Vino a ofrecerme ayuda.
—Bien, usted sabe lo que hace, quizá —dijo el señor Mantecona mirando desconfiadamente a Trancos—. Pero si estuviera en la situación de usted no frecuentaría montaraces.
—¿Y a quién frecuentarías tú? —preguntó Trancos—. ¿A un posadero gordo que se acuerda de su propio nombre sólo porque la gente lo llama a gritos todo el día? No pueden quedarse en El Poney para siempre y no pueden regresar. Tienen un largo camino por delante. ¿Los acompañarás, manteniendo a los hombres negros a distancia?
—¿Yo? ¿Dejar Bree? No lo haría aunque me ofrecieran dinero —dijo el señor Mantecona que parecía realmente asustado—. ¿Pero por qué no se quedan aquí tranquilos un tiempo, señor Sotomonte? ¿Qué son esas cosas raras? Qué buscan esos hombres negros, y de dónde vienen, quisiera saber.
—Lamento no poder explicarlo todo —dijo Frodo—. Estoy cansado y muy preocupado y es una larga historia. Pero si quiere ayudarme, le advierto que usted correrá peligro mientras yo esté aquí. Esos Jinetes Negros: no estoy seguro, pero pienso… temo que vengan de…
—Vienen de Mordor —dijo Trancos en voz baja—. De Mordor, Cebadilla, si eso significa algo para ti.
—¡Misericordia! —gritó el señor Mantecona empalideciendo; el nombre evidentemente le era conocido—. Esta es la peor noticia que haya llegado a Bree en todos mis años.
—Lo es —dijo Frodo—. ¿Quiere todavía ayudarme?
—Sí, señor —dijo Mantecona—, más que nunca. Aunque no sé qué puedan hacer gentes como yo contra, contra… Se le quebró la voz.
—Contra la Sombra del Este —dijo Trancos con calma—. No mucho, Cebadilla, pero las cosas pequeñas ayudan también. Puedes dejar que el señor Sotomonte pase aquí la noche y puedes olvidar el nombre de Bolsón hasta que se haya alejado.
—Así lo haré —dijo Mantecona—. Pero sabrán que está aquí sin que yo diga nada, me temo. Es lamentable que el señor Sotomonte haya llamado tanto la atención esta noche, para no decir más. La historia de la partida del señor Bilbo se ha oído aquí otras veces, ya antes. Aun el cabezota de Nob ha estado haciéndose algunas conjeturas y hay gente en Bree de entendimiento más rápido.
—Bueno, sólo resta esperar que los Jinetes no vuelvan aún —dijo Frodo.
—Ojalá —dijo Mantecona—. Pero fantasmas o no fantasmas, no entrarán tan fácilmente en El Poney. No se preocupe usted hasta la mañana. Nob no abrirá la boca. Ningún hombre negro cruzará mi puerta, mientras yo me tenga en pie. Yo y mi gente vigilaremos esta noche, pero a usted le haría bien dormir, si puede.
—En todo caso, tienen que despertarnos al alba —dijo Frodo—. Partiremos lo antes posible. El desayuno a las seis y media, por favor.
—De acuerdo. Iré a dar las órdenes —dijo el posadero—. Buenas noches, señor Bolsón… ¡Sotomonte, quiero decir! Buenas noches… Pero, bendito sea, ¿dónde está el señor Brandigamo?
—No lo sé —dijo Frodo, inquieto de pronto. Habían olvidado por completo a Merry y estaba haciéndose tarde—. Temo que esté fuera. Habló de salir a tomar un poco de aire.
—Bueno, de veras necesitan que los cuiden. ¡Se diría que están de vacaciones! —dijo Mantecona—. Iré en seguida a atrancar las puertas, pero avisaré que le abran al amigo de usted, cuando llegue. Será mejor que Nob vaya a buscarlo. ¡Buenas noches a todos!
El señor Mantecona salió al fin, echando otra desconfiada mirada a Trancos y moviendo la cabeza se alejó por el pasillo.
—¿Bien? —dijo Trancos—. ¿Cuándo va a abrir esa carta?
Frodo examinó cuidadosamente el sello antes de romperlo. Parecía ser el de Gandalf.
Dentro, escrito con la vigorosa pero elegante letra del mago, había el siguiente mensaje:
El Poney Pisador, Bree. Día del Año Medio 1418 de la Comarca.
Querido Frodo:
Me han llegado malas noticias. He de partir inmediatamente. Harás bien en dejar la Comarca antes de fines de julio, como máximo. Regresaré tan pronto como pueda y te seguiré, si descubro que te has ido. Déjame aquí un mensaje, si pasas por Bree. Puedes confiar en el posadero (Mantecona). Quizás encuentres en el camino a un amigo mío: un hombre, delgado, oscuro, alto, que algunos llaman Trancos. Conoce nuestro asunto y te ayudará. Marcha hacia Rivendel. Espero que allí nos encontremos de nuevo. Si no voy, Elrond te avisará.
Tuyo, de prisa
Gandalf. PS. ¡No vuelvas a usarlo, por ninguna razón! ¡No viajes de noche!
PPS. Asegúrate de que es el verdadero Trancos. Hay mucha gente extraña en los caminos. El verdadero nombre de Trancos es Aragorn.
No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida; a las raíces profundas no llega la escarcha; el viejo vigoroso no se marchita. De las cenizas subirá un fuego, y una luz asomará en las sombras; el descoronado será de nuevo rey, forjarán otra vez la espada rota.
PPPS. Espero que Mantecona envíe ésta rápidamente. Hombre de bien, pero con una memoria que es un baúl de trastos. Lo que necesitas está siempre en el fondo. Si se olvida, lo asaré a fuego lento.
¡Adiós!
Frodo leyó la carta en silencio y luego la pasó a Pippin y a Sam.
—¡El viejo Mantecona ha hecho de veras un desaguisado! —dijo—. Se merece que lo asen. Si yo hubiera recibido ésta a tiempo, ya estaríamos quizás en Rivendel y a salvo. ¿Pero qué puede haberle ocurrido a Gandalf? Escribe como si fuese a enfrentar un gran peligro.
—Eso ha estado haciendo durante muchos años —dijo Trancos.
Frodo se volvió y lo miró con aire pensativo, recordando la segunda postdata de Gandalf.
—¿Por qué no me dijiste en seguida que eras amigo de Gandalf? —preguntó—. Eso nos hubiera ahorrado mucho tiempo.
—¿Lo crees así? ¿Quién de vosotros lo hubiera creído? —dijo Trancos—. Yo no sabía nada de ese mensaje. Si quería ayudaros, no podía hacer otra cosa que tratar de ganar vuestra confianza, sin ninguna prueba. De cualquier modo, no tenía la intención de contar en seguida todo lo que a mí se refiere. Primero tenía que estudiaros y estar seguro. El enemigo me ha tendido trampas en el pasado. Tan pronto como decidí la cuestión, estuve dispuesto a contestar todas las preguntas. Pero he de admitir —añadió con una risa rara— que he esperado que me aceptaran por lo que soy. Un hombre perseguido se cansa a veces de desconfiar y desea tener amigos. Pero en esto yo diría que las apariencias están contra mí.
—Lo están… a primera vista por lo menos —rió Pippin, muy aliviado luego de leer la carta de Gandalf—. Pero luce bien quien hace bien, como dicen en la Comarca. Y todos tendremos el mismo semblante cuando hayamos dormido día tras día en setos y fosos.
—Necesitarías más que unos pocos días, o semanas, o años, de vida errabundo en las tierras salvajes para parecerte a Trancos —dijo el hombre—. Y antes morirás, a no ser que estés hecho de una materia más dura de lo que parece.
Pippin cerró la boca, pero Sam no se acobardaba y continuaba mirando a Trancos de mala manera.
—¿Cómo sabemos que es usted el Trancos de que habla Gandalf? —preguntó—. Nunca mencionó a Gandalf, hasta la aparición de la carta. Quizá sea un espía que interpreta un papel, por qué no, tratando de que lo acompañemos. Quizá se deshizo del verdadero Trancos y tomó sus ropas. ¿Qué me responde?
—Que eres un individuo audaz —dijo Trancos—, pero temo que mi única respuesta, Sam Gamyi, es ésta. Si yo hubiese matado al verdadero Trancos, podría matarte a ti. Y ya lo hubiera hecho, sin tanta charla. Si quisiera el Anillo, podría tenerlo… ¡ahora!
Trancos se incorporó y de pronto pareció más alto. Le brillaba una luz en los ojos, penetrante e imperatoria. Echando atrás la capa, apoyó la mano en el pomo de una espada que le colgaba a un costado. Los hobbits no se atrevieron a moverse. Sam se quedó mirándolo, boquiabierto.
—Pero soy por fortuna el verdadero Trancos —dijo, mirándolos, el rostro suavizado por una repentina sonrisa—. Soy Aragorn hijo de Arathorn y si por la vida o por la muerte puedo salvaros, así lo haré.
Hubo un largo silencio. Al fin Frodo habló titubeando:
—Pensé que eras un amigo antes que llegara la carta —dijo—, o por lo menos así quise creerlo. Me asustaste varias veces esta noche, pero nunca como lo hubiera hecho un servidor del enemigo, o así me parece al menos. Pienso que un espía del enemigo… bueno, hubiese parecido más hermoso y al mismo tiempo más horrible, si tú me entiendes.
—Ya veo —rió Trancos—. Tengo mal aspecto, y las apariencias engañan, ¿no es así? No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida.
—¿Entonces los versos se referían a ti? —preguntó Frodo—. No comprendí de qué hablaban. ¿Pero cómo sabes que están en la carta de Gandalf, si nunca la leíste?
—No lo sabía —respondió Trancos—. Pero soy Aragorn y esos versos van con ese nombre. —Sacó la espada y vieron que la hoja estaba de veras quebrada a un pie del pomo—.
No sirve de mucho, ¿eh, Sam? —continuó—. Pero poco falta para que sea forjada de nuevo.
Sam no dijo nada.
—Bueno —dijo Trancos—, con el permiso de Sam, diremos que el trato está hecho. Trancos será vuestro guía. Tendremos un rudo trecho mañana. Aunque podamos dejar Bree sin mayores dificultades, ya no pasaremos inadvertidos. Pero trataré de que nos pierdan lo antes posible. Conozco uno o dos caminos para salir de Bree, además de la ruta principal.
Una vez que nos libremos de perseguidores, iremos hacia la Cima de los Vientos.
—¿La Cima de los Vientos? —dijo Sam—. ¿Qué es eso?
—Es una colina, justo al norte de la ruta, casi a medio camino entre Bree y Rivendel. Domina todas las tierras vecinas y tendremos la posibilidad de mirar alrededor. Gandalf irá allí, si nos sigue. Luego de la Cima de los Vientos el camino será más difícil y tendremos que elegir entre varios peligros.
—¿Cuándo viste a Gandalf por última vez? —preguntó Frodo—. ¿Sabes dónde está o qué hace ahora?
Trancos mostró un aire grave.
—No lo sé —dijo—. Vine al oeste con él en la primavera. He vigilado a menudo las fronteras de la Comarca en los últimos años, cuando él andaba ocupado en alguna otra parte. Pocas veces las descuidaba. Nos encontramos por última vez el primero de mayo, en el Vado de Sarn, en el curso inferior del Brandivino. Me dijo que los asuntos contigo habían ido bien y que partirías para Rivendel en la última semana de septiembre. Sabiendo que él estaba a tu lado, me fui de viaje a atender mis propios asuntos. Y esto resultó un error, pues es evidente que le llegaron ciertas noticias y yo no estaba allí para ayudar.
»Estoy preocupado por primera vez desde que lo conozco. Tendríamos que haber recibido algún mensaje, más aún si no pudo venir él mismo. A mi regreso, ya hace días, me enteré de las malas nuevas. Se decía por todas partes que Gandalf había desaparecido y que se habían visto unos Jinetes. Fueron los elfos de Gildor quienes me lo dijeron; y más tarde me contaron que ya no estabas en tu casa, pero no se sabía que hubieras dejado Los Gamos. He estado observando el Camino del Este con impaciencia.
—¿Piensas que los Jinetes Negros tengan alguna relación con eso… quiero decir con la ausencia de Gandalf? —preguntó Frodo.
—No conozco ninguna otra cosa que hubiese podido detenerlo, excepto el enemigo mismo —dijo Trancos—. ¡Pero no te desanimes! Gandalf es más grande de lo que se supone en la Comarca; como regla general no veis de él otra cosa que bromas y juegos. Pero este asunto nuestro será la mayor de sus empresas.
Pippin bostezó.
—Lo siento —dijo—, pero no me tengo en pie. A pesar de tantos peligros y preocupaciones he de irme a la cama, o me dormiré aquí sentado. ¿Dónde está ese tonto de Merry? Sería el colmo, si hay que salir a buscarlo a la oscuridad.
En ese momento oyeron un portazo. Luego unos pies vinieron corriendo por el pasillo. Merry entró precipitadamente, seguido por Nob. Cerró de prisa la puerta y se apoyó contra ella. Estaba sin aliento. Los otros lo observaron un momento alarmados, antes que él dijera, jadeando:
—¡Los he visto, Frodo! ¡Los he visto! ¡Jinetes Negros!
—¡Jinetes Negros! —gritó Frodo—. ¿Dónde?
—Aquí. En la aldea. Estuve adentro una hora. Luego como no volvías, salí a dar un paseo. De regreso me detuve justo fuera de la luz de la lámpara, a mirar las estrellas. De pronto me estremecí y sentí que algo horrible se arrastraba cerca de mí, algo así como una sombra más espesa entre las sombras del camino, al borde del círculo de la luz. En seguida se deslizó a la oscuridad sin hacer ningún ruido. No vi ningún caballo.
—¿Hacia dónde fue? —preguntó Trancos bruscamente.
Merry se sobresaltó, advirtiendo por primera vez la presencia del extraño.
—¡Continúa! —dijo Frodo—. Es un amigo de Gandalf. Te explicaré más tarde.
—Me pareció que subía por el camino, hacia el este —prosiguió Merry—. Traté de seguirlo. Por supuesto, desapareció casi en seguida, pero yo doblé en la esquina y llegué casi hasta la última casa al borde del Camino.
Trancos miró asombrado a Merry.
—Tienes un corazón a toda prueba —dijo—, pero fue una tontería.
—No lo sé —dijo Merry—. Ni coraje ni estupidez, me parece. No pude contenerme. Fue como si algo me arrastrara. De cualquier modo, allá fui y de pronto oí voces junto a la cerca. Una murmuraba; la otra susurraba, o siseaba. No pude oír una palabra de lo que decían. No me acerqué más porque empecé a temblar de pies a cabeza. Luego sentí pánico y me volví y ya estaba echando a correr de vuelta cuando algo vino por detrás y… caí al suelo.
—Yo lo encontré, señor —intervino Nob—. El señor Mantecona me mandó fuera con una linterna. Bajé a la Puerta del Oeste y luego retrocedí subiendo hasta la Puerta del Sur. Justo al lado de la casa de Bill Helechal alcancé a ver algo en el camino. No puedo jurarlo, pero me pareció que dos hombres se inclinaban sobre un bulto y lo alzaban. Lancé un grito, pero cuando llegué al lugar no vi a nadie; sólo al señor Brandigamo que estaba tendido junto a la ruta. Parecía estar dormido. «Pensé que había caído en un pozo profundo», me dijo cuando lo sacudí. Estaba raro y tan pronto como lo desperté se levantó y escapó hacia aquí como una liebre.
—Temo que así sea —dijo Merry—, aunque no sé qué dije. Tuve un mal sueño que no puedo recordar. Perdí todo dominio de mí mismo. No sé qué me pasó.
—Yo sí —dijo Trancos—. El Soplo Negro. Los Jinetes deben de haber dejado los caballos afuera y entraron en secreto por la Puerta del Sur. Ya estarán enterados de todas las novedades, pues han visitado a Bill Helechal; y es probable que ese sureño sea también un espía. Algo puede ocurrir esta noche, antes que dejemos Bree.
—¿Qué puede ocurrir? —dijo Merry—. ¿Atacarán la posada?
—No, creo que no —dijo Trancos—. No están todos aquí todavía. Y de cualquier manera, no es lo que acostumbran, pues son mucho más fuertes en las tinieblas y la soledad. No atacarán abiertamente una casa donde hay luces y mucha gente; no mientras no estén en una situación desesperada, no mientras tantas largas leguas nos separen de Eriador. Pero el poder de estos hombres se apoya en el miedo y ya dominan a muchos de Bree. Empujarán a estos desgraciados a alguna maldad: Helechal y algunos de los extranjeros y quizá también el guardián de la puerta. Tuvieron una discusión con Herry en la Puerta del Oeste, el lunes.
—Parece que estamos rodeados de enemigos —dijo Frodo—. ¿Qué vamos a hacer?
—¡Os quedaréis aquí y no iréis a vuestros cuartos! Sin duda ya descubrieron qué cuartos son. Los dormitorios de los hobbits tienen ventanas que miran al norte y están cerca del suelo. Nos quedaremos todos juntos y atrancaremos la ventana y la puerta. Pero primero Nob y yo traeremos vuestro equipaje. Durante la ausencia de Trancos, Frodo hizo a Merry un rápido relato de todo lo que había ocurrido en las últimas horas. Merry estaba todavía metido en la lectura y el estudio de la carta de Gandalf cuando Trancos y Nob llegaron de vuelta.
—Bueno, señores —dijo Nob—; desarreglé las mantas y puse una almohada en medio de la cama. Hice también una bonita imitación de la cabeza de usted con un felpudo de lana de color castaño, señor Bol… Sotomonte, señor —añadió con una sonrisa que mostraba los dientes. Pippin se rió.
—¡Gran parecido! —dijo—. ¿Pero qué harán cuando descubran el engaño?
—Ya se verá —dijo Trancos—. Esperemos poder resistir hasta la mañana.
—Buenas noches a todos —dijo Nob y salió a ocuparse de la vigilancia de las puertas.
Amontonaron los sacos y el equipo en el piso de la salita. Apoyaron un sillón bajo contra la puerta y cerraron la ventana. Frodo espió afuera y vio que la noche era clara todavía. La Hoz[4] brillaba sobre las estribaciones de la colina de Bree. Cerró luego atrancando las pesadas persianas interiores y corrió las cortinas. Trancos reanimó el fuego y apagó todas las velas.
Los hobbits se tendieron sobre las mantas con los pies apuntando al fuego, pero Trancos se instaló en el sillón que defendía la puerta. Hablaron un momento, pues Merry tenía pendientes algunas preguntas.
—¡Un salto por encima de la luna! —rió Merry entre dientes mientras se envolvía en la manta—. ¡Muy ridículo de tu parte, Frodo! Pero me hubiera gustado estar allí para verlo. Las gentes dignas de Bree seguirán discutiéndolo de aquí a cien años.
—Así lo espero —dijo Trancos.
Luego todos callaron, y uno tras otro los hobbits cayeron dormidos.